Un planeta en vía del ocaso

Cuando un niño nace el único interés de los padres debería ser la preservación de la vida de su hijo. Para lograr este objetivo sus progenitores están en la obligación de convertirse en vigilantes de la alimentación del bebe en resguardo de su salud inmediata y futura. Quiere decir que la preservación está vinculada con el cuidado sobre algo o alguien para conservar su estado y evitar que sufra daño o corra peligro. Lo contrario de preservación es el desamparo, el abandono, el descuido y la desprotección.

Estiman algunos geólogos y geofísicos que la edad de nuestro planeta es de uno 4.500 millones de años, una magnitud que muy pocos  humanos podemos imaginar. Para llegar al 2017 nuestro hermoso y errabundo planeta azul debió transitar por varias eras o períodos geológicos que van desde el precámbrico, pasando por la era paleozoica, seguida por otras, continuando por el pleistoceno para llegar al holoceno, última etapa de la cenozoica  que se extiende hasta el presente. Ciertamente, cada uno de estos espacios temporales duró millones de años con sus propias características climáticas, de fauna y vegetación. 

Evidentemente no debe ser fácil para los estudiosos del tema conocer la calidad de vida del planeta hace 11.500 años atrás. Pero de algo estoy seguro, sin ser especialista del tema, las condiciones del ambiente para la preservación de la especie animal y vegetal se deterioró, sin duda, con la aparición del animal más depredador conocido hasta el presente: “el individuo razonable”. Peor aún, el hábitat terrícola sufrió un notable detrimento con el surgimiento de un abominable homínido conocido como el homo capitalista, un sujeto que todo lo ve en función de negocios y en términos del vil dinero, sin importarle un comino la preservación y protección de la naturaleza.

Fue necesario que trascurrieran millones de años para que se lograra un equilibrio  entre diversos factores ambientales para que diera lugar la vida en el paneta: el sol (la primera fuente de energía vital), la tierra, el viento y el agua. A partir de allí, trascurrido miles de millones de años, surge la vida animal y vegetal. Palmariamente, para que se diera tal posibilidad fue necesario que cada uno de estos elementos tuviera sus propias características, en caso tal era imposible que germinara lo que hoy se conoce como medio ambiente donde conviven desde hace millones de años animales y vegetales.

Todo funcionó de maravilla y el hombre primitivo (no el “razonable”), sin afán de lucro, logró convivir en armonía con la naturaleza, dado que reconocía que esta era su fuente de vida. De esta obtenía, los comestibles, las pieles y los materiales para protegerse del inclemente clima y de las fieras que lo asechaban. El hombre no almacenaba víveres más de lo necesario en tiempo de invierno, ni tampoco ingería más alimentos de los requeridos para cumplir con sus funciones vitales. Es decir, los seres humanos vivían en fraternidad con la madre natura y su obligación era preservarla, porque de allí dependía su permanencia en el lugar.

Con la aparición del homo capitalista todo cambió. Para estos siniestros homínidos la naturaleza se convirtió en una fuente para hacer negocio. Había que establecer cuál rubro de la tierra podría ser procesado para convertirlo en mercancía. Esa materia prima, una vez  extraída, luego transformada y almacenada, primero en un sector y luego, alrededor del mundo globalizado, se transmutó en una fuente para  ganar grandes sumas de dinero. 

Lamentablemente esa fuente era y es la pacha mama. El homo capitalista descubrió que en las aguas (del río y del mar) había peces que podían venderse, que en los bosques había madera y animales para negociar, que en las entrañas de la tierra se encontraban valiosos  minerales para comercializar, que la posesión de la tierra era una manera de ostentar el poder y el homo capitalista comenzó a adquirir inmensas extensiones de tierras que engendró el latifundio. Seguidamente, los pobres se volvieron más pobres y los ricos, más ricos. Consecuencia de los anterior, una vez que se comenzaron a procesar las meterías primas se fueron edificando grandes industrias contaminantes que vertían sus residuos gasíferos hacia aire y restos sólidos hacia el mar, los ríos y hacia terrenos fértiles, contaminado cada uno de estos recursos. Además, el alto consumo de la energía de las industrias y en los vecindarios de grandes fortunas  contribuyó al calentamiento global del ambiente.

