Esta es una interpretación de vieja data en la historiografía venezolana. De acuerdo con ella, los acontecimientos del 19 de abril caraqueño y el subsiguiente proceso independentista venezolano se debieron a los influjos lanzados hacia nuestra comarca sureña por el movimiento de la Ilustración europea, en primer lugar, por la Revolución Francesa, en segundo lugar, y por la revolución independentista angloamericana, en tercer lugar; lo que quiere decir entonces que las causas de aquellos extraordinarios acontecimientos ocurridos en suelo venezolano a partir del año 1810 hay que buscarlos fuera de nuestras fronteras, hay que buscarlos en el mal llamado Viejo Continente, esto es, en el “continente de la civilización, del progreso, de la modernidad, de la ciencia y de la democracia”.
Lo que nos dice en concreto la interpretación colonialista es que los venezolanos de aquellos tiempos no fueron los impulsores de la iniciativa de su propia liberación, fueron ellos, más bien, simples juguetes de las revoluciones europeas y de sus líderes, meros objetos de circunstancias foráneas, fueron como veletas movidas por causas ajenas, todo lo cual significa en sentido estricto que los habitantes de esta comarca fueron independizados por sus propios colonizadores; estos estimularon con sus ideas y acciones a los de aquí a dar el atrevido y arriesgado paso de enfrentarse a las autoridades coloniales, deponerlas y declararse independientes de España. Así es en sustancia la versión colonialista del proceso independentista nacional, una versión divulgada por la historiografía tradicional venezolana, entre cuyos plumíferos se cuentan historiadores consagrados de la taya de Gil Fortoul y Guillermo Morón.
Decimos que la misma es una interpretación colonialista porque sus efectos, en el plano de las ideas, favorecen la mentalidad colonial presente en varios sectores de la organización social nacional y, por tanto, refuerza la continuidad de la relación de dominio ejercida desde el Norte sobre nuestro terruño sureño; también, porque coloca la iniciativa del movimiento emancipador venezolano en procesos acontecidos en ámbitos geográficos muy alejados del territorio nacional; porque de la misma manera, presenta a los venezolanos como un pueblo miedoso, irresoluto, carente de energías libertarias, sin empuje autonómico, incapaz de atrevimiento emancipatorio, sin aliento para ejecutar el proyecto de su propia liberación. Estas rebeldes cualidades no están presentes en los habitantes de nuestro país, expresa el punto de vista colonial. Y por estas carencias, nuestra independencia así como la república tuvo que esperar la ayuda foránea para poder arrancar. Y como consecuencia de esta ayuda los venezolanos hemos tenido entonces que arrastrar, a todo lo largo de nuestra historia republicana, una incalculable deuda de gratitud con el norte, misma que ha comportado de nuestra parte, obligaciones respecto a nuestros favorecedores. El problema con ese sentimiento de obligación es que ha facilitado a los europeos la recolonización de Venezuela, proceso iniciado inmediatamente después de constituirse la república en 1830 y que se extiende hasta los tiempos presentes.
Pero en verdad, la interpretación colonialista nos ha vendido una versión simplista, torcida y unilateral de las causas del proceso independentista venezolano, proceso que en realidad no fue provocado desde el exterior, pues en los acontecimientos del 19 de abril y en los sucesos siguientes intervinieron numerosos factores, la mayoría de los cuales y los más determinantes cuajaron en la propia realidad venezolana. Fueron estos factores internos los verdaderos catalizadores del proceso independentista venezolano; fueron circunstancias surgidas en el propio orden colonial las que desencadenaron los acontecimientos de la independencia, y fueron además los mismos venezolanos los que tomaron en sus manos las tareas de su propia liberación colonial. Aquí se juntaron factores estructurales, agentes coyunturales, además del arrojo, valentía, constancia y ansias de independencia de muchos venezolanos. En fin, una suma de eventos confluyeron en la Venezuela de 1810, para servir de detonante del proceso independentista iniciado en firme este mismo año.
En primer lugar, tenemos la crisis de agotamiento del sistema colonial español, una de cuyas manifestaciones, en tiempos del monarca Carlos IV, fue la decadencia moral de la monarquía. La reina María Luisa, una mujer sin ningún ángel, cayó en la depravación, su vida era a todas luces disoluta, con numerosos amantes, uno de los cuales, el favorito, Manuel Godoy, era quien realmente llevaba las riendas del trono; la crisis también se expresa en la derrota sufrida por la armada española en Trafalgar (1805), ante su contraparte inglesa, por cuya razón, a partir de entonces, España se verá en dificultades para garantizar el comercio con sus colonias americanas; pero el episodio que provocará el hundimiento definitivo de la deteriorada monarquía española fue la invasión de la península ibérica por parte del poderoso ejército francés, acontecimiento iniciado a fines de 1807 y que se tradujo en la ocupación completa del territorio español por más de cinco años. Como consecuencia de dicha invasión Carlos IV y su hijo Fernando, heredero del trono, fueron obligados a abdicar y en su lugar el Emperador Napoleón colocó a su hermano José Bonaparte. En estas circunstancias, ante la ausencia del monarca legítimo, la poderosa clase mantuana caraqueña aprovecha para organizar un movimiento que le permitirá, más tarde, concretar sus viejas aspiraciones de hacerse con el gobierno de la capitanía general de Venezuela.
