Antes de que el presidente de Haití, Jean Bertrand Aristide, fuera secuestrado por tropas estadounidenses y embarcado en un avión hacia África, fuerzas desestabilizadoras de oposición entrenadas y financiadas por el Departamento de Estado, produjeron manifestaciones violentas, nada espontáneas, que buscaban erosionar la legitimidad del presidente y facilitar su derrocamiento. Una vez consumado el golpe, el propio ex Secretario de Estado, Colin Powell, justificó la salida de Aristide manifestando que aun cuando había sido electo democráticamente, "gobernó mal [y] necesitamos una dinámica política nueva; necesitábamos que el presidente se fuera."
Esta misma doctrina de "presidentes derrocados" fue la que también puso Washington en marcha el 11 de abril en Venezuela, cuando apoyó abiertamente a la logia golpista encabezada por el dictador Pedro Carmona aun después de haber violado flagrantemente los derechos humanos y fulminado de un plumazo los poderes públicos del Estado democrático bolivariano.
Recientemente, el anticastrista Otto Reich, mano derecha del nefasto Roger Noriega y principal asesor de la política intervencionista de la administración Bush en América Latina, le sugirió al palangrista Roberto Giusti de El Universal (10 de Julio de 2005) que ante un gobierno "armado hasta los dientes" el pueblo venezolano tenía la opción de Ucrania, país donde "el gobierno tenía la fuerza y trató de cometer un fraude, pero el pueblo salió a la calle y gracias a eso el mundo supo lo que estaba ocurriendo...", con lo cual develaba parte de la estrategia golpista de Washington que plantea un escenario de caos y anarquía social que justifique una intervención directa o solapada por medio de la OEA para cuando se produzca un "levantamiento popular espontáneo" en rechazo al presidente Chávez por "acaparar los poderes públicos" y "restringir radicalmente la competencia democrática", tal y como lo manifestara la organización neoliberal "Inter-American Dialog."
El lanzamiento de la granada fragmentaria contra las instalaciones del CNE en Valencia, coincidiendo milimétricamente con la ofensiva desestabilizadora que lidera Súmate con el financiamiento extranjero para promover el abstencionismo y las manifestaciones sociales como preámbulo a ese escenario de caos y anarquía que auspicia Washington, es una clara evidencia de que sectores ultraderechistas de la oposición han asumido el golpismo como la única forma de acceder al poder en Venezuela.
Es por ello que las elecciones del 7 de agosto han dejado de ser únicamente el mecanismo democrático por excelencia para elegir a los consejos municipales en todo el país y donde tradicionalmente la participación de los votantes no es tan significativa como en otro tipo de elecciones, sino que ahora también representan el campo de batalla contra la intervención extranjera y la defensa de la Revolución Bolivariana.
Votar el 7 de agosto es un deber patriota.
(*) Internacionalista
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