Se supone que todos los actos del gobierno deben estar dirigidos a desmontar el sistema capitalista para construir una sociedad socialista, donde la gente valga más que las cosas. Está claro: En el capitalismo la gente tiene derechos por lo que tenga, y no por el hecho mismo de existir, por los valores elevados que exprese en su vida. “Tanto tienes, cuánto vales”. Esa frase resume todos los valores del capitalismo.
En cambio en el socialismo, la antítesis del mercantilismo, la gente ha de valer por sí misma, por existir, y cuando ayude a producir riquezas, disfrutará de ellas de acuerdo a su trabajo, y esas riquezas se distribuirán buscando cumplir el principio “De cada quien según su capacidad, a cada quien según su necesidad”. Es el principio comunista al cual los bichotes del capitalismo de todos los tiempos le temen como al más terrible fantasma del futuro, al cual no le han permitido convertirse en realidad palpable, en la lucha de clases, claramente definida como tal desde el siglo 19, cuando el concepto comenzó a recorrer el mundo. Desde los tiempos de Carlos Marx.
Por eso es necesario legislar en función del socialismo, más allá de las presiones de las corporaciones y sus sobornados, que siempre buscan halar la brasa para su sardina.
En el ámbito de los “derechos de autor” lo que está consagrado en los convenios internacionales y en las leyes es la protección de las cosas: las “obras” consideradas en sí mismas. Incluso existe una larga lista definiendo los tipos de obras y los tipos de derechos sobre las mismas, que “protege” la ley o el convenio de que se trate. Los llamados “derechos morales” son un eufemismo consagrado que nadie respeta, a menos que la violación de ese “derecho” atente contra la legítima “explotación de la obra”. En el hecho, lo único legítimo en la legislación vigente en el mundo, sobre ese tema, es esa sacrosanta explotación. Cuando la violación de la integridad de la obra beneficia esa explotación, se desecha el derecho moral y se procede pública y notoriamente, a destrozar una obra, que termina siendo un bodrio ridículo plagado de manipulaciones que los ejecutivos de los canales de TV creen que “venden”.
Es el caso, por ejemplo, de dos obras maestras de la literatura venezolana, que están siendo ferozmente explotadas, supongo que con el convenimiento de los herederos, por empresas de TV, que las han convertido en culebrones más de lo mismo, que expresan los valores fecales que predominan en el capitalismo: La violencia, la competencia entre las mujeres de la misma familia por un macho, el asesinato a sueldo; todo dentro de una truculencia que permita mantener enajenadas a las víctimas que se aficionan a tales esperpentos, mientras el mundo se cae a pedazos, y mientras la explotación contra la Tierra y la humanidad llega a límites insostenibles.
¿Dónde están los derechos morales de Rómulo Gallegos por “Doña Bárbara”? -Tal vez los dientes del esqueleto del escritor rechinen en su tumba por el desastre que se ha hecho de su obra maestra, convirtiéndola en una escatológica y banal teleculebra para adultos, sin respetar siquiera el nombre. Por lo menos pudieron hacer una obra derivada, y referirse a la original. Pero tuvieron que destrozarla.
¿Y dónde están los derechos de Miguel Otero Silva por “Cuando quiero llorar no lloro”? Otra que se está descomponiendo en la podredumbre de la mente de los ejecutivos, expertos tal vez en “explotar” una obra, pero que no tienen la menor idea de lo que vale una novela buena, ni la creatividad para imaginar temas nuevos y buenos que encomendarles a sus escritores asalariados.
Esa violación flagrante, pública y notoria de los derechos morales de dos ilustres autores fallecidos, prostituyendo sus obras, sin que sus herederos defiendan los tales derechos, debiera ser detenida de acuerdo a la legislación vigente. Pero existe un principio capitalista en esa misma legislación: LOS DERECHOS MORALES SE PROTEGEN SIEMPRE QUE NO PERJUDIQUEN A LA “NORMAL” EXPLOTACIÓN DE LA OBRA. Y ese termina siendo el verdadero principio que defienden los beneficiarios de esas leyes y convenios.
Una legislación venezolana de transición hacia el socialismo debe defender los DERECHOS HUMANOS de las autoras y autores, más allá de las cosas, de las obras, y esos derechos deben ser inalienables. Esos derechos son: A la remuneración, y al reconocimiento. Y los Derechos Humanos de la comunidad, a disfrutar de las creaciones culturales en su prístina integridad. Obras portadoras de valores sociales que inciten a la solidaridad, a la libertad, y que expresen la creatividad humana en su más enaltecedora floración.
“Doña Bárbara” expresaba la lucha entre el capitalismo que comienza a penetrar en el campo venezolano -representado por Santos Luzardo- y las relaciones semifeudales representadas por Doña Bárbara. Además, es expresión de una realidad ubicada en el tiempo y en el espacio, que caracterizó un momento de la historia de nuestro país. Y Gallegos lo expresó de manera magistral, en una novela que podemos leer varias veces sin aburrirnos.
“Cuando quiero llorar no lloro” también expresó la realidad de los sesentas, y mostraba la vida de tres jóvenes de diferentes estratos sociales, uno burgués, sumergido en la banalidad y la estupidez, el hijo del parlamentario revolucionario que conoce la represión y la muerte en manos de un régimen que de verdad verdad era opresor y violento, y uno que, atenazado por la pobreza, padece de otra clase de violencia. Ya antes hubo una película sobre esta obra, con guión de Román Chalbaud, que respetó la novela hasta donde fue posible. Es una novela que se deja leer, bien construida, y que expresa la realidad social en medio de una trama de ficción muy bien urdida. Es una obra literaria, pues.
Otra cosa son los bodrios que se están mostrando actualmente en la televisión, como muestras de la descomposición del sistema capitalista, que necesita urgentemente ser sustituido por el socialismo, el sistema social que garantiza todos los derechos del pueblo.