En el discurso político moderno, el neoliberal particularmente, la palabra competitividad es de las más socorridas. Ya no se escuchan tan frecuentemente palabras como patria, pueblo, libertad o justicia tan presentes en el discurso tradicional; ha de ser un signo de progreso si hasta en el discurso de la izquierda está presente la tan traída y llevada competitividad. A tal grado se ha llegado que resulta ser un lugar común que se acepta como válido sin discusión alguna. Es un paradigma para cuya consecución se aplica todo el esfuerzo público y social, aunque sea un falso paradigma. No hay duda de que la competencia en el mercado sea benéfica, en términos generales, para el consumidor y que el monopolio sea su negación perversa, pero dista mucho de merecer el papel de factor determinante del progreso y que, en la confusión actual, se convierte en frecuente causal de injusticia y atraso.
En el modelo neoliberal y sus famosas reformas estructurales el asunto de la competitividad está en el centro de las decisiones, comenzando por la brutal reforma del mercado por la que se abrieron las fronteras para que la industria nacional se enfrentase a la competencia de las importaciones, supuestamente con el objetivo de reducir los precios al consumidor, cuyo resultado previsto y confirmado fue el desmantelamiento de la planta productiva industrial y agropecuaria, el desempleo y la desinversión. La industria nacional no fue competitiva. ¡Lástima!
Resultado de lo anterior, los capitales de mexicanos optaron por aplicarse a la especulación y se retiraron de la producción. Se creó la necesidad de atraer las inversiones extranjeras y, para ello, hacer de México un país “competitivo” que resultara más atractivo que otros en la pepena de dólares. Salarios e impuestos reducidos y todas las facilidades para la inversión foránea. Resultado: banca mayoritariamente extranjera, comercio dominado por Wall Mart y Cotsco, mercancías de importación, obra pública por contratistas internacionales, etc.
En la misma línea, la flamante reforma laboral diseñada para reducir los costos laborales a las empresas a fin de hacerlas competitivas ante el producto importado y para penetrar mercados del exterior. Resultado: menoscabo del bienestar del pueblo trabajador y reducción adicional del mercado interno.
Por el estilo, la política educativa orientada a formar entes competitivos, como autómatas destinados a la producción, carentes de los conocimientos necesarios para comprender a la humanidad y actuar en ella. La filosofía y la historia, por ejemplo, son cargas inútiles y acarrean el peligro de formar seres pensantes y, por ende, propensos a la libertad.
El tema en boga es la reforma en materia de las telecomunicaciones; la esencia es la procuración de la competencia, incluso abriendo de par en par la participación de empresas extranjeras al 100%. El estado ejerce (o debe ejercer) el dominio sobre el espacio radioeléctrico y otorga concesiones a particulares para su explotación comercial; por el mismo hecho, en la materia no puede darse una plena competencia, dada la restricción del espacio disponible. En tal virtud, el estado debe fijar las condiciones de operación para evitar los daños del monopolio y ejercerla a plenitud hasta el extremo de la cancelación y la incautación de los equipos. Es absurdo suponer que la apertura a una o dos nuevas cadenas concesionadas va a generar una competencia eficaz y de beneficio social; su competencia, en todo caso es por aumentar la audiencia y la venta de espacios publicitarios; esto ha dado como resultado la vulgarización de los contenidos de la programación, contraria al interés social. Ya se ha tocado suficientemente el tema en estas líneas.
Ahora se quiere que PEMEX sea una empresa competitiva y para ello se pretende que haya otros concurrentes al mercado de las gasolinas, Exxon por ejemplo. Es una pretensión absurda cuando quien fija los precios de los combustibles es la secretaría de hacienda y no el mercado. La constitución otorga al estado el monopolio de la energía por tratarse de una materia estratégica cuya operación debe atender a los requerimientos de la economía nacional y no a los tramos de ganancia de los particulares. La competencia no es funcional.
Así, en apretada síntesis, puede confirmarse que el paradigma de la competitividad es una falacia a combatir junto con el modelo neoliberal de la economía.
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