Pues sí, super-explotación…¿pero dónde? ¿En África? ¿En ese continente ferozmente castigado por una naturaleza terriblemente hostil y por la codicia criminal y sádica de los imperios europeos? ¿En México, pobre país donde las maquilas norteamericanas y los gobernantes corruptos e inescrupulosos como ningunos otros, se han confabulado para hacer de sus trabajadores unos miserables parias, carentes incluso del derecho a la propia existencia? ¿En Colombia, donde el trabajador, además de percibir un salario de subsistencia, se encuentra permanentemente amenazado por ejércitos de paramilitares al servicio de empresas nacionales y extranjeras? No, aunque parezca mentira, en ninguno de esos países sucede lo que en esta Venezuela bolivariana ocurre con algunas trabajadoras, y que nos recuerda la oprobiosa era victoriana en Inglaterra, cuando la jornada laboral comenzaba al despuntar el sol por el oriente, y terminaba al ocultarse por el poniente, y todo por unos miserables peniques.
En nuestro caso, se trata de las infelices madres que les preparan los alimentos a los alumnos de las escuelas públicas, seres que por su total falta de protección, por el total abandono en que se encuentran, parecieran que hasta estuvieran olvidadas por el mismo dios. Para entender bien lo que está sucediendo con estas compatriotas, vamos a tratar de describir, en la medida de nuestras modestas posibilidades, los trabajos que estas pobres mujeres hacen, como lo hacen y cuanto les pagan por hacerlos.
Pero antes de entrar en estos detalles, es necesario indicar que son mujeres en unas condiciones tan deplorables de vida, que ni siquiera se podrían comparar con la que disfrutan muchas madres del barrio, con el agravante de que a estas se les cancela todos los meses un bono casi igual al salario mínimo y sin contraprestaciones de ninguna naturaleza. Asimismo, tampoco se podrían comparar con los damnificados dejados por las lluvias, pues a éstos, además de habérseles brindado un techo seguro, las tres comidas y otras dádivas, también se les dio un bono equivalente al salario mínimo y, como en el caso anterior, sin ninguna contraprestación que lo justificara. Y en cambio a estas procesadoras, por el penoso trabajo que realizan, un trabajo que incluso está muy por encima de sus capacidades físicas, apenas se recompensan con 640 bolívares mensuales. Los cuales, para peores penas, ni siquiera se les cancela puntualmente sino cuando a la actual ministra de educación, que nadie sabe de donde diablos ha salido, le dé la gana de hacerlo. Al punto de que, incluso, les ha dejado sin pagar un número considerable de salarios.
Y ya que hablamos de esto, es bueno recordar aquel dinero que esta ministra, “de cuyo nombre no quiero ni acordarme”, le reintegrara al fisco, y que hizo que el Presidente, confiando en la buena fe de la funcionaria, la elogiara diciendo poco más o menos que era un modelo de buena administración. Pues bien, ¿qué fue lo que en realidad sucedió? Que ese dinero lo obtuvo esta mujer dejando de cumplir con no pocos importantes compromisos, muchos de los cuales son como los de estas madres, o sea, compromisos laborales. De manera, Presidente, que esta señoreta, no contenta con el fraude que había cometido, lo engañó, se burló de usted y de quienes se enteraron del asunto.
Pero volviendo a lo que al principio habíamos empezado a decir, estas humildes trabajadoras se presentan en las escuelas para realizar sus actividades a las 5 de la madrugada. Se cambian la ropa y se dirigen de inmediato a los sitios donde se almacenan los alimentos. Trasladan a la cocina la cantidad requerida para alimentar a 1.500 (dos turnos) alumnos. Luego se ponen a pelar las papas -¿cuántas?-, la yuca –¿cuánta?-, los plátanos –¿cuántos?-, a deshuesar más de 40 pollos, a picar los condimentos –cebolla, tomates, pimentón, ajos- y, con ellos, a adobarlos. Usted sabe hacer todo esto ministra? -(perdone, no tiene el aspecto-. Y luego que ya han hecho todo esto, introducen los comestibles en unas gigantescas pailas y ponen a cocinar los que hayan que cocinar, y a asar los que se tengan que asar, entre ellos los plátanos, que como usted sabe -¿lo sabe?- hay que estarlos volteando a cada rato, y todo ello, en medio de un calor infernal, un calor casi de altos hornos.
