Capriles, cuando anunció su participación en la reunión de diálogo en Miraflores, prevista para anoche jueves, prometió que su discurso haría temblar a Miraflores.
Manuel Alfredo Rodríguez, aquel gigante, con casi o más de dos metros de estatura, nacido en Ciudad Bolívar, egresado de abogado de la UCV, a quien llamaban “Escalera”, justamente por su elevada estatura, no sólo era un brillante orador, de esos que a uno extasiaba, mientras sin importarnos lo que decía, oyendo y viendo – sí viendo- aquel largo rosario de palabras hermosas como joyas que brotaban de su boca. Sino que hablaba con una estentórea voz que parecía salir de un tambor grande y fecundo. Eso, escuchar aquel profundo pero cristalino hablar, era motivo de satisfacción para nosotros.
Cuando le conocí y escuché por primera vez hablar, estábamos en AD y formábamos parte de lo que era la izquierda del partido, de aquellos muchachos que en su mayoría luego formamos el MIR, “Escalera”, si mal no recuerdo, era de aquel grupo que lideraba Raúl Ramos Jiménez y llamaban “ARS”. En todo caso, si puedo asegurar que no formaba parte de los “nuestros”.
Pero pese a lo anterior, en jornadas del partido o fuera de ellas, donde sabíamos él hablaría, no perdíamos oportunidad de estar presentes para escucharle, aunque no compartiésemos lo que decía, pero sí por el placer de oírle discurrir con elegancia y belleza. “Escalera”, era de esos oradores que además de extasiar, hacía que las paredes temblasen y las lámparas oscilasen por la potencia de su voz. Distinto era el caso de Raúl Leoni, con voz grave y fuerte como la de “Escalera”, pero llena de lugares comunes y falta de elegancia.
Se dice, que Enrico Caruso, el gran tenor napolitano, podía romper los cristales cuando ejecutaba un “Do de pecho”; mientras las lámparas de los teatros pendulaban.
La potencia, la fuerza, el sonar de la voz de “Escalera”, no afectaba a los oídos, encantados con la ristra de palabras hermosas que de su pecho brotaban. No nos importaba aquello que dijese, tanto que en esa temprana época, nunca estábamos de acuerdo con él.
A mi compañero de juventud, cual hermano, Moisés Moleiro, le llamaban el “Ronco”, por la gravedad de su voz. No tenía aquella fortaleza de “Escalera” para hablar, quien no ponía esfuerzo alguno en hacerlo. Moleiro debía esforzarse, tanto que el cuello casi se le volvía un nudo, para que la palabra le saliese; pero aun así, ella brotaba ronca, grave y fuerte. Pero también el hablar de Moisés, aún en su etapa de joven, era un encanto, lleno de sabiduría y gracia. Con una enorme capacidad para ironizar que no sólo le servía para dejar sentada su opinión sobre asuntos complejos, sino también para provocar la risa fácil hasta de las personas a quien su palabra iba dirigida. Hería profundo, pero con tanta elegancia y gracia, que el herido, no le quedaba otra cosa que reír.
Moleiro, como “Escalera” se hacían escuchar por todos, no sólo por la fuerza de sus voces, sino por la profundidad de sus juicios, la gracia y la sutileza del lenguaje.
Demás está decir, que cuando ellos hablaban, todo el mundo se ponía en tensión, para escucharles, por el temblor de las paredes y el oscilar de las lámparas o simples bombillos guindando sobre algún triste cable.
Capriles ofreció a los suyos -digo así porque otra cosa no pienso– que esa noche haría temblar los gruesos muros de la vieja casona que sirvió de asiento al gobierno central a partir de Cipriano Castro.
Como Capriles tiene apenas “un chorrito de voz”, como dice una vieja canción mexicana, quiso hacer pensar a los suyos que diría cosas trascendentes que cambiarían la historia. Claro, uno sabía que era sólo un ingenuo recurso para llamar la atención y cómo satisfacer a sus seguidores por su “obligada” presencia esa noche en Miraflores.
Habló Capriles de penúltimo. El número 11 en hacerlo por la MUD, ya que no pudieron ponerse de acuerdo para que hablasen sólo unos pocos por todos. Al terminar de hablar el jefe de PJ, quien esto escribe, un cumanés cuya infancia en su ciudad natal transcurrió entre un temblor y otro, y un mirar al techo, donde pendía el bombillo, para estar seguro que lo que habíamos sentido se confirmaba en el pendular del mismo, miró a las lámparas hermosas del salón Ayacucho y las percibió inmóviles.
Jorge Rodríguez, al hablar después de Capriles, pensando tal como lo hizo el suscrito, comentó que no se había detectado ningún signo que allí hubiese temblado.
¿Pero que dijo Capriles? Simplezas, imaginaciones o paranoias de quien se cree pieza fundamental de la vida venezolana, Por eso mismo creyó, no sólo que lo dijo, que haría temblar a Miraflores. Que en Venezuela hay una profunda crisis política desde el 14 de abril. Sigue creyendo que ese día, el CNE le hizo trampa y le escamoteó el cargo de presidente. Aquello su derrota, que internalizó como una trampa, partió la historia en dos
Los resultados posteriores los de diciembre del 2013, cuando el chavismo ganó con más del 54% de los votos y derrotó su prédica del plebiscito, para él nada significan; como si eso no hubiese sucedido.
La crisis venezolana, que incluye el guarimbeo con toda la crueldad que ello envuelve, se debe a la trampa que le montaron aquella noche de abril, la misma que mandó a cacerolear y guarimbear con “arrechera” y produjo 12 muertes inocentes con dolientes y sin que aún nadie pague por ellas.
Quizás, al no sentir que sus palabras movían el piso del palacio y mirando hacia arriba observó a las lámparas quietas, inmóviles, optó por invitar al Rafael Ramírez, tan alto como “Escalera”, a salir a pasear por “esas calles solitarias de Caracas” en horas de la madrugada.