El debate sindical de los Orlando por TVES

Hacía años o, tal vez, lustros no se producía un programa televisivo, dedicado a los sindicatos y los trabajadores, tan interesante como el moderado por el periodista Díaz Rangel el día domingo 13 de julio del presente año, y que tuvo como invitados a los camaradas Orlando Chirinos y Orlando Castillo. Ese programa, en una casa de campo, lo presenciamos 16 personas, de las cuales 10 son campesinos que viven en la zona, tres estudiantes y un obrero que estaban de visita, y quien esto escribe que igual vive en la zona. Las cuatro amas de casa –campesinas también- que estaban en la casa dieron su argumento para no presenciarlo y fue más o menos el siguiente: “Nosotras tenemos cosas qué hacer, porque lo que no hagamos hoy, mañana se nos duplica”. Sin duda, y sin derecho a criticarlas, eso es una filosofía natural respetable y que en el fondo –como si fuera un duende- sigue martillando las cabezas de los hombres que continúan viendo a la mujer como la expresión de la esclavitud de la economía doméstica; es decir, la mujer del campo y no quede duda que la del obrero de la ciudad también, por tantas ocupaciones en largas jornadas de trabajo casero, no les queda tiempo para ver un programa de interés político e ideológico. Tal vez, la hora en que gozan de cierto estado de “reposo” –de 1pm a 2pm- tienen creado el hábito de dedicarla a la telenovela de su preferencia si existe la posibilidad que se vean dos o tres canales de la televisión.  ¿Quién se atribuye autoridad para criticarlas? No lo sé.

Nada en lo personal tengo que decir de los argumentos ni del camarada Orlando  Chirinos ni del camarada Orlando Castillo. El hecho que el debate haya sido entre dos dirigentes obreros que están con el proceso y fueron a dirimir o enfrentar sus creencias del sindicalismo en un medio televisivo, de cara al país, a los obreros, a los estudiantes, a los campesinos, a los intelectuales, a las clases sociales y, muy importante, sin tenerle miedo a la crítica ni a que los adversarios del gobierno se enteraran o conocieran de las profundas, medianas o pequeñas disidencias que existen entre los dirigentes sindicales del proceso bolivariano, es un mérito incuestionable que debe, necesariamente, incidir en una reflexión objetiva de la realidad del sindicalismo venezolano, de las contradicciones políticas dentro de los sindicatos, de las formas de devolverle al sindicalismo su esencia de organización obrera para la lucha por las reivindicaciones que mejoren las condiciones de trabajo y de vida de los obreros, de elaboración y ejecución de una política que cada día acerque más al obrero –más allá de las fronteras sindicales- a jugar su rol político emancipador de la sociedad. Eso es, sin duda en primera instancia, discusión, polémica, estudio, meditación, reflexión de los obreros para alcanzar esa conciencia política e ideológica, que los marxistas llaman “para sí”; es decir, cuando se proponen desplazar al capitalismo para construir el socialismo. Es la clase obrera o el proletariado para mejor decir, a mi juicio, quien sigue llevando en su entraña la nueva sociedad que no es otra que el socialismo.

Sólo quiero limitarme, en esta oportunidad, a exponer la opinión –esencialmente empírica- de quienes vieron el debate y sacaron, de la manera más inmediata posible, sus conclusiones. Eso sólo serviría, simplemente, como un punto de referencia para tener una idea de cómo aprovechar los espacios de comunicación –especialmente la televisión- de la manera que genere la mayor cantidad posible en el menor tiempo posible conciencia clara en los televidentes sobre los problemas fundamentales de la sociedad. Además, incluso, contribuye en lo individual en el sentido de descubrir elementos donde los que debaten o alguno de ellos fije posturas físicas que creen simpatías en la audiencia.