Ahora bien, cocinados los alimentos, proceden a servirlos. Y una vez consumidos por los alumnos, recogen los 700 platos de acero inoxidable y se dedican a lavarlos junto con los demás utensilios. Hecho esto, se preparan inmediatamente para repetir la operación para el turno de la tarde cuando, al terminar el laborioso lavado y la operación de limpieza, dan por terminada la jornada de ese día; jornada que finaliza a las 5 de la tarde; es decir, 12 horas después de haberse comenzado. Como se puede ver, un régimen laboral que en nada se diferencia del que imperaba en los ominosos tiempos de la reina Victoria de Inglaterra, cuando, como hemos dicho, la jornada se extendía desde que salía el sol hasta que se metía, es decir, de sol a sol.
Como es fácil deducir, nadie que tenga un mínimo de sensibilidad social y humana puede permanecer indiferente ante una situación como la denunciada. Y así ha ocurrido en numerosas ocasiones cuando personas de muy elevada posición jerárquica dentro del mismo Ministerio, han tratado de convencer a la titular del despacho en el sentido de que lo que está sucediendo con las madres “procesadoras” no sólo viola derechos fundamentales de la persona humana, sino incluso la propia legislación laboral de Venezuela. La respuesta de la señora, según me informaron desde Caracas, no sólo fue justificar ese anormal estado de cosas sino que, además, adoptando un tono francamente airado les dijo que no le volvieran con ese asunto, porque eso ya era una posición adoptada y que hicieran lo que hcieran no la iba a modificar.
Pero ¿qué argumenta la señora ministra para justificar el terrible drama que viven estas madres? Bueno, ella dice que lo que estas personas prestan es una colaboración (¡una colaboración de 12 horas diarias de trabajo!). Sin embargo, en qué cabeza cabe que quienes viven en la pobreza extrema, en la pobreza más abyecta y miserable, puedan estar en condiciones de colaborar con nada ni con nadie? ¿Cómo pensar que quienes necesitan de una urgente colaboración de todos, sean precisamente las que están colaborando? ¿Que quienes necesitan que les den sean, por el contrario, las que están dando? ¿No es esto acaso un cruel e inhumano contrasentido?
Sin embargo, otro de los recursos a los que apela la ministra para tratar de convencer a la gente de que lo que está haciendo con estas infelices es absolutamente razonable y humano, es decir que ellas forman parte de una “misión”. Sin embargo, pongamos por caso que así fuera, la pregunta entonces sería la siguiente: ¿es que acaso los que trabajan en una “misión” no tienen derecho a comer, ministra? ¿Es que están obligadas a ver morir a sus hijos en medio de las peores penalidades y carencias, solo porque están trabajando en una misión? Porque esos 640 bolívares que tan irregularmente les pagan –ahora en mayo es cuando les están cancelando el mes de febrero- no cubre ni la mitad de la cesta básica o alimentaria. Y ante esto cabría preguntar de nuevo: ¿por qué la ministra, que es quien determina el carácter de misión de los trabajos que se realizan para ese ministerio, no da el ejemplo y cataloga el suyo de tal, es decir, de “misión”, y deja de cobrar el fabuloso sueldo que devenga? No, no lo hace, porque para ella la austeridad es sólo para los pendejos.
Y ya para finalizar este aguafuerte, dos últimas cuestiones relacionadas con esta funcionaria cuya designación como ministra no pudo deberse a una rigurosa evaluación de sus méritos académicos, intelectuales y humanísticos, sino a una poderosa y gigantesca palanca. Porque lamentable es reconocerlo, éstos vicio del amiguismo, del tráfico de influencia, del nepotismo, etc., todavía no han desaparecido. Todo lo contrario, están tan vivos como siempre lo estuvieron. Y lo prueba el hecho de que familiares y amigos de María de Queipo, tan analfabetos como ella, proliferan por casi toda las dependencias del aparato del estado. Otro caso que prueba lo dicho es el inefable sobrino de Rodríguez Araque, presidente de Hidrolago. Este sujeto, pese a las numerosas y violentas protestas que han protagonizado las poblaciones de Maracaibo, San Francisco y la Cañada, todavía mantiene en pie un racionamiento de agua que no se justifica. Entre otros motivos, porque aquí ha llovido tanto durante los últimos años, que hace poco hasta la represa Manuelote, debido a la cantidad de agua que le estaba entrando, estuvo a punto de colapsar. Y sin embargo, la carencia de ese líquido, especialmente en estos momentos de elevadas temperaturas, 42 grados a la sombra, es más crítica que nunca. A la luz de lo dicho, pues, cabría hacer una nueva pregunta: ¿Cómo entraron? ¿En virtud de qué mágicos sortilegios unos sujetos tan incapaces y malintencionados pudieron entrar a formar parte de la administración pública? Pues mediante los torcidos procedimientos mencionados.
