Una sociedad postapocalíptica es la que le toca vivir a Mad Max. Sólo un puñado de locos incomprensibles, irritables, cortos de entendimiento, egocéntricos y, sobre todo, extremadamente violentos, ejercen el poder de ese mundo conocido. ¿Cómo puede haber gobierno en una sociedad así? No hay ley, sino la del más fuerte, en constante y acechante peligro. No hay instituciones, no hay funciones políticas, no hay servicios, no hay otra cosa que el aprovechamiento inmediato, por la vía del poder más expedito, el de la fuerza, para obtener cualquier cosa, y hacer con ella cualquier vida posible.
Los adecos miran con preocupación cómo las hordas fachas de Primero Justicia o Voluntad Popular se han vestido de colores de violencia para deshacer el sueño de abrazar el poder de todo un país. Los guardaespaldas semidesnudos de los que se hace cuidar Capriles Radonski, caladas las máscaras antigas y calzadas las pistolas mataperros que utilizan, no llevan sino a la imagen de la icónica película. Escenas que han cobrado vida en la realidad, hechas por el ministerio de educación que tienen los gringos: Hollywood. No habrá posibilidad de hacer gobierno (con ellos, los adecos, al frente) si persisten las hordas del horror dirigidas por el diputadillo que adversa "este maldito gobierno", el desgobernador que ya no tiene nada que perder (ni la honra), la loca esposa del preso aquel, que viste disfraces mientras hace que caguen en la calle viejas irresponsables, o que enseñen las tetas las carajitas estúpidas. Parece una orgía de escenas sadiconas, espeluznantes, dirigidas por todos estos personajes que deben ir al encierro.
La fractura social que ha ocurrido tras los certeros golpes de un pequeño grupo de gente resentida que ahora mata en manada, hace correr el riesgo de perder la solidaridad de este pueblo entre sí mismo. Las aborrecibles imágenes se suceden una tras otra, y no hay otro nombre para ellos que el de asesinos. Asesinos que votarán por sus jefes asesinos; esos, que se lavan la cara y las manos de las que escurre sangre al final de la tarde, para hablar de política mientras recorren con sus miradas perdidas de ojos desorbitados, la amplitud del espacio que no dominan: la honra y la decencia. Serán muy ricos de cuna, de cama, o de hamaca, pero han hecho perder los más altos valores de los venezolanos: la confianza entre nosotros.
No pueden mover el hielo del whisky con el dedo, haciendo gala de las corbatas de seda y los trajes hechos a la medida. No pueden los políticos anhelantes del mando social tener conversaciones machistas, rodeados de mujeres catiras y lindas. Su mundo se está hundiendo a destiempo en la causa de los descerebrados matones que ahora los gobiernan bajo el seudónimo de "MUD". Están secuestrados por la alianza diabólica de los cocaineros y las presiones del exterior, ejercidas por financistas que esperan sobrevivir a este infierno creado en cuatro esquinas del este de Caracas, alentado por los ineptos de los últimos años, desbordado por los jóvenes que se dan a la tiranía del vicio de los videojuegos reales.
El mundo de Mad Max lo están grabando para Hollywood con sus teléfonos celulares. Los pacíficos niños-rata que asesinan en manada están viviendo su propio videojuego, diseñado por los desnaturalizados políticos de estos últimos años; ambientados en una época pretérita que se bañó en sangre, idiotizados por el mensaje contradictorio de ganar el cielo si asesinan gente.
El adeco está pensando en cómo gobernar en modo videojuego. Pero no puede. No podrá. ¡NO VOLVERÁN!