Quienes promueven el pragmatismo venezolano lograron un punto a su favor en Chile, al lograr que el portavion George Washington y su escuadra se encuentren en Valparaiso, Chile. Los mandatarios de derecha en el Continente buscan cambiar el panorama suramericano en el campo político y romper con la ideología de Chávez para darle paso al nuevo pacto de Punto Fijo. Muchos hablan de Jheová para engañar a los fanáticos religiosos y protestantes. Son ideas ya preconcebidas por el derechismo y el nuevo estilo de gobernar, evadiendo todo obstáculo.
Aquí, hay un solo país beneficiario que es Gran Bretaña, quiere despertar el jaguar peligroso en nuestra tierras.
Perú, tiene su pro a prestar su territorio para que los ingleses y norteamericanos saqueen sus antiguas colonias junto a los españoles. Estos colonizadores se asentaron en éstas tierras para patentar grandes negocios y acordar con las transnacionales. Los europeos, siempre estuvieron de paso y solo crearon la infraestructura industrial como la organización empresarial. Hay gobernantes hibridos en latinoamérica: Piñera y Maduro, solo son dos.
El período que media entre 1823 y 1898, en lo que compete a la historia de las relaciones de las potencias capitalistas con América Latina, es portador de un conjunto de años realmente problemático, ambiguo y conflictivo. La construcción del estado nacional sumirá a los países latinoamericanos y caribeños, que ingresan a su vida independiente después de guerras cruentas y devastadoras contra el colonialismo español, en un largo y tortuoso camino de confrontaciones civiles y readecuaciones económicas para hacerle frente a la nueva situación, caracterizada, mayormente, por los esfuerzos hechos por los grupos dominantes para hacerse con un espacio, sostenido y productivo, en el mercado mundial.
Por otro lado, el final de las guerras napoleónicas posibilitó una redefinición a fondo de la cartografía imperial de antiguo régimen y estableció una nueva jerarquía en la estructura internacional de poder, en la cual sobresaldría notablemente el Reino Unido y todas sus dependencias, tanto formales como informales. (Esta cuestión del imperialismo formal e informal, tema de reflexión y discusión historiográfica profunda en el medio académico británico, durante los años sesenta y setenta del siglo XX, como ya se ha visto en ensayos anteriores, provocó algunas discusiones teóricas y metodológicas igualmente importantes sobre los distintos procedimientos que debería seguir la investigación y estudio del imperialismo entre historiadores, sociólogos y economistas; pero además introdujo un sesgo temático y documental que atemperó por un tiempo las implicaciones políticas más radicales sobre el estudio de las acciones del imperio británico, particularmente, en América Latina).
Cuando George Canning (1770-1827), el Secretario de Estado británico para asuntos externos decía en 1824: "Hispanoamérica es libre, y si nosotros no manejamos mal nuestros asuntos con ella, pronto será británica", estaba resumiendo en una sola frase la política exterior de su gobierno para con los países latinoamericanos, que dejaban atrás años de expoliación "formal" a manos de españoles y franceses, y entraban así en un nuevo período de control económico, "informal" según los historiadores ingleses, donde, supuestamente, la manipulación colonial directa estaría ausente2.
La mayor parte de los analistas más críticos de estos asuntos, inspirados de alguna u otra forma por las lecturas leninistas de Marx sobre la internacionalización del capital, vieron la caída del imperio español en América Latina como un preludio de la llegada del imperialismo inglés. Asimismo, otros escritores consideran el deterioro de la influencia británica en la región, hacia finales del siglo XIX y principios del XX, como la antesala de la llegada del imperialismo norteamericano. Este ciclo de "relevos imperiales" pareciera ser sumamente mecánico, para entender el juego de pesos y contra pesos que soporta la estructura y características de las relaciones internacionales surgidas después de la independencia de Hispanoamérica entre 1808 y 1828. No olvidemos que, fundamentalmente, "el imperio británico estaba interesado en el poder. Pero el poder debe ser convertido en sistemas de autoridad, ejercida por agentes a través de estructuras burocráticas. No todos los instrumentos de influencia y control fueron armas del estado. En ciertas circunstancias, organizaciones comerciales y sociedades misioneras podían acuerpar y sostener la autoridad imperial. No obstante, el manejo de un imperio global requería de una red de instituciones gubernamentales en casa y en ultramar, así como de canales burocráticos para instrumentar las directivas metropolitanas y las exigencias coloniales"3. Esta es una aclaración vertebral porque, se ha sostenido, que el imperio británico, a diferencia de sus homólogos español y francés, no desarrolló mecanismos y dispositivos institucionales para ejercer una administración directa sobre sus colonias, y se sirvió, más bien, del reclutamiento y adiestramiento de personal local4.
La complejidad del aparato institucional y de la red de relaciones internacionales diseñadas por la Corona Británica, después del cierre de las guerras napoleónicas en 1815, estaría en relación directa con su capacidad para establecer un colonialismo formal, al mismo tiempo que se servía de consignatarios locales donde aquel tuviera lugar. Nunca el colonialismo, o las distintas formas de imperialismo, han cristalizado sin la cohabitación con funcionarios, políticos y empresarios de los países que han sido afectados por sus acciones.
