La mayoría de esta droga es sembrada en los parques nacionales como el bosque californiano de Secuoyas donde según Brent Word, supervisor de la Oficina de Narcóticos del Departamento de Justicia de ese Estado, traficantes mexicanos y estadounidenses emplean guardias armados y tendidos de cables que detectan cualquier intruso para proteger parcelas con miles de plantas, capaces de producir hasta 30 toneladas al año.
El Bosque Nacional de Secuoyas en el centro de California contiene un mosaico de plantaciones escondidas a lo largo de arroyos y cañadas, lejos de los senderos de excursionistas. Lo mismo ocurre en otros parques, entre ellos el Yosemite y en Apalachia, colindante con los Estados de Kentucky, Tennessee y West Virginia.
Además de estos sembrados en parques federales lejanos, también se incrementó la producción de marihuana en casas ubicadas en las ciudades. En estos centros, la hierba se cultiva bajo extremas medidas dentro de varios locales completamente cerrados.
Allí, el personal encargado de su cuidado permanece las 24 horas pues a las plantas no les puede faltar luz artificial, abono y agua. Las casas, hermetizadas para que las luces no se vean desde el exterior, son custodiadas permanentemente por los narcotraficantes.
Este negocio se ha incrementado en los Estados de La Florida y California. El cultivo es permanente y cada cosecha se evalúa en miles de dólares.
Esta droga ha sido objeto de cruces y mutaciones genéticas que han dado lugar a la marihuana transgénica y la sintética, las cuales cuentan con un 20 % de concentración de tetrahidrocannabinol (THC), que causa el doble de daño al sistema nervioso central, en comparación con la marihuana regular.
Un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) divulgado en 2008 informó que Estados Unidos es el mayor consumidor de drogas del mundo. Solo en cocaína, los norteamericanos consumen un tercio de la producción mundial.
Las cifras son significativas pues señala que 72 millones de estadounidenses mayores de 12 años, han consumido drogas alguna vez. Asimismo, lo han hecho el 41 % de los jóvenes que asisten a las escuelas secundarias y el 47 % de los preuniversitarios. El documento explica que el 62 % de los estudiantes de secundaria asiste a centros donde se trafica con drogas.
La comercialización reporta “beneficios” en Estados Unidos por más de 100 000 millones de dólares anuales que también ayudan a mover la economía en una sociedad donde el consumo es la base del crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB).
Las autoridades apenas confiscan el 1 %. A causa del consumo de drogas, 20 000 norteamericanos mueren cada año; decenas de miles van a parar a las cárceles.
El ex presidente William Clinton reconoció durante una audiencia congresional en 2007, que en Estados Unidos se consume el 50 % de las drogas producidas en el mundo, mientras su población es solo el 5 % del orbe.
Pese a que Washington acusa constantemente a otros países (en la mayoría en forma injustificada) de tener relaciones con el narcotráfico, muchos de sus funcionarios han reconocido que el problema fundamental se halla en su propio país.
En declaraciones recogidas por la agencia mexicana Notimex, en fecha tan lejana como diciembre de 1997, el ex director de la DEA, Thomas A. Constantine, reconoció que sin grupos de distribución en Estados Unidos los cárteles no podrían operar. Explicó que ellos necesitan (y tienen) en Norteamérica una red de administradores de alto nivel, transportistas, contadores, expertos en comunicaciones y personal de almacenamiento.
La canciller mexicana, Patricia Espinosa, afirmó recientemente que la violencia del narcotráfico en localidades de su país cercana con la frontera del vecino del norte, deriva de la falta de reducción del consumo de drogas en Estados Unidos.
Razón suficiente tiene Espinosa pues se conoce que más de 300 000 organizaciones y bandas, en el gigante del norte, participan en el control de la droga.
Con la actual crisis económica mundial, los precios de los estupefacientes se han incrementado abruptamente. Organizaciones No Gubernamentales norteamericanas que protegen a víctimas de ese flagelo, aseguran que el precio de un kilo de cocaína cuesta 2 500 dólares en Colombia, 4 000 en Panamá, 6 000 en Guatemala, 12 000 en México, 16 000 en la frontera norte del país azteca y 139 000 en Estados Unidos, o sea, 200 dólares el gramo en las calles.
En la sangrienta ruta desde Sudamérica hasta el principal mercado consumidor de la droga, su valor aumenta enormemente.
Son numerosos los informes que relacionan a la Agencia Central de Inteligencia (CIA) con el tráfico de drogas para emplear el dinero en desestabilizar gobiernos o crear campañas adversas contra naciones que no se pliegan a sus exigencias.
Un estudio del Departamento de Estado reconoce que pese a la intervención militar norteamericana en Colombia, ese país sigue siendo el líder mundial en producción de cocaína con el 70 % del total de distribución mundial y el 90 % de procesamiento.
Por tanto, cada día son más incongruentes los informes emitidos en Washington sobre actividades de drogas pues el centro del negocio se encuentra concentrado en sus naciones aliadas y en su propio territorio.