En nombre de la «Libertad» cuanto mal han causado a la Humanidad EEUU y Europa

El Padre Libertador, Simón Bolívar, pudo avizorar –tempranamente- cuán terrorífica era la potencia que estaba montada al norte de la América, dijo: «Cuando yo extiendo la vista sobre la América (…) hallo que está a la cabeza de su gran continente una poderosísima nación, muy rica, muy belicosa y capaz de todo» (Carta a Santander, 23 de diciembre de 1822). Años después, en carta a Patricio Campbell, Bolívar, profetiza: «…los Estados Unidos que parecen destinados a plagar la América de miserias a nombre de la libertad…» (5 de agosto de 1829). ¡Cuánta destrucción y muerte han causado los EEUU y sus vasallos de Europa, que le han secundado en sus campañas terroristas en nombre de la «Libertad»! Por eso, desde siempre, gozaron de la mayor de las animadversiones del Padre Libertador, Simón Bolívar y viceversa, tanto que el procónsul inglés en el Perú, Tomas Willimont, le escribe al Secretario de Estado británico en noviembre de 1826, la siguiente nota: «La maligna hostilidad de los yanquis hacia Bolívar es tal, que algunos de ellos llevan la animosidad al extremo de lamentar abiertamente que allí donde ha surgido un segundo Julio Cesar, no hubiera surgido aún un segundo Bruto». Mutua animosidad, que expresa la tendencia hegemónica colonialista y expansionista de los Estados Unidos de Norteamérica por un lado y, por el otro, la concepción Unionista, Integracionista y Bolivariana de la Gran Patria Americana. La Patria Grande Suramericana, Centroamericana y Caribeña, que reivindicara -siglos después- un gran bolivariano: Hugo Rafael Hugo Chávez Frías, en conjunción con Fidel Castro, Néstor Kirchner, Rafael Correa, Evo Morales y Lula da Silva, entre otros y otras lideresas de la región, en la época dorada del progresismo latinoamericano y caribeño. «Libertad», una noción muy popularizada pero no siempre bien definida en términos precisos. Escribe, José Martí, en ¡Vengo a darte Patria!: «Amamos a la libertad, porque en ella vemos la verdad. Moriremos por la libertad verdadera; no por la libertad que sirve de pretexto para mantener a unos hombres en el goce excesivo, y a otros en el dolor innecesario. Se morirá por la república después, si es necesario, como se morirá por la independencia primero…»

El 11 de septiembre de 2001, antes de cerrar su discurso ante el Congreso, George W. Bush, pronunció el salmo 23: «Aunque camine por el valle de las sombras de la muerte, no temo ningún mal, porque tú estás conmigo». Previo a esa oración, mencionó que habían sido atacados por el mal. Ese mismo día, calificó los hechos ocurridos como una acción del mal con la finalidad de atacar el bastión de la «libertad» que, según él, representan los Estados Unidos. La mediática occidental, ya plegada al discurso fundamentalista de Bush, hablaba del terror como la posibilidad de perder la «libertad», los Estados Unidos estaban «bajo ataque» desde el exterior. Bush, reivindicó entonces, su decisión de hacer llegar la democracia y la «libertad» a todo el orbe, afirmando que su país: «es el más libre del mundo y la democracia más grande del planeta». En cuestión de horas, se definió al responsable de los eventos terroristas y el nombre de Osama bin Laden copó la agenda informativa Occidental. Bin Laden, millonario saudita y agente CIA, protagonista de la guerra contra la extinta Unión Soviética. Todo un héroe, un «Guerrero de la libertad», como se le reconocía en Washington por su participación del lado de EEUU en contra de la extinta Unión Soviética.

