El recién elegido presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, le dio lo que pudiera interpretarse como un primer pago a los sectores reaccionarios, contrarrevolucionarios y terroristas de la resaca cubano-mayamera que le dio su apoyo electoral con las condiciones de tratar de desbaratar las relaciones Cuba/Estados Unidos y volver a la tensión tipo guerra fría que ha existido entre las dos naciones desde el triunfo de la Revolución Cubana.
Unas torpes, brutales y mentirosas declaraciones, carentes de la más mínima carga de delicadeza diplomática tratándose de alguien que acaba de morir, y que ya definen una presumible futura política anti cubana por parte del nuevo gobernante.
Con su proverbial altanería y brutal insolencia que mostró hasta la saciedad durante la campaña electoral, expuso la visión de los excubanos enemigos no sólo del Comandante Fidel sino del pueblo cubano todo y del proceso revolucionario. El presidente elegido, sin esperar a ocupar el cargo en enero próximo, señaló que “el mundo ha despedido a un brutal dictador”. Esa fue la caracterización que hizo de Fidel. El nuevo presidente del país que más agresiones e invasiones tiene en su oscura historia, que apoya el terrorismo más abyecto y deja permanentemente una estela de asesinatos, heridos, destrucción, que retiene por la fuerza una parte del territorio cubano en Guantánamo, donde va a afinar, ampliar y profundizar la infame cárcel extraterritorial que allí, ilegalmente, impusieron los gobernantes norteamericanos y que Trump va “a mejorar”. Así califica a Fidel de dictador que oprimió a su pueblo y deja un legado de “pobreza”, fusilamientos” y un “sufrimiento inimaginable”.
A contracorriente de lo que dijeron mandatarios y líderes de todo el mundo reconociéndole a Fidel su estatura de estadista y sus aportes, el humanismo de la Revolución Cubana, su permanente solidaridad con los oprimidos a través de las políticas médicas, deportivas, educativas y culturales, Donald Trump, con un simplismo sorprendente, expone un discurso retardatario y anacrónico para contraponerlo, en ese aspecto, a las políticas que con relación a Cuba impulsó el presidente Obama de cerrar 57 años de enfrentamientos entre las dos naciones que han podido –como ocurrió en octubre de 1962 con la llamada crisis de los misiles atómicos– producir una guerra nuclear.
En la virtual alianza con los sectores contrarrevolucionarios y terroristas de Miami, alianza que suponemos implicará acuerdos políticos paramilitares, de inteligencia y de volver a las prácticas de terrorismo en sus diversas expresiones contra la Isla, Trump dice en su comunicado que “aunque Cuba sigue manteniendo un régimen totalitario, espera que los recientes acontecimientos –¿se referirá a la muerte de Fidel u otros? – permitan que este país caribeño se aleje de "los horrores que soportó durante tanto tiempo" y se dirija hacia un futuro que permita a todo el pueblo cubano disfrutar de la libertad que tanto merece".
Por supuesto la cárcel de Guatánamo no es un centro de horror para el nuevo presidente norteamericano, sino “la Cuba de Castro”. Y si hay dudas que eso que dice es el programa decimonónico de la contrarrevolución, candorosamente lo confiesa. Trump se ha unido "a los muchos cubanoestadounidenses que le apoyaron "tanto" durante la campaña presidencial con "la esperanza" de que pronto puedan ver "una Cuba libre".
¿Qué significa eso de que “con la “esperanza” de que pronto puedan ver una “Cuba libre”? La identidad política entre Trump y los subversivos mayameros anticubanos no puede ser más obvia, como tampoco una política hostil contra Cuba que pueda contemplar múltiples opciones subversivas.
Mal comienzo el de Trump si esa va a ser la política exterior hacia Cuba y Latinoamérica. Abrir un frente de guerra política y de otro género contra Cuba no luce ni atractivo ni mucho menos auspicioso, demuestra un garrafal desconocimiento por parte de Trump particularmente de la historia política entre Cuba y Estados Unidos los últimos 57 años. ¿Quiénes lo estarán asesorando en esa barbaridad que está diciendo? ¿De nuevo el anticomunismo de la guerra fría? ¿Lee Trump, estudia la historia política de su propio país o estamos en presencia de un analfabeto político?
Ignorar los avances que ha tenido Cuba en educación, cultura, ciencia, deportes, artes, salud, con el proceso revolucionario dirigido por el Comandante Fidel Castro todos estos años viene a resultar una enorme estupidez política sólo concebible en los sin sesos de la resaca mayamera, a esos nostálgicos herederos del batistato que murió hace años. En eso Obama estuvo bastante claro. Desconocer el carácter guerrero de los cubanos, su decisión de luchar hasta vencer, defender a muerte su independencia y soberanía, es una necedad. La Cuba de hoy no es la de 1962. Cayó la URSS y el campo socialista europeo, y Cuba siguió en pie, superó la crisis y si no avanzó más es por culpa del imperio de los Estados Unidos y su criminal bloqueo económico. Muchos de los “horrores” de los que habla Trump, carestías, limitaciones se deben a eso. ¿Qué lo que se debe plantear el flamante nuevo presidente norteamericano? Hacer que el Congreso, donde tienen los republicanos mayoría, levante definitivamente el bloqueo a Cuba en todas sus expresiones y abrir un espacio, dentro del respeto a la soberanía, de relaciones comerciales de mutuo beneficio.
Trump debe pensar políticamente con más sensatez, no con las vísceras sino con el cerebro. Que vea el extraordinario mercado que puede ser Cuba para los productos norteamericanos, y no le compre al campo jurásico de la contrarrevolución mayamera no sólo un discurso que quedó en el pasado hace años sino que están heridos de muerte por la historia.