Este país tiene una tradición pacifista tan arraigada que realmente son pocas las personas que se han preocupado por la amenaza que representan los últimos acontecimientos, relacionados con las acusaciones vertidas en contra nuestra en la OEA. La mayoría ha optado por obviar el tema.
No se habla, no se dice, ni siquiera se manifiesta nada. Ninguna marcha contundente de esas que se convocan para demostrar unidad, y para enviar señales de que aquí no nos tomamos a juego semejante amenaza.
A excepción de los medios del Estado, el tema ha sido nuevamente abordado con la ligereza propia de aquellos que se han encasillado en la obcecada premisa de que es bueno lo que perjudique a Chávez. Así que, si se trata de que nos invadan, pues bienvenidos los sanguinarios marines. Los obsesionados le pasan por encima a la historia y se olvidan de lo criminales que suelen ser las intervenciones militares, más aún aquellas que emprende con tanta frecuencia el imperio norteamericano, bien llamado por uno de los suyos recientemente, Chomsky, como "el mayor terrorista del mundo".
Otros, más optimistas, se aferran a la exclusiva idea de que la pataleta de despedida de Uribe y su ridícula exposición de fotos viejas terminará el próximo fin de semana, cuando Santos asuma el poder. Pareciera como si este último acto uribista, acorralado por el montón de juicios penales abiertos en contra de su familia y sus más cercanos colaboradores, por nepotismo, corrupción, prevaricación, vinculación con el paramilitarismo y un largo etcétera, se deba exclusivamente al visceral odio que el saliente Presidente colombiano siente hacia nuestro Mandatario, tan parecido este a todas esas cosas que el hombre de Nariño desprecia, sobre todo aquellas relacionadas con ideas revolucionarias y pigmentación epidérmica pasadita de oscuro.
Olvidan los que creen que el próximo fin de semana se acaba esta película fastidiosa, que el que viene, Juan Manuel Santos, es más de lo mismo. Los dos son peores, si se me permite el exabrupto gramatical. No olvidemos que Santos reivindicó con total cinismo el bombardeo a Ecuador, donde murieron no sólo el jefe guerrillero Raúl Reyes, sino unos cuantos estudiantes mexicanos que habían ido al campamento a hablar de paz.
El Presidente electo de Colombia se ufanó de la masacre y se deleitó con sus resultados. Él mismo se encargó de atizar la candela con el supuesto contenido de la computadora aquella que Raúl Reyes recargaba enchufándola de un árbol.
Lo peligroso para nosotros no es sólo que la derecha colombiana, secundada, ¿cuándo no?, por un periodismo servil que se encarga de ponerle música de fondo y ambientación apropiada a la farsa, gobierna el país vecino, sino que este circo ha servido de distracción para que terminen de instalarse las ocho bases militares norteamericanas, que sí es verdad que no son un chiste.
Las fotos de unos cuantos presuntos guerrilleros, comiendo pernil en una parrillada en cualquier selva de cualquier país, le han dado la vuelta al mundo como prueba "irrefutable" de que nuestro Gobierno apoya el terrorismo. Todavía estamos esperando las gráficas de esas ocho amenazantes bases que atentarán, no cabe duda, no sólo contra nuestra estabilidad, sino contra la de todo el continente. El que vendrá formará parte de la orquesta. No cabe duda.
mlinar2004@yahoo.es