En los últimos tiempos, dos hechos revelan la gravedad de la situación del gobierno: una, el deterioro interno expresado por las colas; dos, la clara amenaza de la más alta esfera del gobierno gringo. Las dos alertas obtienen respuestas insensatas.
Las colas, ese fenómeno que brota de las entrañas profundas de los errores cometidos por la Revolución: veamos.
El gobierno da un bestial golpe al espíritu revolucionario cuando toma el camino socialdemócrata, de maridaje con el capitalismo, para intentar resolver los problemas que el mismo capitalismo creó. Se sabe: convoca al enemigo capitalista para que colabore en la construcción del Socialismo, comparte sonrisas con los jerarcas capitalistas en Miraflores, acepta sus recomendaciones económicas.
Esa entrega en lo económico generó una política ambigua, con dos caras, una retórica socialista y una práctica de entrega a los capitalistas que se apropiaron de la riqueza nacional y no dieron nada a cambio. Es así que el gobierno pierde credibilidad y afecto por parte de la masa desconcertada. Se eleva la conciencia egoísta, toma vigencia el grito “sálvese el que pueda”, regresa con ímpetu la “guerra de todos contra todos”, el capitalismo ganó a la Revolución la batalla por el alma popular.
El gobierno aún no percibe a la cola como la manifestación de que en menos de dos años consiguió revertir el espíritu revolucionario instalado en más de una década de chavismo, el espíritu de abril y del combate al sabotaje petrolero, que quedó sepultado bajo la lápida del “dakazo” y de la instigación al consumismo. Este recurso propiamente socialdemócrata de conseguir adhesiones con el reparto material es el padre de las colas, en ellas se reedita la Venezuela creada a la sombra de la renta y son la última alerta del grave peligro, del riesgo estructural de la Revolución.
Los gringos, conocedores de nuestras debilidades, con mucha astucia, intentan un desenlace, terminar con el gobierno revolucionario, lo hacen con inteligencia, sin prisa. Primero aislaron a los jefes de la Revolución y sobre ellos cayó una feroz campaña de desprestigio. Suspenden las visas, congelan activos, buscan con estas medidas captar a los débiles, neutralizar a los comprables, crear desconfianza.
El Presidente Obama, en una declaración formal que es casi una sentencia, acusa a Venezuela de tener serios problemas con la democracia, el anuncio equivale -así lo reconoce el Presidente Maduro- a una invitación para tumbar al gobierno.
Frente a estas amenazas, ¿cuál es la respuesta del gobierno venezolano? Se quiere controlar a las colas con medidas de todo tipo menos yendo al fondo, a la conciencia, a la organización social. Parece que la alta dirigencia no percibe la gravedad de la situación, no elevan la moral de combate de la masa, no la informan, no organizan, la respuesta no muestra voluntad de resistir.
Y la respuesta a Obama es increíble en su candidez, se basa en que el jefe del imperio no está enterado de lo que pasa en su país en relación a Venezuela, que Obama no sabe que sus bad boys están preparando un golpe contra Venezuela, como una travesura de adolescentes, como si eso no obedeciera a un desarrollo geopolítico del imperio. Siendo así, la respuesta es pedir a Obama que no haga caso a los informes de sus servicios secretos, que controle a sus muchachos, que crea lo que nosotros le decimos.
¿De dónde saldría esta idea de pensar que Obama está engañado y hacer de eso el centro de la respuesta? Si Obama está de verdad engañado, es un tonto que no manda y el golpe marcha a pesar de lo que él piense o no piense, entonces tratar de evitar el golpe convocando su voluntad es perder tiempo. Ahora, si Obama sabe, como es lo lógico, para qué tener esa posición, qué ganamos con eso. Lo que conseguimos es perder el tiempo que debíamos emplear en preparar a la masa para resistir, en preparar manifestaciones de calle que disuadan a los gringos, en moralizar al pueblo, en darle razones sagradas por las cuales luchar.
"¡Váyanse al carajo, yanquis de mierda!"