Simón Bolívar fue el
primero en alertar sobre las pretensiones hegemonistas del entonces
naciente Imperio Estadounidense, su proclama en el célebre Congreso
Anfictiónico de Panamá levantó las banderas de la gran unión latinoamericana
y caribeña en contraposición a la infausta y nefasta Doctrina Monroe,
la cual propugnaba el panamericanismo, es decir, la ideología de supremacía
yanqui implantada sobre todo el continente americano.
Mucho tiempo ha transcurrido desde la era anfictiónica del siglo XIX y es así que a partir de la mitad del siglo XX Cuba, Nicaragua y Venezuela sobresalen entre los protagonistas de las revoluciones más importantes del mundo emergente, al establecer muy cerca del Gigante del Norte, regímenes soberanos, populares y antiimperialistas.
Esas revoluciones triunfantes,
la cubana (1959) inspirada en el ideario de José Martí y el liderazgo
de Fidel Castro; y la nicaragüense (1979) guiada por el legado de Augusto
César Sandino y el mando de Daniel Ortega, sucedieron ambas en los
tiempos de la Guerra Fría cuando la presencia de la Unión Soviética
suponía un equilibrio en la correlación de fuerzas internacionales
que favorecía el desarrollo de procesos radicales de liberación nacional
y de disuasión al intervencionista militarismo estadounidense.
Aunque tal equilibrio
geopolítico no fue una garantía plena contra los ataques imperialistas
(el golpe fascista de 1973 en Chile y otros casos lo demostraron), no
es menos cierto que en en siglo XXI no existe una potencia que se oponga
militarmente a la hegemonía yanqui como lo hizo la URSS para proteger
a Cuba durante la célebre crisis de los misiles nucleares en la isla.
Sobran evidencias de
que en las últimas dos décadas, el unilateralismo belicista de EEUU
ha pasado por encima de los simbolismos jurídicos de la Organización
de Naciones Unidas y otras instancias diplomáticas, a la vez que "potencias"
internacionales se han inhibido ante invasiones y sanciones económicas
estadounidenses contra los países que se manifiesten autónomos frente
a las imposiciones de Washington.
Las relaciones internacionales
de la época actual exigen que la Revolución Bolivariana en Venezuela
cumpla la tarea eminentemente política de consolidar su democracia
popular sin caer en chantajes del ultraradicalismo izquierdista que
nos llevan al aislamiento, ni ceder a provocaciones de los opositores
(algunos violentos) patrocinados por el Imperio, tal como ocurrió en
el primer ciclo de la interrumpida Revolución Sandinista que afortunadamente
en el presente ha revivido.
Sin duda en una revolución
pacífica pero apta para su legítima defensa como la que se vive en
la Patria de Bolívar, vital es reforzar la mayoría social para lograr
en 2012 una victoria electoral abrumadora que neutralice al neofascismo
venezolano y foráneo.
Constitucionalista. Profesor universitario.