En Afganistán, septiembre de 1996, tras la salida de los soviéticos iniciaban su gobierno los Talibanes, bajo una estricta dictadura feudal nada distinta de las conocidas en el Cono Sur (Pinochet o Videla), o en Venezuela con Betancourt y Leoni, o más recientemente con Donald Trump. Con el Corán en la mano, los talibanes castigaban a los bebedores, a los consumidores de cualquier droga, a los narcotraficantes, a los corruptos y los adúlteros. En el año 2000, ocurriría un evento que marcaría el destino del gobierno de los talibanes, el mulá Mohamed Omar (fundador y máximo líder de los talibanes), mediante un Edicto prohibió la siembra de amapola, reduciendo su producción en un 90 por ciento lo que desató la ira del gobierno de los EEUU. La producción de opio, el ingrediente básico de la heroína, uno de los negocios más rentables del planeta, con un volumen de negocios anuales estimado en alrededor de 150 mil millones de dólares por año, se detenía. En 2001, según datos de la ONU, la producción de opio había descendido a solo 185 toneladas. Los aviones de la CIA, que servían como medio de transporte hacia el extranjero de toda esa producción, ya no volaban repletos de drogas para su distribución. El resultado fue, que el mundo se quedó sin heroína. El comercio afgano de opiáceos, supone gran parte del volumen total de ventas mundiales de drogas, que la ONU estima del orden de los 500 mil millones de dólares anuales. Afganistán y Colombia, son las economías con mayor producción de drogas del planeta, y alimentan una floreciente economía criminal. El FMI, estima que el blanqueo de dinero a escala mundial realizado por la banca internacional Occidental, se encuentra entre los 590 mil millones y 1,5 billones de dólares por año, lo que representa entre un 2 y un 5 por ciento del PIB mundial. «En la trastienda de las drogas, existen empresas importantes e intereses financieros y, desde este punto de vista, el control geopolítico y militar de la ruta de las drogas es tan estratégico como el de los oleoductos.» (¿Quién se beneficia del Comercio de Opio Afgano?, Michel Chossudovsky, 29 de septiembre de 2006). Afectaba entonces, el mulá Mohamed Omar, nada más y nada menos, que los intereses del Complejo Financiero-Industrial y Militar de los EEUU, el poder global imperialista.

George W. Bush, asumió la presidencia en enero de 2001 y ya en marzo, EEUU iniciaba una recesión que, antecedida del estallido de la burbuja especulativa de las tecnologías de la información y las comunicaciones, puso fin a la prolongada expansión de los años noventa. El 11 de septiembre de 2001, agravó el panorama, profundizando la debilidad de los principales indicadores económicos. Los ingresos provenientes de la droga afgana, dejaron de fluir por lo que urgía a la Administración Bush ejecutar acciones para restablecer dicho flujo de recursos, bajo control estadounidense. Para colmo, en el año 2000, Saddam Hussein, había convertido todas las transacciones petroleras de Irak a euros, vulnerando la hegemonía que había mantenido el dólar estadounidense en el comercio mundial del petróleo desde mediados de los setenta. El Medio Oriente, se había convertido en una región desafiante del poder hegemónico de EEUU, surgido tras la caída de la URSS. La reconfiguración de la región, y su sometimiento a los dictámenes de Washington, se habían convertido en la tarea fundamental a realizar por la nueva Administración.