Pero a lo que iba, a esta señora se le ha metido en la cabeza eliminar los libros de las bibliotecas escolares. La idea , si es que a esto se le puede llamar idea, es crear lo que ella llama “biblioteca digital”. Lo cual a nuestro juicio constituye un reverendo disparate, por cuanto “biblioteca es un término compuesto por dos vocablos. “biblio, del latín, que significa libro y “teca”, también del latín, que significa estante o mueble. Por lo que resulta cuando menos una impropiedad, por decir lo menos, hablar de “biblioteca digital”. Ahora, la pregunta es: ¿qué relación o parecido tiene un libro con una computadora? Por supuesto que ninguna. Y no sólo en cuanto a la apariencia o forma sino a lo que es más importante aún: a la posibilidad de enseñar y formar. Virtudes o propiedades estas que ninguna computadora, por muy sofisticada que sea, puede superar o aventajar a las del libro, el cual para la formación técnica y humanística del individuo es francamente insustituible.
Ahora bien, para ir preparando al personal que se encargaría del manejo de estas curiosas “bibliotecas”, se han venido dictando algunos talleres en sitios extremadamente alejados del sitio natural de trabajo de estas personas. Sin embargo, esto no es lo cuestionable, lo verdaderamente repudiable, lo que constituye un incalificable atropello y un abuso intolerable, es que las bibliotecarias no sólo tienen que financiar los pasajes sino también las comidas que tengan que ingerir en esos talleres. Al respecto, conozco el caso de una de estas maestras que gastó en tales menesteres alrededor de doscientos cincuenta mil bolívares de los viejos en un solo día. Como se comprenderá, para esta gente ese es un gasto que no se pueden permitir sin que se les desajuste por completo el modesto presupuesto del que disponen.
Pero además de lo dicho, es decir, que obligar a esas maestras a incurrir en los mencionados gastos constituye un atropello inaceptable, la mencionada imposición viola flagrantemente disposiciones expresas no sólo de la ley del trabajo sino también del contrato colectivo que las ampara. En este sentido, esas disposiciones establecen que los gastos que se originen debido a las actividades que el empleado o trabajador se vea obligado a realizar fuera de su ámbito natural de trabajo, tienen que ser sufragados por el patrón. Sin embargo, con un olímpico desprecio la señora ministra, olvidando que este es un Proceso profundamente humanista, se da el lujo de desconocer estas sagradas prerrogativas de quienes están al servicio de su despacho.
Pero por otra parte, existe un pequeño grupo de los llamado colaboradores, que a pesar de tener dos y más años trabajando como auxiliares y docentes en los distintos niveles de la educación primaria; que a pesar de no ser un personal superfluo o adventicio, pues hasta firmado tienen un contrato que les garantiza su ingreso a la nómina del despacho educativo, todavía es fecha que no saben qué va a ocurrir con ellos. Es decir, si lo van a incorporar o la nómina o van prescindir de sus servicios. Lo cual no podría ocurrir, a menos que se quiera violar el contrato que en el sentido de incorporarlos a la nómina tienen suscrito ambas partes. Sería bueno dilucidar este asunto cuanto antes, porque mientras se define los afectados han estado incurriendo en gastos que el ministerio no se los reconoce.
No sabemos si en realidad el Presidente está enterado de todos estos hechos irregulares. No nos consta ni una cosa ni la otra. Sin embargo, como la buena fe se presume y la mala hay que probarla, creemos que no.
Todos los datos que sirvieron para la redacción de estas líneas se basaron en informaciones obtenidas en la escuela Rafael Urdaneta, ubicada en la urbanización del mismo nombre en la ciudad Maracaibo.
Ya don Rafael habló.