En la sociedad capitalista existe la matriz, creada por las empresas publicitarias, de que las marcas garantizan la calidad de los productos, y que las patentes estimulan “la invención”. Nada más falso. Para posicionar una marca en “el mercado” basta con una agresiva e ingeniosa campaña publicitaria. Pero eso no garantiza, para nada, que los productos por ellas identificados, tengan la calidad que el slogan pregona.
Recuerdo que hace tiempo, los pantalones “Lee americanos” se fabricaban en un taller cerca de la esquina de Puerto Escondido, Caracas; por cierto que los patronos eran bastante explotadores y maltratadores con las costureras y los costureros. De allí salían con todas las etiquetas en inglés y todos los dispositivos que identificaban un producto original e “importado”, listos para ser vendidos a precios exorbitantes. Y muchos productos de marcas famosas son comprados al por mayor en los países del tercer mundo, donde son maquilados utilizando la sobre explotación de familias enteras, y luego los etiquetan para venderlos mucho más caros “por la marca”.
Y así con todo. Un eslogan pegajoso, una buena inyección de dinero en la televisión y ya tienes una marca en “el mercado”.
En cuanto a las patentes, eso de que estimulan la invención no era cierto ni siquiera en los primeros tiempos de existencia de la llamada propiedad intelectual. Recuérdese cómo el magnate llamado Tomás Alva Edison le amargó la vida a Nicolás Tesla, por haber inventado la corriente alterna, y pretendió impedir que ésta se utilizara para la iluminación pública, por el sencillo hecho de que él (Edison), tenía la patente de la corriente continua.
A lo largo del tiempo las patentes también han devenido en papeles negociables y trampeables, con las cuales grandes empresas sacan del mercado a otros productores, con el fin de vender sólo ellos determinados productos (es conocida la tracalería que utilizan en productos farmacéuticos), con ponerle un olorcito, un sabor o una nueva presentación a uno cuya patente se les ha vencido. Sin que los aditivos o modificaciones mínimas tengan altura inventiva, sólo utilizando los servicios de bufetes que manipulan las normas para ganarse sus honorarios, y manipulando o hasta comprando a funcionarios de propiedad intelectual.
La situación está cambiando en Venezuela. En el caso de la "Nueva Variante Cristalina del CDCH, Procedimiento para su producción y Preparados Farmacéuticos que lo contienen", otorgada el pasado 12 de julio de 2000 a la empresa Bayer Healthcare, esa patente fue anulada, dando como resultado que ahora cualquier laboratorio puede producirla, por lo cual, eliminando el monopolio, los precios de los medicamentos serán más bajos.
Los genéricos ganaron esta batalla contra la poderosa transnacional. Es una de las buenas noticias que se escuchan en estos tiempos de fin de año, augurando que, para el próximo, debe haber más y mejores nuevas para el pueblo.
Pero para que este proceso continúe, es necesaria la participación de la gente, en el entendido de que se trata de una revolución y, por mucho que se avance y se logren cosas buenas, la revolución completa sólo la logran los dolientes, el pueblo; y conscientes como estamos de que, en medio de una matriz capitalista, todos estos logros del gobierno bolivariano pueden ser efímeros si los contraataques del imperialismo y sus lacayos logran derribar lo que se ha construido.
Y ese contraataque es en lo exterior y lo exterior del proceso revolucionario.
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