Cuando oigo a los políticos y a sus secuaces en los medios de comunicación hablar de regeneración política y de cómo “España es el gran éxito económico del mundo”, uno, que es estudiante de historia, no puede evitar acordarse del fin del imperio romano. En aquellos tiempos se intentaba vender a la plebe la necesidad de restaurar la antigua gloria del imperio (el llamado restitutor orbis) al tiempo que en los “medios de comunicación” (estelas, monedas…) se intentaban mandar mensajes positivos, del tipo REPARATIO REIPUBLICAE, FELICITAS TEMPORIS REPARATIO, etc., que reflejaban, paradójicamente, la situación contraria.
Allá por el siglo III, que es cuando ya el imperio romano experimentaba una crisis de la que no saldría, la situación era penosa. Impuestos extraordinarios como la capitación presionaban a las ciudades y a los campesinos dejándolos sin excedente ni capacidad de consumo; la situación de los hombres libres empeoraba equiparándose a los esclavos en los siglos siguientes; las redes económicas se destruían; los ejes económicos viraban hacia oriente (Siria, Bizancio…); la autarquía así como el abandono de las actividades productivas eran cada vez más evidentes, fruto, entre otras cosas, de las enormes actividades especulativas que se daban en las provincias. Por su parte, las convulsiones sociales se propagaban (como las bagaudas en Hispania). Cuando el imperio no supo resolver sus contradicciones, cuando no pudo expandirse nuevamente para conseguir esclavos y tierras, quedó irremediablemente condenado.
Salvando las distancias, las situaciones son las mismas. Si los grandes patricios abandonaban la ciudad, marchándose a sus villas en el campo, los grandes banqueros sacan el capital del país (200.000 millones de Grecia a Suiza desde que empezó la crisis). Si los romanos no pudieron seguir ampliando sus fronteras, el imperialismo yanqui-europeo no puede seguir ampliando sus mercados ni sus mecanismos de explotación. Si los romanos perdieron sus redes comerciales en occidente cayendo en una autarquía económica, los banqueros actuales acaban con su comercio interior a costa de hundir el sector público y producir más de lo que los trabajadores pueden consumir, a través de la usura financiera o las “burbujas”.
Ya lo decía Pedro Brenes: “de todas las crisis se sale: de todas, salvo de la última”.