El espejo tiene dos caras y las cosas se ven de acuerdo al cristal con que se miren. La sabiduría popular tiene infinidad de formas de expresar con parábolas y metáforas las paradojas que la vida nos tiene reservadas, aun para aquellas que son ingratas, dolorosas, pero patéticamente ciertas.
El puente caído en Minneapolis esta semana no se parece en absoluto al viaducto colapsado en Venezuela en 2006. Es verdad. El gringo era unos cuantos años más joven. Había sido construido en 1967. Debajo de él no corrían las aguas negras que socavaron las bases del nuestro, producto de la miseria que fue poblando los cerros circunvecinos durante cuarenta años de indiferencia.
El de EEUU se erigió sobre la limpia corriente del soberbio Mississippi y estaba elevado en la nación más poderosa, con la tecnología y los recursos de ese primer mundo, tan distante de nuestros modestos logros. Eso hace una pequeña diferencia.
Pero como el nuestro, el puente estadounidense también había sido sometido a inspecciones, las cuales –sabemos ahora– arrojaron que tenía fallas estructurales que le merecieron una calificación de 50 sobre 120 en una escala que mide la seguridad de construcciones de su tipo.
Así como sucedió en el 2001 con el atentado a las Torres Gemelas, que derrumbó en un par de horas el corazón financiero de New York; igual como pasó con el huracán Katrina, que en agosto de 2005 hundió en las aguas del mismo río a la ribereña ciudad de New Orleans, sin que las autoridades hicieran nada por sus habitantes; ahora el puente de Minneapolis vuelve a mostrarnos la vulnerabilidad gringa.
Pero la cara oscura del espejo enseña por nuestros predios un rostro diferente: allá se caen las torres por efecto del terrorismo y no por las estrepitosas fallas de la "inteligencia" estadounidense. Aquí se incendia una torre por ineptitud.
Allá se ahoga una ciudad entera y es culpa de la naturaleza.
Aquí se hunde Vargas y es culpa de Chávez. Allá se cae un puente y las causas las sabremos en un año. Aquí colapsó el viaducto, no murió nadie, pero la culpa también es de Chávez.
Lástima por las pobres víctimas de allá que no tuvieron siquiera la oportunidad de que alguien les hiciera su trocha.
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