“Diplomats are just as essential to starting a war as soldiers are for finishing it”.
- Will Rogers –
Once upon a time..., en mis tiempos de ejecutivo viajero al servicio de una de las grandes corporaciones globales de su poderosos país – que en aquel entonces ya era bastante grande y su país bastante poderoso, pero menos insolente y prepotente -, mis asuntos me llevaban con cierta frecuencia a la agradable ciudad de Boston, Mass., lo que me permitía disfrutar de las bellezas de la Nueva Inglaterra. Me atraían particularmente las costas de Maine - tan parecida a mi ancestral Galicia en el paisaje costero y la culinaria marítima – aquel bogavante al que ustedes llaman “lobster”..., ¡qué maravilla! Pena que no tengan allí “Albariño” y que Rockport sea una “dry town”..., como algunas otras. Nunca entendí bien aquella manía abstemia... que tanto placer le substraía a un ágape civilizado...
Otra de las cosas que me gustaba hacer en mis momentos libres, era “colarme” en alguna clase de la universidad de Harvard, deambular por su bello campus, conversar con estudiantes y profesores, discutir sobre Whitman y Miller..., y luego de tomarme unas cuantas cervezas en alguno de los “congenial” pubs del pueblo de Candbridge, caminar despacio el atardecer cruzando el río Charles hacia el Hotel de mi residencia, que solía ser el muy confortable ubicado en el Edificio Prudential. El paseo era muy grato, sobretodo cuando las traineras y balandros hacían competencia en el río. Escenas memorables.
Pero, entre el puente y el hotel, había que cruzar un barrio un tanto descuidado de “blue collars”... Recuerdo que un día llevé a cabo tan grata rutina en compañía de un entrañable amigo, Cheché Vidal, quien era allí estudiante y estrella del “Soccer College All Stars”..., o algo por el estilo. Yo era por aquellos tiempos persona de “corte y corbata” – “corte” quiere decir que un sastre asturiano de la Candelaria me hacía los trajes a la medida..., no lo otro..., pues nunca fui sino un “villano” estudioso que me permitió llegar a tener la sensación de ser... un “campesino ilustrado” condenado a vivir en ciudades. Añoro el campo de mis ancestros. Pero, volvamos al cuento. Caminábamos Cheché y yo por aquel “blue collar quarter” de Boston cuando, se nos acerca un “policeman” o “police officer” – o como se diga – y nos pregunta si somos extranjeros... Sin que me lo pidiera, le enseñé mi pasaporte, que él ni se molestó en ver, pero nos dijo; “You should’n be walking around by yourselves. These are dangerous surroundings and, if any thing happens to you, being foreigners, it will embarrass the authorities and myself in the first place.” Luego, el official insistió en acompañarnos hasta las cercanías del hotel.
Tenía, Señor Ambassador, esta vieja anécdota olvidada allá en algún lugar recóndito de mi ya vieja memoria y no pensé que fuera a rememorarlo nunca, mucho menos por escrito, pero usted logró el milagro... A mi mail llegó esta mañana la noticia de que usted, haciendo gala de inmadura sensatez – por no decir otra cosa de momento – cometió la osada irresponsabilidad de “ir de visita”... nada menos que al 23 de Enero... Cuando yo recibí mi reprimenda del señor policeman de Boston, era joven y no ostentaba ninguna responsabilidad pública, mucho menos diplomática. Mi comportamiento era el de un simple turista ávido de ver y conocer.
Su realidad es bastante distinta: usted lleva sobre sus hombros la responsabilidad de las buenas relaciones entre su país y el nuestro, y usted sabe muy bien que hay cosas que usted no puede darse el lujo de hacer o, al menos, debe saberlo... ya que su cabeza – aun cuando pueda ser huera – está ya poblada por bastantes canas...
Señor Ambassador, su “territorio” aquí, no es más que el de su embajada y su residencia y, aun cuando nunca actué en el campo de la diplomacia – Dios me libre con lo volado y mal hablado que soy -, sé que su función le obliga a mantenerse en tal “territorio”, a menos que reciva invitación específica de nuestros Presidente, Vice-Presidente y/o Canciller; ninguna otra razón es válida para justificar su inmaduro, proceder al ir a exponerse infantilmente allá donde su inteligencia le dice que no va a ser bien recibido; que va a exponerse a riesgos, y que, consecuencialmente, va a someter a riesgo innecesario las buenas relaciones entre nuestras dos naciones, así como nuestra ya precaria paz..
No soy yo quien – tal vez nadie lo sea – para darle un consejo, pero quiero referirle lo que considero un trabajo diplomático ejemplar: Hace tres días, junto con mi venerado Maestro Francisco Mieres – a quien usted seguramente conoce por sus reportes de “inteligencia” –, fuimos invitados a una recepción en la Residencia del Señor Embajador de una pequeña gran nación europea. Allí actuaron, para deleite de la muy nutrida concurrencia, un cuarteto de cámara venezolano, un conjunto folklórico y una assamble de de flautistas montañeses del país anfitrión. Eso fue durante una exquisita cena self-service. Todo impecable; una maravilla. Después de la cena y las performances, el Señor Embajador dijo unas palabras presentando a sus invitados especiales no conocidos por la concurrencia, inteligentemente compuesta por conocidos personeros de nuestros poderes públicos, activistas sociales y políticos de diversas posiciones; unas cuantas celebridades internacionales, y un grupo selecto de representantes diplomáticos de otros países. Siguiendo su rutina de diplomático inteligente – mientras puso los licores a disposición de sus invitados – hizo que dos de los presentes dijeran unas palabras sobre un tópico internacional de interés (resultó ser la “energía y el petróleo”) y, por fin, se dedicó a presentar a contrarios y a armar “corros” de plática. Reuniones de tal naturaleza se llevan a cabo en tal embajada en forma recurrente, más cuando hay una fecha importante de su patria o cuando nos visita una personalidad de su país..., para ponerla en contacto con nuestra “opinión”.
A eso, Señor Ambassador, llamo yo hacer buena diplomacia, mientras que lo suyo es “irse por los cerros de Úbeda”... – frase que puede encontrar en el “Quijote”..., pero, ¿cómo si no tiene tiempo? ¿Cómo si lo suyo es irse por los cerros exponiendo su huero coco para que le den un buen trancazo que genere el “Maine” necesario para justificar otra tragedia?
Señor Ambassador, se lo dice un viejo... Aunque en su State Department se lo hayan dicho y usted lo haya creído, esta puede ser tierra hoy de muchos pobres, pero hay muy poco “pendejo”... Ningún loco “cabeza caliente” va a caer en su bolsa trampa “caza bobos”...
Haga como mi amigo, el Señor Embajador europeo y, también como yo, siga el consejo del policía de Boston: No suba cerro sin invitación válida; haga buena diplomacia en su feudo y, sobretodo, no se meta – y nos meta – en “camisa de once varas”.
Yours truly.
PauliNonius, Altamira Agosto 3, 2005