La Organización de Estados Americanos (OEA) es un instrumento que nació al finalizar la 2da. Guerra Mundial. En esa medida fue expresión de la correlación de fuerzas existentes en el continente durante la guerra, creada para apoyar a Estados Unidos en su tardío esfuerzo bélico de participación en el conflicto y que incluyó una amplia alianza de fuerzas políticas y sociales hegemonizada por las burguesías locales, además la OEA fue, en su surgimiento, prueba de la extensión del sistema internacional resultado de la derrota del fascismo y que tuo su mayor expresión, a nivel mundial, en la Organización de Naciones Unidas.
El objetivo inicial de la OEA era organizar un sistema internacional interamericano entre iguales, en concordancia con la Carta de las Naciones Unidas. Los países del continente aspiraban a un manejo democrático de los asuntos internacionales, de allí que postularan una organización sin hegemonías. Esto produjo temores en el seno del gobierno de Estados Unidos que en un primer momento tuvo dudas sobre la conveniencia de firmar la carta de la Organización ya que la misma podría limitar su capacidad de dominio sobre lo que ha considerado siempre su “patio trasero”.
Sin embargo, la realidad política circundante al finalizar la guerra, que puso fin a su vez, a la amplia alianza de fuerzas antifascistas por un lado y por otro, la puesta en práctica de la Doctrina Truman que postulaba el apoyo material, financiero y moral a todas aquellas fuerzas conservadoras, reaccionarias y anti comunistas hizo que se crearan las condiciones para que en el continente emergieran estas fuerzas retrógradas que le dieran tranquilidad a Estados Unidos considerando que los gobiernos iban a acatar dócilmente sus directrices, por lo cual, torcieron su análisis inicial y replantearon su decisión, apoyando la creación de la OEA.
Se reservaron para Washington la sede e iniciaron una “diplomacia regional” a través de la amenaza, el chantaje, la coerción y la extorsión de gobiernos que además no mostraban gran interés en oponerse a ello.
Vale decir que el año anterior, en Río de Janeiro, se había creado el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca como instrumento militar hegemónico controlado por Estados Unidos para asegurarse la lealtad de las Fuerzas Armadas de los países latinoamericanos en su confrontación estratégica con la Unión Soviética.
En este contexto, la OEA vino a ser continuación de las iniciativas desarrolladas por Estados Unidos desde su creación como estado independiente a finales del siglo XVIII. Expresión de ello han sido la Doctrina Monroe, el Destino Manifiesto, el Corolario Roosevelt, la Política del Garrote, la Diplomacia del Dólar y la Política del Buen Vecino, las cuales a través de la historia han significado “…estar plagados de miserias a nombre de la Libertad”.
Después de la Guerra de Secesión, que permitió consolidar el sistema capitalista, Estados Unidos comienza su período de recuperación. Ya en 1880, cuando comienza su etapa imperialista, se propone construir un sistema panamericano de acuerdo a la Doctrina Monroe y contrario al ideario del Libertador. En octubre de 1889 durante el gobierno de Benjamin Harrison se realiza la 1ra. Conferencia Interamericana que propone una unión aduanera y el arbitraje de los conflictos de la región, todo bajo la tutela de la potencia del norte. En abril de 1890, como consecuencia de esta Conferencia, nace la Unión Internacional de las Repúblicas Americanas, considerada la “madre” de la OEA. Ya en ese momento se expresaría la visión hegemónica de Estados Unidos cuando se designa su capital, Washington como sede de esa organización.
De este modo, la idea bolivariana de la unidad latinoamericana sin injerencias hegemónicas quedaba temporalmente sepultada. Triunfa la Doctrina monroista y se consolida el panamericanismo.
A partir de ese momento y durante los siguientes 55 años se realizaron 8 conferencias interamericanas, 2 conferencias interamericanas extraordinarias, 3 reuniones de consulta de cancilleres y 1 conferencia sobre conciliación y arbitraje. Sería largo referirse a cada una de ellas para patentizar con ejemplos la actitud soberbia y prepotente como Estados Unidos ejerció su dominio en la región, sin embargo un elemento común han sido las intervenciones militares como elemento de dominio siempre presente.
