Lluvias, inundaciones y deslaves otra vez

El filósofo, profesor universitario y muy conocido divulgador de las perplejidades de la filosofía. En particular de la Filosofía Moral, Ética y Política, don Fernando Savater (San Sebastián, España, 1947) en alguna parte de su famoso librito "Ética para Amador" (Ariel, Barcelona, 1999) se refiere a la libertad humana y las limitaciones que imponen las circunstancias, las ambigüedades que a veces asumen y que, en general, hay cosas buenas, pero que su exceso resulta dañino, malo y peligroso. Entre ellos el agua.

Pasaje que, cuando lo leímos en su ocasión, nos impresionó sobre manera. Ya que siendo de las tierras secas del estado Lara, la Sierra de Baragua con sus pequeñísimos valles y axilas húmedas para asentar casas y labrantíos en espacios ganados a las laderas de esas montañas bajas por el tesón de sus manos y voluntad férrea, la lluvia constituía y constituye un acontecimiento anual importante en las décadas de 1960 y 70. Sobre todo por octubre las precipitaciones a veces se tornaban torrenciales y entonces el preciado líquido tan ansiado y necesario elemento de vida para la cría y la siembra de los conucos, se volvía peligrosa. Un acaecimiento angustioso. A veces al padre lo agarraba el vendaval inicial que luego se volvía inverno o granizo de gotas sólidas impresionantes, que venía acompañado de una estruendosa tormenta de truenos, relámpagos y centellas a lo lejos alumbrando el camino real. También en una ocasión un rayo impactó el campanario de la capilla, dedicada al Niño Jesús.

Entonces la lluvia traía consigo el florecimiento de los árboles, arbustos, gramínea y otros montes, por eso los cerros de alrededor lucían muy verdes en pocas semanas; los burros se ponían briosos y en el transporte de víveres desde los pueblos cabeceras de las parroquias, entonces municipios, echaban adelante en el camino de regreso, llegando primero a La Casa del Barrancón donde vivíamos. Entonces uno se ponía a ver si ya venía el padre con la topa completamente mojada y su sombrero en la mano que sostenía su garrote de manco y su paso acelerado e irregular, que en general gritaba "Venimos bien". Entonces a uno le volvía el alma al cuerpo, como decía la tía Felicia. El padre Froilán Antonio Saavedra hacía cabuyas y mecates, bolsas y sacos con la fibra del sisal o agave cocuy que iba a vender bien a Baragua o Churuguara. También vendía cueros o pieles de chivos, además atendía huertas o conucos donde obtenía algunos frutos, maíz y caraotas de año o negras, entre otros granos Para tales fines la lluvia es una bendición, pero no siempre. Eso nos dice la evocación infantil.

Por estos días de intensas lluvias en toda Venezuela nos ha vuelto a revivir esos miedos infantiles, porque en verdad las tormentas en Barquisimeto a fines de septiembre fueron de terror. Las calles se volvieron ríos profundos y el drenaje colapsó; de hecho, aquí en la casita donde vivimos un drenaje se tapió y se nos inundó el área de la cocina. Hubo que buscar una guaya vieja y casi olvidada en el garaje así despapar el drenaje; pensamos que se nos mojarían todos nuestro libros y enciclopedias, que hubiera sido devastador para un lector autodidacta como el suscrito que guarda viejas colecciones, pero el agua no llegó a la sala y cuartos. Un alivio. Otras casas y sus familias sí les fueron muy mal. Fue un horror.

Sin embargo, lo peor ha sido el deslave de Las Tejerías, estado Aragua. Otra vez, como en Vargas de 1999, muchos fallecidos y desaparecidos, ¿qué no se aprendió de aquella dramática experiencia? La sociedad venezolana y sus instituciones, ¿no aprendió del pasado? Las comunidades y sus profesionales de la ingeniería civil o sus similares, ¿no aprendieron del deslave de Vargas? Las ciencias, ¿que no son predictivas? ¿O es que no hemos aprendido como ciudadanos comunes y seguimos construyendo en los conos de deyección, causes de quebradas, laderas de montañas y zonas inhóspitas?

La tragedia de Las Tejerías, pues, nos pone muy tristes. Los órganos del Estado venezolano es verdad que han estado de manera denodada atendiendo el desastre, aquí en Barquisimeto hubo este domingo la entrega de materiales de construcción para las casas destruidas, pero no para aquellos hogares que requieren reparación o refacción. Además, en lo personal y familiar, la inflación y los bajos salarios no nos ha permitido, como antes, tener capacidad para reparar nuestras casas, reponer los techos, remozar y mantener. Ya esta casa construida con las propias manos en 1981, se ha vuelto un rancho casi inhabitable.

Estamos expuestos a eventos naturales extraordinarios. También estos de las lluvias ha puesto de manifiesto las limitaciones de programas sociales, como eso de "Mi casa bien equipada" y "Barrio tricolor", entre otros. Son un objetivo muy difícil de alcanzar. Hoy pedir a una alcaldía o gobernación material para reponer el techo, pisos y paredes, etc., resulta una tarea imposible, como en lo personal que hemos enviado cartas al alcalde de Iribarren y gobernador del estado Lara. Simplemente sus equipos de gestión no le han dado la gana de responder, suponemos que no lo harán hasta que la pérdida de mis libros sea total por la inundación, además como al presidente Maduro y la ONAPRE le ha dado por pagar el aguinaldo fraccionado a los docentes, uno no puede esperar la casa con esa platica. Una total desgracia.



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Luis B. Saavedra M.

Docente, Trabajador popular.

 luissaavedra2004@yahoo.es

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