El 07 de octubre de 2001, un mes después de los eventos septembrinos; EEUU, en nombre de la «Libertad», decide –unilateralmente- invadir Afganistán con la excusa de capturar a Osama bin Laden. Operación «Libertad Duradera», se le denominó a la campaña militar de bombardeos masivos contra la población afgana que, en pocas semanas, pudo desalojar a los talibanes del gobierno e instaurar un gobierno dócil y servil a los intereses de Washington que, en cuestión de días reestableció la siembra de amapolas, tal como lo reconociera Herbert Okun, miembro del Departamento de Control Internacional de Narcóticos de Naciones Unidas: «La temporada de plantación de amapola comenzó en noviembre [2001] y está creciendo en todas las partes de Afganistán». En tan solo tres años, después de la expulsión de los talibanes, estudios realizados por la Oficina de Naciones Unidas contra el Crimen y las Drogas, señalaban que: « La producción de opio se ha disparado desde la expulsión de los talibanes […]: sólo en 2004, la producción de opio se incrementó un 64 %, alrededor de unas 4.200 toneladas frente a las 185 toneladas del 2001, a partir de la prohibición del cultivo impuesta por el régimen talibán». Los aviones de la CIA, reanudaban sus vuelos de transporte de drogas al extranjero. Los talibanes, se refugiaban de los bombardeos y pasaban a la resistencia contra la ocupación estadounidense, que iniciaba su experimento social de llevar la democracia Occidental a Afganistán. Hamid Karzai, sería electo presidente desde 2001 hasta 2014, en unas elecciones que siempre estuvieron marcadas por el fraude hasta que fue sustituido por Ashraf Ghani. Ya para 2017, los sembradíos de amapolas en Afganistán habían crecido de las 74 mil hectáreas sembradas en 2001 hasta 328.000 hectáreas dedicadas a ese cultivo en todo el país. En el pasado, la savia de opio se disecaba y empacaba para ser enviada fuera del país, donde era refinada y convertida en heroína. Ahora, la mitad –o más- del opio que se produce en el país, se está transformando en Afganistán en morfina o heroína, éste es quizás el mayor logro de la democracia Occidental, después de transcurridos 20 años de ocupación de EEUU y Europa. El 02 de mayo de 2011, en las primeras horas de la mañana, un pequeño grupo de fuerzas especiales estadounidenses, atacan un complejo en Abbottabad, Pakistán. Durante el tiroteo que se desencadenó, Osama bin Laden –presuntamente- es dado de baja. Siempre estuvo refugiado en Pakistán, potencia nuclear. Ni de broma, se le hubiese ocurrido a EEUU ponerle un ultimátum a Pakistán. Siempre lo mantuvieron bajo vigilancia estricta, como todo agente de sus servicios de inteligencia que fue o sigue siendo bajo otro nombre e identidad.

En nombre de la «Libertad», también, tropas estadounidenses bombardearon –masivamente- la ciudad de Bagdad ante el «insolente» presidente, Saddam Hussein, que apenas asomó la posibilidad de mercadear el petróleo iraquí en Euros y liberarse del dólar, recibió como respuesta del imperialismo en 2003, la destrucción de su país. En 2006, un estudio elaborado por Gilbert Burnham, Riyad Lafta, Shanoon Doocy y Les Roberts, que recibió el aval ético del Comité de Investigación Humana de la Escuela de Salud Pública John Hopkins Bloomber de Baltimore (EEUU) y de la Escuela de Medicina de la Universidad Al Mustansiriya de Bagdad y publicado en la revista The Lancet, concluyó: «Estimamos que, como consecuencia de la invasión de marzo de 2003, han muerto alrededor de 655.000 iraquíes por encima de los que se podían esperar en una situación en la que no hubiera conflicto, lo que equivale a un 2,5% de la población en el área cubierta por el estudio», previendo sus autores que la cifra pudiera ser mayor que la estimada. La excusa para justificar tal genocidio del pueblo iraquí, fue una gran mentira: «que Irak poseía armas de destrucción masiva». Sobre esa gran mentira, apelaron al fraude y la manipulación mediática para justificar la guerra y lograr reposicionarse en Oriente Medio, región en la que antes de los planificados sucesos del 11 de septiembre, los estrategas militares del Pentágono reconocían que la presencia estadounidense en esa región se había debilitado y, por ende, como habían previsto los neoconservadores en el gobierno de Bush padre, ante el derrumbe de la URSS, urgía a EEUU reposicionarse como potencia líder y esos eventos de septiembre se constituían en la excusa perfecta para garantizarse para sí el control de la producción petrolera de Oriente Medio y controlar la estratégica zona de Eurasia, considerada por EEUU, como espacio vital para su expansión imperialista. George W. Bush, como fundamentalista cristiano, rodeó su campaña militarista de credos religiosos hasta convertirlo en una causa ejecutada en el nombre de Dios. Ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en septiembre: 2002, dijo: «La libertad del pueblo iraquí es una gran causa moral y un gran objetivo estratégico. El pueblo de Irak lo merece.»

