Afuera

El tiempo de El Imperio no es un capricho teórico de profetas trasnochados. Es el fruto del movimiento de lo real al interior de las fuerzas del capital. Si algo lo caracteriza, es la subsunción real y formal del trabajo, su disolución al interior de la lógica del capital. Es decir, el evento que coloca al trabajo inmaterial como hegemónico. ¿Qué significan estos dos conceptos? El primero, implican que todos los aspectos de la sociedad quedan subordinados a un solo modo de producción, que ya no solo es dominante, sino también homogeneizador del mundo de la vida. Se reducen a su mínima expresión, aquellos espacios alternativos o distintos a la reproducción del capital. Las relaciones simbólicas que articulan al deseo, quedan ancladas a las discursividades de una surte de guión. En segundo lugar, la subsunción formal significa, que en términos aparentes se mantienen fases independientes, al interior del modo dominante, pero estas terminan siempre recuperadas por la lógica de mercado.

Esta tendencia se va haciendo universal y va integrando en una relación sincrónica a las distintas expresiones del capital nacional. Una relación cada vez más universal: Es el capital internacional integrado, tal cual lo planteó Marx. La subsunción asegura al capital el fin del valor de uso, a favor del valor de cambio, y de allí, este horizonte se mueve a la primacía del los capitales de representación, como los juegos especulativos en los mercados bursátiles, por encima de la producción real. Así, cualquier antagonismo que surja en alguna localidad contra el capital, es de la misma manera universal y significa la confrontación con la lógica del capital en su totalidad. De manera que El Imperio es la fase superior del Imperialismo. Las formas globales del mercado anulan las autonomías, negando cualquier afuera; esta aparente fortaleza, dada por la centralización, se disloca en los momentos críticos, pues la crisis de un sector, afecta los núcleos centrales del capital y arrastra a todo el sistema, afectando particularmente los eslabones más débiles. Esto afianza el carácter global de la dominación, pero también del sentido general e internacionalista de la lucha por la emancipación del capital, vinculando lo local a lo global como nunca antes.

La globalización del capital es también la generalización global de la lucha contra el capital. Atreverse a contestar, resistir, construir un afuera, es atreverse a parafrasear las condiciones de posibilidad de un nuevo mundo. El éxodo, la salida, pasa por (corromper) romper con la maquina estatal capitalista, pero hay que ir más allá. Expropiar el poder, por sí mismo no significa nada. Hay que vaciarlo hacia abajo de modo transformado, superando el Dictat del capital, para fundar nuevos lenguajes. Ir a distintas prácticas que hagan otras formas de vida. El gobierno de La Comuna que se hace Estado, implica una tensión permanente y de confrontación; por ejemplo, con las formas burguesas de representación, de división del trabajo, sus privilegios y jerarquías asociadas.

Esto pone en vigor de manera renovada, el debate sobre Potencia y Poder; es decir, actualiza y cualifica la naturaleza permanentemente trasformadora y fundadora del poder constituyente, ahora enfrentado a las formas constituidas de la propiedad, a favor de inéditas manifestaciones del trabajo vivo del movimiento de lo real en lo común; es precisamente allí en donde habita y se alimenta ese poder. Allí, en esa ruptura, entre las formas de la propiedad privada, constituida como poder y la emergencia de la nueva forma de objetivación de la clase, devenida en sujeto, surge La Multitud de lo común. Allí se oye crujir al capital. “La Comuna” es entonces, la consigna que genera el paralelaje, lo que articula la nueva Hegemonía.


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Juan Barreto

Periodista. Ex-Alcalde Metropolitano de Caracas. Fundador y dirigente de REDES.

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