En segundo lugar, en lo atinente al orden interno colonial, agregamos que tal orden alimentaba la inconformidad, el conflicto, la insatisfacción, en razón de las profundas injusticias sociales sobre las cuales se cimentaba. En este mundo, lo sobresaliente eran las restricciones a las libertades económicas, políticas y de creencia; la discriminación por razones de raza, color y sexo; los atropellos a los inconformes, la represión a quienes se rebelaban contra el sistema colonial y, lo peor, la conversión en cosa comercial, esclavos, a miles de seres humanos, a quienes se trataba sin ninguna conmiseración y en cuyos hombros se colocaron las labores más exigentes. Así era aquella sociedad, dirigida por unos gobernantes, españoles y criollos, que no sintieron ningún remilgo a la hora de imponer a una parte de la población la condición de esclavos, a otra parte, la condición de siervos, y a otra parte, los descendientes del cruce de aquellos, la discriminación racial.
Por supuesto, para mantener un estado de cosas así de oprobioso, se requerían muchos controles, una exhaustiva reglamentación, en fin, un estado absolutista dispuesto a utilizar en cualquier ocasión la tortura, el asesinato, los instrumentos del terror y la fuerza de las armas, para lograr el sometimiento de las mayorías inconformes. Estos recursos ayudaban mucho al sostenimiento de una sociedad como esta, que por lo demás se encontraba sumamente fragmentada, compuesta de numerosos elementos heterogéneos, y minada por hostilidades latentes o declaradas. Por esa situación, los venezolanos, desde el maltratado esclavo hasta el empingorotado mantuano de buen linaje, sufrían, unos más que otros, las tribulaciones derivadas de la situación colonial.
De allí que el grueso de la población tuviera razones para estar inconforme con el sistema del que formaban parte. Los criollos estaban descontentos por las restricciones impuestas por las autoridades reales a la libre producción y comercio, también lo estaban por las limitaciones a sus aspiraciones de alcanzar mayor poder político en la colonia; los pardos y mestizos lo estaban por la discriminación de la cual eran víctimas, su origen étnico era una mácula que arrastraban de por vida; los indios y negros estaban descontentos por ser los peor tratados, para ellos solo había obligaciones: la obligación de trabajar las tierras, de pagar tributos, de parir y acrecentar la mano de obra esclava y servil; de fabricar edificios públicos, iglesias y viviendas de los blancos, de servir en las casas de los criollos blancos, atendiendo directamente las diferentes tareas domésticas. De manera que cada grupo en esta sociedad tenía razones para sentirse molesto e inconforme con el orden prevaleciente y, por tanto, con disposición a actuar a los fines de intentar cambiar algo la situación preponderante.
De allí que los acontecimientos ocurridos el 19 de abril actuaron cual llama encendida en un polvorín, incendiaron la pradera, animaron a los inconformes, es decir a casi todos los habitantes venezolanos, para que procedieran a aprovechar tan extraordinaria ocasión para manifestar tanto sus insatisfacciones como sus aspiraciones. Por eso fue que a pocos días de los sucesos abrileños aparecieron, en varios lugares de la provincia de Caracas, grupos armados vociferando toda clase de consignas. Aquello fue un revoltijo de contradicciones, que el sector más temeroso de los mantuanos trató de controlar a través de la Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII, el gobierno constituido por los integrantes de su clase, luego de destituido el capitán General, Vicente Emparan. Pero muy pronto, a pocos meses del 19 de abril, la evolución de los acontecimientos escapó de sus manos y fue por este cambio de situación en la correlación de fuerzas que se vieron compelidos, los miembros del reciente gobierno, a declarar la independencia y a constituir la Primera República de Venezuela. Pero con ello y muy a su pesar, lo que vino inmediatamente fue la reacción realista, la reacción de criollos y españoles partidarios de la regencia, en maridaje con la reacción popular, la de la ninguneada clase de colores, constituida por zambos, mulatos, negros e indios, dispuesta a cobrarse los trescientos años de discriminación y esclavitud cometidos en su contra por los independentistas blancos. Y entonces se desataron las hostilidades, vino la descomunal conflagración, la temida guerra social, la guerra de clases y colores. Los venezolanos se dividieron en dos bandos: la minoría se fue detrás de la bandera republicana, mientras que los más se fueron detrás del estandarte realista; y, como era de esperarse, los primeros llevaron la peor parte durante la primera mitad del conflicto. De 1810 a 1816 aproximadamente la guerra en Venezuela tuvo un carácter social, de clase; los sectores populares, la gente de color, pelearon contra los propietarios de tierra, los amos blancos, a los cuales casi que aniquilaron durante la conflagración; luego, a partir de este año 1816, después que surgieran en la evolución del conflicto nuevas circunstancias y cambiara la composición social de los ejércitos, la guerra adquirió el carácter de guerra nacional de liberación, y el ejército republicano la condición de ejército popular libertador. Con estos cambios, el conflicto pudo finalmente finalizar, siendo finalmente derrotadas las fuerzas del colonialismo español por el pueblo venezolano en armas bajo la conducción de Simón Bolívar, El Libertador. Así fue en verdad como se desarrolló nuestro proceso de independencia y no como nos lo ha presentado el punto de vista colonialista que en las líneas anteriores hemos criticado.
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