Una vez más, en nombre de la «Libertad», Juan Guaidó, también se autoproclamó presidente de la República Bolivariana de Venezuela en una plaza pública del este de Caracas, iniciando el año 2019. Donald Trump, improvisaba una nueva metodología para imponer el «cambio de régimen» en aquellos países que eran indóciles a sus intereses. Apenas se autoproclamó como «presidente», recibió el visto bueno de la Administración Trump-Pence, el reconocimiento del partido demócrata y los vasallos europeos, con lo que se convertía en una política del Estado imperialista, ésta novedosa forma de golpe de Estado, nunca antes implementada. Ipso facto, EEUU, le dio control a Guaidó de todas las cuentas venezolanas localizadas en la banca internacional, así como importantes activos petroleros (CITGO) y empresas en el exterior. «Esta certificación ayudará al gobierno legítimo de Venezuela a resguardar los activos para el beneficio del pueblo venezolano», dijo Robert Palladino, portavoz del Departamento de Estado. Las sanciones unilaterales y el bloqueo financiero-comercial del gobierno de EEUU, secundadas por sus vasallos de la Unión Europea y el Reino Unido, procuraban hacer realidad lo que -en los hechos- parecía tan solo una parodia de una rochela mal montada. Todo en nombre de la «libertad» del pueblo venezolano.

Si no fuera por el gran sufrimiento que han causado al pueblo venezolano, los talibanes de Guaidó y la CIA, cuantificado en víctimas mortales producto de la violencia que han propiciado, restricciones de alimentos y medicinas, desmejoras de vitales servicios públicos, apropiación y hurto de importantes activos de la República en el exterior (corrupción), intentos de magnicidio e invasiones paramilitares desde Colombia, la parodia rochelera montada por la Casa Blanca, causaría mucha risa. No obstante, los hechos propiciados por Washington, y ejecutados por Guaidó y su banda terrorista de delincuencia organizada, mucho malestar han generado en la población venezolana. La llegada de la Revolución Bolivariana y su ascenso a gobierno, representó una lucha consecuente contra la criminalidad, el tráfico y producción de drogas provenientes desde Colombia. En un territorio tapón de la distribución, se convirtió Venezuela en contra de la enorme producción de cocaína colombiana. La expulsión de la DEA de Venezuela, año 2005, fue asumida por EEUU como una declaratoria de guerra quien, desde entonces, arreció sus agresiones contra Venezuela. Chávez, precisó las causas: «veníamos haciéndole seguimiento y resulta que la DEA estaba usando como máscara la lucha contra las drogas para, incluso, apoyar al narcotráfico» (La Jornada, 09/08/2005). Desde entonces, las incautaciones se multiplicaron hasta alcanzar las más de 700 toneladas, igualmente las capturas de líderes negativos vinculados al narcotráfico: 158 de ellos fueron detenidos en territorio venezolano, así como se multiplicaron los desmantelamientos de laboratorios para procesamiento de cocaína en los límites fronterizos con Colombia. Desde 2005, Venezuela, pasó a ocupar un lugar privilegiado en la agenda de «cambio de régimen» de los EEUU. Nada casual, que a Venezuela se le declarara -una década después- como una «amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad de los EEUU» por la Administración Obama-Biden, mediante una Orden Ejecutiva. Hugo Chávez, había golpeado el corazón del Complejo Financiero-Industrial y Militar del imperio, el poder real imperialista, su financiación…

Postscriptum: Del narcotraficante colombiano y ex congresista, Pablo Escobar, es la frase: «No existe una empresa en Colombia que le saque más dólares a Estados Unidos que nosotros, los Narcotraficantes…» Las drogas, representan para los EEUU lo que un oxigenador representa para un paciente Covid en etapa avanzada de la enfermedad, léase: la propia vida…



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Henry Escalante


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