Yeti, Pié Grande, el trauco y Bin-Laden

Barack Obama ha incluido a Osama Bin-Laden en el interminable listado de mitos físicos cuyos cuerpos nunca han sido vistos. Y que nunca se verán. Pero el afroamericano que hoy dirige a EEUU  no es confiable ni creíble.

Arturo Alejandro Muñoz

SEGÚN CONTÓ OBAMA, el proceso de asesinato duró cuarenta minutos. Consumado el crimen, el cadáver de Osama Bin-Laden fue recogido por los ‘Rambo’ de  la marina de EEUU, subido a un helicóptero y lanzado al mar.

Subsisten dudas razonables que apuntan a la estructuración de un montaje –uno más- por parte del gobierno estadounidense, ya que hace algunos años, cuando un violento terremoto asoló Afganistán, el gobierno de Francia (o, mejor dicho, el principal servicio de inteligencia gabacho) aseguró que Bin-Laden había perecido víctima del sismo, información que fue compartida por otros gobiernos europeos y asiáticos, hoy aliados de Estados Unidos.  Washington afirma que lo anterior era una falacia, y que la única verdad es la mencionada por Barack Obama.

Durante una década, EEUU y sus aliados culparon a Bin Laden de cuanto estropicio y tragedia ocurría en el planeta. Contaban con un chivo expiatorio –una especie de tonto útil- que les permitía esconder sus verdaderas intenciones bajo el disfraz de la democracia y la paz. Crearon un mito, una leyenda…y tal cual les sucede a los mitómanos, finalmente el manejable pueblo norteamericano terminó creyendo en ella, sufriéndola y huyendo de una sombra falaz.

Washington, el Pentágono y la CIA crearon al hombre de barba, al misterioso líder que encabezara hace décadas la resistencia afgana ante la invasión soviética. Si alguien se sorprende con esto, más se va a espantar cuando se entere de que Osama Bin-Laden vivió largos años en Nueva York en calidad de estudiante de intercambio. No cabe duda que allí fue “entusiasmado” por la Central de Inteligencia para colaborar con occidente en detrimento de los intereses soviéticos en la zona.

De regreso a Oriente, Bin-Laden fue escogido por el establishment político-militar norteamericano para encabezar la resistencia a la invasión de una ya decadente URSS. Washington armó a Bin-Laden…lo instruyó, lo capacitó, le dio alas y apoyo. Poco faltó para que el inefable Congreso gringo le premiase con una medalla al mérito. El problema vino más tarde, cuando los yanquis decidieron que Afganistán, sin soviéticos, debía contar con la presencia y “administración” norteamericana, misma que torpemente deseaba occidentalizar a un país de oriente. No hubo éxito.

Peor todavía, el antiguo aliado se tornó díscolo y exigió asuntos que resultaban escandalosos para Washington: ¿independencia, soberanía, libertad de comercio, petróleo de y para los afganos? “¿Qué se creen esos desarrapados barbudos malolientes, islamistas, cavernarios del siglo XIII?”. Entonces surgió el nuevo Bin-Laden. Y fue enemigo, y fue terrorista, y fue asesino, y fue loco, y fue un peligro para la paz mundial, y fue el anticristo…y fue –según los norteamericanos e israelitas- todas esas cosas, y muchas más.  

Sobrevino el ataque a las Torres Gemelas y a partir de aquel momento, la ‘creación’ estadounidense se convierte en “peligro mundial”. Había que asesinarlo, dispararle en la cabeza, volarlo en mil pedazos, arrojar sus restos mortales al Mar Mediterráneo, o al Rojo, o al Báltico, a cualquiera de ellos…mas, por ningún motivo, capturarlo vivo para que el mundo exigiese observar un juicio en tribunales internacionales, ya que ello implicaría que el planeta se enterara de cuán buen socio de USA –por obra y gracia de USA- había sido el tal Bin Laden.

Barack Obama decidió  que era preferible nutrir la vieja leyenda y convertirla en mito. Bin-Laden se incorporó entonces al listado de personajes como el Trauco, Pié Grande, Yeti el hombre de las nieves, el monstruo del lago Ness, Drácula y otros seres ficticios (o quizá reales) de similar estampa. Y el Presidente de los Estados Unidos de Norteamériuca se despachó el numerito de su vida al enredarse en explicaciones que aumentaron las razonables dudas respecto a los montajes propiciados y efectuados por instituciones yanquis a lo largo y ancho del planeta.

De ese modo, Barack Obama se transformó en el político menos creíble de todo el mundo, pues, definitivamente, nos ha demostrado que sólo se trata de un afroamericano mentiroso, doble estándar y cipayo de sus amos sajones.

¿Cómo confiar en la palabra de un individuo que se contradice absolutamente en tan corto tiempo? Luego de que los SEALS de la marina norteamericana ejecutaron a Bin-Laden, refiriéndose al líder árabe y al atentado a las Torres Gemelas, Obama –como mensaje al mundo islámico- dijo en cadena nacional: “Se equivocaron los terroristas, porque nosotros los americanos NUNCA OLVIDAREMOS”.

Pero, cuando estuvo en Chile invitado por Sebastián Piñera, respecto de los asesinatos y sangrientas violaciones a los derechos humanos cometidos por las dictaduras militares en América Latina, muy suelto de cuerpo aseguró: “Hay que olvidar el pasado”.

Por ello, para Washington, para la CIA y para aliados como Zapatero, Berlusconi y Sarkozy, es mucho mejor alimentar el mito para esconder la verdad. Después de todo, ningún mito puede derribar un gobierno, ni dar muerte a un genocida. 

arturoalejandro90@gmail.com



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Arturo Alejandro Muñoz


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