El secesionismo se cierne sobre Bolivia como la amenaza más seria que los sectores desplazados del poder luego del triunfo de Evo Morales han estado planificando y ejecutando, para dar al traste con el primer gobierno encabezado por un indígena desde los tiempos del colonialismo español. No importa que la consulta haya sido organizada ilegalmente, ni que cerca del 75 por ciento del electorado desistiera de ir a las urnas. El plan echó a andar.
Bolivia, nación suramericana sometida durante largos lustros a dictaduras militares, una más sanguinaria que la otra, logró sortear esa “rutina” de gobiernos de facto para dar paso a una democracia que, si bien abrió los espacios de participación política, hizo muy poco o prácticamente nada para lograr que la mayoritaria población originaria fuese realmente incluida y tomada en cuenta como factor social determinante. Pues bien, con todo y los errores que puedan achacársele al gobierno de Morales, que seguramente los tiene, ningún gobierno anterior había llegado a interpretar el sentimiento de las grandes mayorías olvidadas y oprimidas, ni a reivindicar el concepto de soberanía y justicia.
El planteamiento autonomista, incubado en Santa Cruz y otras provincias bolivianas, es la punta de lanza para la desestabilización del gobierno de Evo Morales, pero además va a contracorriente del sentimiento integracionista que viene ganando cuerpo en América Latina, con iniciativas como el MERCOSUR, el Alba y la Unasur. Obviamente, quienes promueven la división de Bolivia, o su eventual disolución, están apuntando a una estrategia peligrosa, que puede derivar hacia episodios de violencia similares a los que han padecido y siguen padeciendo antiguas naciones de Europa Oriental, por citas los ejemplos más recientes. Y qué casualidad que las llamadas causas autonomistas e independentistas reciben apoyo de grandes potencias cuando está de por medio el interés de controlar bastiones energéticos…
La Organización de Estados Americanos se ha pronunciado en apoyo al gobierno legítimo de los bolivianos, que es el presidido por Evo Morales, y hay que reconocer el gesto del órgano regional, a pesar de que el lenguaje utilizado no implica una condena severa a los propósitos que mueven a las élites bolivianas, las cuales, por cierto, han tenido como consigna emblemática una que da para pensar lo peor: “Evo, Santa Cruz será tu tumba”.
Reivindico y reconozco el derecho que tienen los sectores opositores a ejercer su rol como tales, pero me niego a creer que la diferencias políticas, por muy extremas que sean, justifiquen una acción destinada a quebrantar la unidad de una nación y abrirle la puerta a terribles escenarios de guerra civil. Creo además que hay suficientes espejos en el mundo sobre lo que le viene encima a Bolivia, y tal vez a otros países de América Latina, si le quitamos el corcho a la botella y dejamos que el genio secesionista entre como río en conuco.
IMPOTENCIA FRENTE AL HAMPA
El pasado sábado acudí a una funeraria en la Avenida Nueva Granada para despedir al amigo Nicolás Mosquera, abuelo de un compañero del equipo de béisbol al cual pertenece el mayor de mis hijos.. Allí me abordó Alejandro Mendoza, vecino de la calle 4 de El Valle, a quien un delincuente, perteneciente a una banda de la calle 8, le mató de un disparo a su hijo Alejandro, de 36 años, quien salía a trabajar. El señor Mendoza sabe que no va a recuperar a su muchacho, pero exige que el gobierno ponga en marcha un plan de desarme, para evitar que más jóvenes sigan cayendo abatidos a balazos. Y, además del desarme, diría yo, hay que acabar con la impunidad, gracias a la cual el asesino de este joven vallero sigue por allí como si nada. Quién sabe cuantas vidas habrá segado…