La decisiva superioridad productiva y tecnológica británica en la generación y creación de artículos manufacturados conducirían, inevitablemente, hacia una agresiva expansión económica, llamada por algunos como "imperialismo del libre comercio"5. Temprano en el siglo XVIII, hubo políticos, intelectuales y empresarios británicos que defendieron la urgencia del libre comercio; pero también hubo críticas amargas contra la eventualidad de contar con un imperio colonial, que podía resultar costoso y perturbador de las relaciones con el resto de Europa. Los pronósticos resultaron acertados en cuanto a que las pretensiones de Alemania, Francia y otros poderes emergentes, durante la primera parte del siglo siguiente, se encontrarían con la prepotencia y la avaricia británicas en el camino.
Sin embargo, el libre comercio y el colonialismo serían, finalmente, los principios que regirían la política exterior británica. Tales principios representarían una nueva etapa en el desarrollo de la economía política internacional, apuntalada por tres ingredientes históricos esenciales en el despegue del imperio británico. Nos referimos al capitalismo industrial competitivo, para el cual los mercados extranjeros eran decisivos, el cual junto a la revolución francesa (1789) y la derrota napoleónica (1815), les aseguraron a los británicos su preeminencia en los mercados internacionales.
La revolución francesa, sus proyectos, sueños y aspiraciones nunca tuvieron una gran acogida entre los círculos gobernantes ingleses, quienes percibían a los revolucionarios de aquella nación como una banda de arribistas que por casualidad se habían encontrado con la historia. Con la derrota de Napoleón se estaban socavando también todas las posibilidades que pudiera haber tenido el proyecto revolucionario francés en Inglaterra.
Fortalecido de esta manera, el empresariado inglés entraba en una etapa de desarrollo capitalista en la cual todos los posibles obstáculos serían eliminados con facilidad, a través de la negociación o por la fuerza, para que las mercancías producidas por sus fábricas y talleres nunca carecieran de los mercados requeridos para seguirse reproduciendo. La Corona Británica de esta manera, sobre todo durante el reinado de Victoria (1837-1901), se convertiría en la depositaria ideológica, militar y política de los requerimientos expansivos del imperio. Por esto, en sus relaciones con América Latina, el "imperialismo del libre comercio" inglés tuvo que jugar hábilmente con sus alianzas, sus lealtades y sus compromisos políticos con las otras potencias del momento, tales como España y Francia particularmente.
En las guerras de independencia latinoamericanas Inglaterra apostó por la promesa de un mercado importante para sus manufacturas, pero al mismo tiempo sostuvo una relación muy ambivalente con la monarquía española, bajo el principio de que el aliado contra el expansionismo francés merecía cierto trato especial, en lo concerniente a la navegación comercial y la asistencia militar, dos aspectos que los ingleses ahora controlaban de manera casi absoluta.
En la historia económica y la economía política del imperialismo histórico rara vez se puede encontrar la construcción de un entramado ideológico y político tan bien articulado, como el que alcanzó a diseñar la Corona Británica durante el reinado de Victoria. Mientras que para América Latina los años 1823-1898 recogieron las angustias y desconciertos que significaron la construcción del estado nacional, y el hacerse con un espacio en los mercados internacionales, para los ingleses el problema real estaba en las distintas vías a su disposición para continuar impulsando el proceso de acumulación que se había abierto con la revolución industrial.
Chávez, analizó la geopolítica latina y jugó con la participación de las potencias europea, la neutralización de los ingleses y estadounidenses y abordó los temas en base a dólares y pesos, soles. Porque Colombia y el Perú, eran los grandes traidores, más los emisarios internos que comprendían algunos anillos de seguridad, por lo tanto, se evitaba que la Doctrina Monroe, antecediera algunas acciones e invirtiera el proceso de libertad.
Sin embargo, el experimento político de quienes auspician el pragmatismo en Venezuela y Latinoamerica, que incluye al presidente Nicolás Maduro Moros,tiene serias dificultades desde el principio, para cristalizarse en virtud de los problemas financieros heredados por los grupos corporativos, empresarios, y las grandes limitaciones políticas que existen para que los pequeños países centroamericanos puedan ponerse de acuerdo sobre la forma de conducir aspectos constitucionales, económicos, monetarios, de transporte y otros relacionados con la práctica de un gobierno confederado, inspirado en el ejemplo norteamericano e inglés. La gran traición a Venezuela por grupos de izquierda venezolanos esta escrita en la socialdemocracia y el pragmatismo que estímulan desde la propia garganta del gobierno y el único afectado es el pueblo, que se dejo manipular por el uso excesivo de la imagén de Chávez por las televisoras del Estado, los estadounidenses e ingleses vienen a cobrar y caro, allí estan sus aviones y destructores, en plena costa atlántica latinoamérica y un Esequibo desafiante, sigamos pues, construyendo casas y proporcionando dólares a San Vicente y Haití, origenes de nuevos escándalos comerciales y financieros y asiento del más hábil presidente norteamericano, Bill Jefferson Clinton como moderador estadounidense hacia Latinoamérica, nos chuparon bien chupados, bien por Temir Porras, el gestor de una política clásista y pragmatica en Venezuela que nos llevara a un reacomodo del Capitalismo en el Sur como sistema funcionalista y de largo alcance, que rompe con la verdadera estructura de izquierda y de equilibrio entre los pueblos del Sur.