Para una gran mayoría de personas son conocidas dos palabras vinculadas a la Iglesia Católica: Opus Dei (obra de Dios). Esta no es más que una institución laica fundada por monseñor José María Escrivá Blaguer, cuya finalidad entre otras, es recoger fondos para enriquecer las arcas del Vaticano. No cabe duda, que su labor debió ser muy fructífera (ganancias no sólo ecuménicas, sino pecuniarias y fiduciarias) dado que en menos de lo dispuesto por las leyes canónicas al bienhadado clérigo, por arte de birlibirloque, del papa Juan Pablo II y la providencia divina fue declarado santo de súbito. Indiscutiblemente, el enriquecimiento de la cornucopia sagrada no fue una obra del creador sino de toda un sistema financiero muy bien dirigido y administrado por banqueros, financistas y por todo aquello que hiede a dinero, en algunos casos expoliados a los pendejos.
No hablo ni papa de latín, pero me voy a comportar como uno de los personajes de una saga de mi dos novelas negras (detectivesca): “Los crímenes del señor Fox” y “Muerte en el Vaticano C.A”. Se trata del agente Atilano Garófalo que de vez en cuando, para impresionar a su compañero Hipólito Mejía, lanza un aforismo latino aprendido en un colegio de curas. Parodiando al investigador criollo voy a arrojar la frase “operum populi” que gracias a la magia del traductor de Internet tal expresión debe transcribir algo así como “obra del pueblo”.
Así lo nieguen los oligarcas de orilla y parásitos, estamos viviendo un proceso histórico muy interesante, no por haber alejado a Venezuela del modelo liberal depredador, sino que lo que está ocurriendo en el país se debe a “operum populi”, es decir, es obra del pueblo. Por lo general los historiadores recogen las acciones de una época de las actuaciones de los guerreros, de los teóricos doctrinarios, de los líderes políticos profesionales, entre otros, que según, sin ellos, no se hubiese podido generarse los cambios en un país. Así mismo, en los libros de historia, en dicha metamorfosis, los pueblos permanecen invisibles. Indudablemente fueron los jornaleros, los artesanos, los muleros, los hortelanos, los herreros, las costureras, las cocineras, los bodegueros entre tantos, los que también fueron protagonistas de las jornadas libertarias. Todos estos seres estaban repartidos entre las masas de excluidos de indios, negros y zambos que sin ellos hubiese sido imposible alcanzar nuestra independencia política, es decir, desbaratar el yugo que nos mantenía atado a la Corona Española. Obra del pueblo.
La obra de los pueblos, por costumbre ancestral de los godos, permanecía invisibilizada, quizás porque nuestra historia, en su mayoría, la escribieron los europeos o, en peor de los casos, prosistas mercenarios vinculados o tarifados por la oligarquía. De allí que la obra de Zamora la desempolvó y mi comandante Chávez la sacó del olvido. Ciertamente, a los oligarcas lameculos de la época no les gustaba escuchar, ni leer en algún opúsculo o en un libro frases como la siguiente: “Seguir adelante es una imperiosa necesidad, para quitarnos el yugo de la oprobiosa oligarquía y para que opóngase quien se opusiere, y cueste lo que costare, lleguemos por fin a conseguir las grandes conquistas que fueron el lema de la independencia” (tomado del “Libro azul” de Hugo). El General del Pueblo Soberano era un hombre que, según los ricos, hedía a pueblo y su historia era subrepticia y subversiva. Operum populi.
No solo los aristócratas lamesuelas mantuvieron oculto el pensamiento de de Zamora, quizás por su inanición intelectual o acaso por conveniencia, no dejaban que el pueblo se enterara del pensamiento de Simón Rodríguez. El insigne pedagogo fundamentaba la acción de los hombres y mujeres en la solidaridad. En su proyecto se puede leer “no es hacer cada uno su negocio, y pierda el que no esté alerta, sino pensar cada uno en todos, para que todos piensen en él. Los hombres no están en el mundo para entredestruirse, sino para ayudarse” (tomado del “Libro azul” de Hugo). Operum populi.
Hasta el verdadero Simón Bolívar permaneció oculto en el intersticio de la historia, su pensamiento era peligroso para los oligarcas lambucios. Ahora, con la llegada del renacer bolivariano conducido por Hugo, los venezolanos podemos tener presente su pensamiento que alumbra nuestro quehacer revolucionario. De nuevo recojo una de las frases de nuestro insigne Libertador que constituye una exigua parte del Árbol de las tres raíces que jamás será escuchada en la boca de algún oligarca apátrida: “Nuestras leyes son funestas reliquias de todos los despotismos antiguos y modernos, que este edificio monstruoso se derribe, caiga y, apartando hasta sus ruinas, elevemos el templo a la justicia y, bajo los auspicio de una santa inspiración, dictemos un Código de leyes venezolanas” (tomado del “Libro azul” de Hugo). No cabe duda, para llevar a cabo tal empresa era necesaria la operum populi.
Lamentablemente no todo está previsto en las Constituciones ni en los Códigos. Dado que el mundo es cambiante siempre aparecerán los truhanes, quienes, aprovechado los espacios vacíos de las leyes, buscarán enriquecerse por vía no santa. Por tal razón es imprescindible la creación de modernos estatutos para condenar a los protagonistas de los delitos no contemplados en la legislación.
Con el resurgimiento de recientes tecnologías afloran individuos especializados en nuevos delitos no regidos por ningún código. Cuando el gobierno utiliza alguna providencia para controlar el funcionamiento del estado se asoma el moderno infractor. Aquí en Venezuela, con la creación de CADIVI para vigilar la fuga y robo de los dólares derivados de la ganancia petrolera, germinaron una gran cantidad de compañías de maletín o de empresarios que lo único que tienen como patrimonio es una laptop y una contestadora electrónica. Todos con el objetivo de aprovecharse por vía ilegal de las providencias del gobierno en torno a la entrega de divisas. Aparte de esto, vemos como una cáfila de truhanes arropados detrás de un disfraz de empresarios, pretendieron exfoliar al estado y robar a todos los venezolanos sin distingo de clases. Por tales razones era necesaria la Ley Habilitante para enfrentar a los malvados y por eso era imperioso recurrir a la operum populi: el diputado 99.
Todos vimos por los canales de TV a un grupo de parlamentarios entregarse de la manera más descarada a los intereses de los poderosos y no la de velar por las necesidades de sus electores, su verdadera función. No les importó los delitos cometidos por burgueses de pacotilla contra el pueblo venezolano. ¡Qué carajo, que se jodan los pendejos! La especulación, el sobreprecio, el remarcaje, la usura, el acaparamiento, la evasión de impuestos, las mercancías adquiridas con dólares de CADIVI y vendidas al inexistente e ilegal dólar paralelo, entre tantos de los delitos cometidos, pareciera que, según los amarillos, debían ser tratados como pecadillos veniales y no castigados con la cárcel. La alharaca de los diputados de la MUD, ante las palmarias evidencias de las contravenciones de los bellacos, mostró la necesidad de que aquellos vaciaran su tracto intestinal conectado directamente a sus cerebros, indigestos de tantas deposiciones verbales. Por fortuna los diputados de la revolución defendieron con firmeza la necesidad de la Habilitante para que el presidente obrero MM proteja los intereses de su pueblo. Razón para lo cual fueron elegidos y no para convertirse en cómplices de una morralla de individuos cuya única patria es el dólar. Finalmente de nuevo brilló la luz y se aprobó el instrumento legal esperado por el pueblo venezolano: una ley que resguarde a los débiles de la avaricia de los oligarcas especuladores. Operum populi.