Pero el homo capitalista nunca se sacia de riquezas, tal como el glotón que jamás se harta y requiere más comida o el alcohólico que necesita más alcohol para su desenfreno, este depredador siempre anhela más dinero. Fue así como comenzó a robar todo aquello que contribuía a engrosar su capital y para colmar sus ansias fundó colonias y protectorados. De esta manera el depredador se apoderó de la materia prima, controló los mercados a través de monopolios y logró una clientela cautiva. Pero para mantener esta hegemonía el homo capitalista requería organizar grandes ejércitos y fabricar armas. Para esto instauró el gran complejo militar industrial que  constituyó  un excelente negocio: el negocio de la muerte. Fue tanto el dinero que generó la venta de armas que muchas naciones comenzaron a fabricarlas para exportar hacia otras regiones, convirtiéndose EEUU en el primer exportador de artilugios de la muerte, seguido del Reino Unido, Rusia, Israel, Francia, Alemania Suecia, Italia y España. Un negocio redondo que en el año 2000 movió 72.917 millones de dólares y para esto era imprescindible que entre algunos países se mantuvieran en estado de guerra permanente.  

El homo capitalista es insaciable y para mantener un estado de zozobra y amenaza permanente inventa cada día más armas destructivas como aviones bombardeos, misiles, barcos con torpedos, fusiles con miras laser, drones,  portaviones, tanques, granadas, minas personales, bazucas, ametralladoras, cañones de largo alcance, misiles con cabeza nuclear, armas químicas, armas biológicas, estas dos últimas de destrucción masiva. Pero aquel depredador no se conformó y para saciar su sed de sangre inventó las armas nucleares o bombas atómicas capaces de destruir poblaciones enteras que nada tenían que ver con las acciones bélicas, ni con la enemistad de los gobernantes, ni con los beneficios económicos de los consorcios de las industrias de armas.

Al homo capitalista  le importa un bledo la preservación del planeta y en su afán de agrandar sus capitales continúa saqueando la naturaleza sin interesarse por las consecuencias de la destrucción del ambiente, como en el caso de la desforestación. La desforestación es el proceso que contribuye a la desertificación que convierte zonas boscosas en territorios áridos. Es la degradación del ambiente en manos del hombre quien contribuye a la pérdida de los bosques. Es decir, el homo capitalista está desnudando el planeta de sus bosques y de otros ecosistemas  como también de su suelo, es como quitarle a piel a un ser humano. Pero no solo está acabando con los bosques, el homo capitalista en su afán del “desarrollo” infecta el aire vertiendo gases tóxicos en la atmosfera que genera enfermedades, además, contribuye al calentamiento global.  A todo lo anterior agreguemos la contaminación del agua de los ríos y de los mares en las cuales se derraman residuos tóxicos que está acabando con la vida de los peces y la imposibilidad de legarle a las generaciones actuales y futuras aguas cristalinas y descontaminadas.

El comportamiento del homo capitalista está poniendo en peligro la existencia del planeta, a tal grado que hay ciertas especies vegetales y animales que se han extinguido, no por causas naturales sino por causas artificiales como la caza y la pesca desmesurada, la contaminación ambiental, la destrucción o modificación del hábitat,  la introducción de nuevos depredadores como el hombre. Todo lo anterior ocurre como consecuencia del aumento de la población y la inexorable distribución irracional de  grupos humanos que están ocupando ambientes naturales donde habitan ciertas especies. Quizás actualmente la extinción es parcial, es decir, de un grupo reducido de especies, pero si el homo capitalista continua en su afán de saquear la naturaleza, de contaminar el ambiente, de utilizar armas nucleares para doblegar a sus semejantes, quizás en el planeta no quedará nadie que cuente como ocurrió el cataclismo masivo que extinguió toda forma de vida en un planeta que costó millones y millones de años en evolucionar.

Es por esto que todos los ciudadanos del mundo deben exigir  a grito el fin del saqueo a la Pacha Mama,  de las acciones que degradan el ambiente, así mismo, la  eliminación  de todas las armas nucleares de la faz del planeta. Que el grupo de países pertenecientes al club nuclear erradiquen de sus almacenes  más de veinte mil misiles con ojivas nucleares que ponen en peligro la existencia de nuestra única morada en Vía Láctea.

Razón tenía el egregio Simón cuando le escribió en 1825 en la carta a Estaban Palacios: “Llamo humano lo que está más cerca de la Naturaleza, lo que está más cerca de las primitivas impresiones”. Lee que algo queda. 



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Enoc Sánchez


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