A pesar de las presiones, la visión bolivariana se mantenía activa. Hubo intentos de prolongar las ideas del Congreso de Panamá,para lo cual algunos países de la región, -sin Estados Unidos- se reunieron en Lima en 1847-48, otro Congreso americano se llevó a cabo en Santiago de Chile, en 1864. Muchos pensadores desde diferentes posiciones y doctrinas se propusieron dar continuidad a la posibilidad de crear la Patria Grande al sur del Río Bravo. Entre ellos, vale destacar al argentino-chileno Francisco Bilbao, al uruguayo José Enrique Rodó, los argentinos Domingo Faustino Sarmiento, Juan Bautista Alberdi, Juan Manuel de Rosas y Felipe Varela, el puertorriqueño Eugenio María de Hostos, el hondureño Francisco Morazán, el colombiano José María Torres Caicedo y José Martí, el apóstol de la Independencia de Cuba, quienes reivindicaron la idea unionista en nuestro continente.
La consolidación de Estados Unidos como potencia mundial devino de su intervención en la guerra de independencia de Cuba, la construcción del Canal de Panamá y el abandono de su tradicional política de aislacionismo para incursionar en los acontecimientos planetarios, a partir de la Doctrina Wilson,. La primera y la segunda Guerras mundiales le permitieron desplazar definitivamente a Inglaterra de ese sitial. Al finalizar la contienda, con su territorio continental intacto, pudo convertirse en el eje de estructuración del nuevo sistema internacional, a pesar de que su participación en la guerra fue marginal.
Se habían creado las condiciones para retomar su tradicional política hacia la región, el fascismo y el nazismo habían sido derrotados y el apoyo material y político de Latinoamérica ya no le era vital para su política de guerra. La amplia red de alianzas políticas y sociales para enfrentar la guerra, de la que formaban parte casi todos los países del continente, desaparecieron y se inició una feroz política de represión anticomunista y antipopular inspirada en la recién inaugurada Doctrina Truman de “contención del comunismo”.
Ese es el contexto en el que surgió el TIAR y es el contexto en el que se produjo el surgimiento de la OEA. Ella es expresión de la Doctrina Monroe y, por tanto, es en esencia, opuesta al bolivarianismo.
La OEA ha sido a través de estos casi 60 años de existencia instrumento de justificación de las agresiones de Estados Unidos en nuestro continente desde 1954 en Guatemala, y pasando por 1961 en Cuba, 1965 en República Dominicana y 1973 en Chile por mencionar sólo algunas, así mismo la vergonzosa expulsión de Cuba del sistema interamericano acatando órdenes de Washington, fue expresión de la presión y chantaje ejercido a través de la organización hacia gobiernos leales política e ideológicamente a Estados Unidos.
Esta situación ha cambiado. No parece congruente con nuestra política exterior soberana, independiente y solidaria participar en un instrumento imperialista. En esa medida, no resulta coherente enfrentar al ALCA creando el ALBA en el plano económico, como vía de establecer relaciones de cooperación basadas en principios de amistad y solidaridad, si no nos salimos de la OEA, instrumento creado por Estados Unidos para el control de nuestros pueblos y así, proponernos de manera seria y consecuente una política que se corresponda en el plano político.
Los mismos agoreros que auguraron corta vida al ALBA porque sólo comenzaron Venezuela y Cuba, elaborarán miles de argumentos para justificar “la necesidad de nuestra presencia en la OEA como espacio para denunciar a Estados Unidos”. Como si al imperio alguna vez le interesó tomar en consideración lo que los pueblos del sur han dicho en el seno de esa organización, definida por el Che como Ministerio de Colonias de Estados Unidos.
¿Cómo es posible que formemos parte de ese ministerio de colonias? La única política coherente es salirnos de ese engendro imperial, ampliar el ALBA, fortalecer UNASUR y participar activamente -como lo estamos haciendo- con propuestas e iniciativas que recojan el espíritu de Bolívar, más allá de las diferencias coyunturales que hoy podamos tener con algunos de los gobiernos de la región
En tanto esta nueva organización debe dar continuidad al ideal bolivariano, tiene que recoger la idea del Libertador expresada en carta a Santander en 1825. “Yo creo que los americanos no deben ser aceptados en el Congreso de Panamá”, eliminar las hegemonías y sustentarse en principios que rescaten, en primer lugar, los sentimientos de humanidad, de solidaridad y amistad entre nuestros pueblos. Debería considerar las grandes diferencias en extensión, población, tamaño de las economías y grados de desarrollo para que la contribución que cada quien haga sea acorde a esta situación. La nueva organización no puede tener un carácter superestructural porque la verdadera integración es la que hacen los pueblos y para ella debemos trabajar.
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