¿No les ha pasado en algún momento de su vida –después de un día agotador– que han querido dormir plácidamente y el zumbido de un zancudo (cualquier mosquito) le inunda la habitación?
Después de un reconfortante baño (para un zancudo, un cuerpo sudoroso es un manjar de dioses) apaga la luz, se acuesta y ¡zuas!, un zumbido en la oreja le anuncia una noche intranquila.
El desespero, la angustia le hace tirar manotazos, se ayuda con la sábana o cobija, se queda atento, agudizando los sentidos y todo queda en silencio y dice para sus adentros: ¡coño lo maté!
Se tapa la cabeza (duda, inseguridad) se acomoda y cree oír en algún lugar del cuarto un lejano zumbido, y piensa: son vainas mías, el zumbido es producto de la imaginación.
No ha terminado de pensarlo cuando el zumbido –como esmeril de odontólogo- atraviesa la sábana como rozando tu oreja, manotazos con y sin sábana trazan, garabatean el aire.
De sopetón y a la velocidad del rayo, enciendes la luz para localizar al intruso (de seguro una zancuda) pero, ¡qué va!, ya se ha escondido.
La información que manejas te da miedo, el zumbido lo que hace es acrecentar ese miedo; la desesperación te hace sudar y eso acelera tu respiración: sudor y dióxido de carbono una mezcla exquisita.
Sabes que el zancudo (con agentes infectocontagiosos) trasmite: el dengue, la encefalitis, la malaria, la fiebre amarilla; ese zumbido te aterroriza, sabes que quiere sangre, como kamikaze va por ti.
Te acuestas y por un golpe de suerte, logras matarle; duermes y en la mañana: tu frente, brazos y pies tienen la huella de las picadas. ¡Coño!, embistieron de uno en uno.
El fascismo en Venezuela está trabajando como los zancudos (medios, partidos fascistas, etc.), años contaminando con: anticomunismo, odio, discriminación y quieren sangre.