“Todo el que quiere truncar el orden natural termina muy mal”
Ángel V. Rivas
El satánico Dr Mengele dedicó
durante sus años al servicio de Hitler a tratar de descomponer la obra
de Dios, haciendo macabros experimentos con seres humanos a los que
creía inferior. Igual que lo hicieron los gringos estadounidense en
Guatemala. Aprovecho para recordarles a nuestras bellas compatriotas
venezolanas que durante siglos, a ellas no les hizo falta ser “objeto
del mercantilismo” para que hoy estén destrozando sus cuerpos porque
simplemente las transnacionales del cosmético y la pantalla se lo piden.
La belleza se resalta, no se implanta.
Bien el Dr Mengele era un ser sin escrúpulos. Saturado de odios raciales y ansias de conocimientos para competir con la obra de la Creación. Con los niños saciaba sus ímpetus escatológicos, era un ser infernal, sin amor, sin espíritu, fanático, inmisiricorde con sus propia existencia, Mengele es parte del mismo libro donde están anotados los grandes psicópatas de la historia universal.
Un alumno de Mengele huyó a Venezuela antes de los que los verdaderos triunfadores, o sea los rusos, se apoderaran de Berlín. Lo conocí por Sabana Grande hace poco, en diciembre. Como es natural Sabana Grande bullía entre luces y adornos navideños, miles de peatones se movían bajo el neón y los distintos arbolitos colgados por todas partes, que desparramaban haces de pintura convirtiéndolos en seres multicolores, en secuencias psicodélicas. Yo bebía un café cerca de la estación del Metro de Caracas.
Y entonces lo observé: parecía
tener dificultad para elevarse del banco de cemento donde estaba. Confieso:
no quiero aparecer como “El salvador de ancianos del momento”, pero,
¡vaya! Yo también lo soy. Corrí en un SOS internacional a mi gente.
“Hola, ¿le ayudo?”, le pregunte. Jamás había visto semejantes
ojos tan llenos de ira y una cara tan igualmente ofuscada. Trató de
ignorarme, pero sus rodillas estaban bien oxidadas y sus bisagras
al meno parecían requerir un poco de kerosén: “Sí, sí…”,
dijo con una fonética que no era de nuestro idioma. Su brazo se colgó
a uno de mis hombros y caminamos por el largo boulevard, Vive por Chacaito,
por la calle que está cerca del antiguo cine Broadway.
Le comenté que a su edad
era bastante reprochable que estuviera bebiendo licor. Pero su otrora
rabioso rostro hizo que por la ranura rojiza de su boca, saliera una
estentórea risa que casi me descompone uno de mis oídos. Entramos
al ascensor y subimos al piso donde está su apartamento. No paraba
de reír y no sé porqué lo hacía más allá de mi pregunta anterior.
Antes de que su llave de cobre penetrara la cerradura de una esculpida
puerta de pino, sus dedos tocaron mi nariz y volvió a reír.
Aquello es un monumento a Hitler. Esvásticas, fotos del Fuhrer en centenares de eventos, con Eva, con
unos niños Nazis entre los cuales el actual Papa Benedicto, acariciando
un avión de la Luffwaffe, sentando en un Bulldozer del ejército, abrazando
a varios oficiales, bailando con una actriz estadounidense, charlando
con Maurice Chevalier, jugando cartas con un rey, dándole la mano a
una reina española, llamando por teléfono, en un campo de batalla,
aupando a varias niñas en una piscina y bebiendo una cerveza Heinekén
con él…¡con el anciano que yo ayudaba…¡guao!
Me confesó que acaba de cumplir 102 años y que lleva viviendo en nuestro país cinco décadas. Más tarde un poco aliviado, caminó sobre la alfombra del apartamento y trajo dos…¡Heinekén! Yo seguía loco de bola observando todo lo que aparecía ante mis ojos. Sometido por la fría y un poco más familiarizado me dijo que es alemán, que evadió la ira de los que los perseguían en Europa. Expresó además que es cirujano y que fue ayudante del Dr Mengele- aquí de vaina no me desmayo- No bebo mucho, pero él se volvió muy agradable y cómico. Entonces aproveché para recordarle el porqué de sus constantes y repentinas risotadas y él me contestó: “Es que me da risa al pensar que haría el Dr. Mengele con los cerebros de Henry Ramos Allup y el diputado Alfonso Marquina”…(¿?) y siguió riendo.