El 15 de enero de 1960, en la celebración del vigésimo aniversario de la Sociedad Espeleológica, el dirigente cubano Fidel Castro expresó: "El futuro de nuestra patria tiene que ser necesariamente un futuro de hombres de ciencia, tiene que ser un futuro de hombres de pensamiento". Y seguidamente enfatizó: "Cuba necesita mucho de los hombres de pensamiento, sobre todo de los hombres de pensamiento claro, no solo hombres que hayan acumulado conocimientos, hombres que pongan sus conocimientos del lado del bien, del lado de la justicia, del lado de la patria". Abogaba Fidel en esta ocasión por una ciencia colocada al lado del bien y de la justicia porque en aquel inicio de la década de 1960 ya nadie en el mundo dudaba de que la ciencia podía servir tanto para el bien como para el mal y que la irracionalidad de los que gobiernan es la que puede situar la ciencia al servicio de oscuros intereses o convertirla incluso en una amenaza para la vida en el planeta. Después de los días 6 y 9 de agosto de 1945, cuando la administración Truman aniquiló las poblaciones de Hiroshima y Nagasaki con el lanzamiento sobre ellas de sendas bombas atómicas, quedaron disipadas todas las dudas acerca de la existencia de esta dualidad real y amenazante de una ciencia para el bien o para el mal.
Hubo un tiempo sin embargo en que se polemizaba sobre el futuro de la ciencia en relación con el futuro de la humanidad. Una polémica famosa tuvo lugar entre el filósofo británico Bertrand Russell (1872-1970) y el geneticista y bioquímico marxista John Haldane (1892-1964), el primero en calcular (1932) la frecuencia de mutación de un gen humano. Con el título "Dedalus or Science and Future" (1923), Haldane escribió una apología de la ciencia, una muy optimista descripción de sus beneficios y del brillante futuro que tendría la humanidad mediante el desarrollo industrial y el socialismo. Era la época del entusiasmo cientificista. Pero Russell ripostó (1924) con su obra "Icarus or the Future of Science", mediante la cual expuso sus temores de que la ciencia sirviera, por el contrario, para agravar los males de la humanidad y destruir la civilización. Ambos, Haldane y Russell, aluden en los títulos de sus obras al mito griego según el cual Dedalus, símbolo de sabiduría y conocimiento, inventa unas alas de cera para escapar del Laberinto, pero su hijo Icarus ignora las advertencias de su padre de no acercarse demasiado al sol. Russell prevee que la humanidad, con el fuego de una ciencia incontrolada, puede sufrir la misma suerte de Icarus cuando el calor del sol le derritió sus alas. "He llegado a temer –escribe Russell en la Introducción de su ensayo- que la ciencia sea utilizada para promover el poder de los grupos dominantes, en vez de buscar la dicha y prosperidad de los hombres".
Pero esta dualidad cuyo símbolo más antiguo es "el árbol del bien y del mal" que, según el Génesis (2:9), hizo Dios surgir de la tierra, se torna insidiosamente más compleja en la contemporaneidad. Surgen con ésta fenómenos que facilitan la utilización de la ciencia para mantener el statu quo de las ideas e instituciones más retrógradas, como el neonegacionismo, entendido como corriente negacionista que desmiente teorías y acontecimientos históricos que la ciencia establecida reconoce y ha dado por válidos. Los ejemplos más notables son la negación del Holocausto y, más recientemente, la negación de la existencia del cambio climático. Esto último ha servido de pretexto a la ultraderecha estadounidense para rechazar políticas que afectan a la multimillonaria industria de los combustibles fósiles y, a la administración Trump, para retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París sobre cambio climático, decisión que constituye un retroceso en los esfuerzos internacionales por preservar el planeta y que tendrá consecuencias potencialmente catastróficas.
En el transcurso del último siglo, con el desarrollo incesante de la tecnología, ha ido surgiendo con fuerza otro fenómeno alarmante, el empoderamiento de una tecnocracia cuyas decisiones, con frecuencia deshumanizadas, configuran el mundo globalizado. El paradigma tecnocrático no se identifica con el desarrollo científico-técnico porque su finalidad no es la de servir al verdadero progreso social de la humanidad sino que, al adueñarse de las decisiones políticas y económicas en beneficio de las corporaciones en un mundo donde, además, el capital financiero es tres veces mayor que el capital productivo, y ambos están en manos de una exígua y privilegiada parte de la población, poco espacio queda para salvaguardar no ya la dignidad sino la vida misma del ser humano y su medioambiente. Habría que sustituir el paradigma tecnocrático por el de una ética ecológica integral para que –como diría Habermas- la técnica no se convierta en esclava de la tecnocracia.
Por último, no puedo dejar de referirme a un artículo que puedo calificar -sin hipérbole- de aterrador, publicado por The New York Times con fecha 28 de diciembre de 2019 con el título "La ciencia bajo ataque: como Trump está marginando a los investigadores y a las investigaciones" (*). El artículo comienza denunciando que "en solo tres años la administración Trump ha disminuído el papel de la ciencia en la elaboración de las políticas federales mientras elimina o limita proyectos de investigación en todo el país, realizando una transformación del gobierno federal cuyos efectos, según los expertos, podrían repercutir durante años".
El artículo de The New York Times describe los daños que está causando la administración Trump en diversas esferas de la investigación científica, principalmente en las que se relacionan con las afectaciones al medioambiente y la salud pública por parte de industrias mineras y de extracción de petróleo. Las investigaciones sobre el cambio climático son las que han sufrido mayor daño. Cientos de científicos de alto nivel se han visto obligados a abandonar sus áreas de trabajo. La Environmental Protection Agency (EPA) por ejemplo, ha visto reducido su personal al nivel más bajo en más de una década. Una de las estrategias que sigue la actual administración para imponer su agenda es la de eliminar los proyectos individuales que no estén explícitamente protegidos por el Congreso.
La política de marginación de la ciencia, denunciada por el Times, que ha puesto en marcha la administración Trump es algo inédito en la historia de los Estados Unidos, país que ha alcanzado su poder y su riqueza precisamente por el apoyo que ha prestado siempre no solo a la investigación aplicada y al desarrollo tecnológico sino muy especialmente a la investigación fundamental o básica. Ninguna administración anterior, demócrata o republicana, puso tales obstáculos a la investigación científica. Sorprende ver que quien presenta como lema de campaña electoral "hacer grande de nuevo a este país" sea el que socave tal vez el principal pilar en que se afianza su grandeza.
(*) "Science under attack: how Trump is sidelining researchers and their work", by Brad Plumer and Coral Davenport, The New York Times, 12/28/2019.