El campesino, ese que se dedica diariamente –bajo sol o lluvia- a roturar su pedacito de tierra para cultivarla, atenderle a la siembra, a macanear el monte o fumigar para proteger su siembra de los insectos o parásitos, ese que nunca lee un libro ni un periódico, ese que se entera de las cosas por boca de otros y llega a sus conclusiones por los efectos que causa el azadón o el machete sobre sus espaldas; ese que mira –generalmente con inferioridad propia- de reojo al de la ciudad, porque éste igualmente lo mira –generalmente con superioridad propia- de reojo, reacciona frente al televisor por el inmediato efecto de la percepción, de lo que ve, de lo que siente, de lo que escucha, de lo que tacta, de lo que olfatea, de lo que degusta o, en otros términos, por lo que percibe alguno de sus sentidos o de varios de sus sentidos.

Los campesinos se extrañaron y centraron su comentario en que el camarada Orlando Castillo casi todo el programa, mientras hacía uso de la palabra Orlando Chirinos, miraba hacia arriba con el rostro excesivamente serio, como si por dentro -cosa por supuesto que no es cierta- sintiera desprecio por el camarada de causa que tenía al lado. Esa fue la primera percepción. La segunda implicó como una especie de reacción del sentido común. Para los campesinos –estoy siendo fiel a lo que sacaron como conclusión sin recurrir jamás a ningún análisis que nunca hicieron- el camarada Orlando Castillo se dedicó, en casi toda su intervención, a elogiar al Presidente Chávez y descuidó la esencia central del tema que se estaba debatiendo. Un campesino dijo, como expresión generalizada de los diez que estaban en la sala de barro con techo de zinc: “Chávez no necesita tanto que lo defiendan, porque lo que él hace habla por él, y el camarada blanco –refiriéndose a Castillo- debió hablar más del tema que habló el gordito negro que no tiene pelos en la lengua”. Conste que los diez campesinos, los tres estudiantes, el obrero y quien esto escribe estamos con el proceso y no en contra.

El obrero, por su parte, expresó opiniones coincidentes con el camarada Orlando Chirinos y nos hizo un breve análisis de su experiencia en donde trabajó –en una gobernación- hasta hace unos meses y quisieron crear un consejo obrero para respaldar la reforma y los dispersaron por diversas dependencias para que se les quite esa “manía” de estar organizándose como obreros. Quedó encantado del programa y debate.

Los estudiantes suelen, cuando tienen militancia política, recurrir a interrogantes  en busca de respuestas para después dar sus opiniones. Sin embargo, como nadie les respondió, comentaron que esos eran los debates que debían darse en la televisión del Estado, que enseñan mucho más que diez charlas juntas, que diez clases juntas en las  aulas de la universidad, y no quisieron tomar partido ni a favor ni en contra de ninguno de los dos camaradas que debatieron el tema del sindicalismo y la unidad obrera. Hasta fueron sinceros al expresar que en materia de sindicalismo era muy poco lo que poseían en conocimientos.

Ahora, bueno, con el permiso de los camaradas Orlando Chirinos y Orlando Castillo, permítaseme decir unas cositas muy breves sobre el tema sin ser experto en la materia ni pretender que me crean. Simplemente, una opinión que puede o no servir para incluirla en reflexiones sobre el tema.

Nada ha sufrido en el mundo de la lucha de clases tantas divisiones como el sindicalismo.  Incluso hubo hasta una sindical roja internacional. Lamentablemente ni Lenin ni Trotsky, fundamentalmente, están vivos para que nos instruyeran de cuánto valió la pena su creación, en qué cosas aportó a la lucha revolucionaria o si más bien, por el contrario, no cumplió el papel para la cual fue nacida. Y si buscamos un culpable directo, creo aunque no lo aseguro porque los obreros saben muchísimo más de eso que quien esto escribe, lo encontraremos –por encima de todas las verdades concretas e irrefutables- en la partidización de los sindicatos que no es lo mismo que la politización de los obreros. La historia de la lucha de clases ha demostrado tantas veces que el obrero llega, a través de la experiencia donde es un explotado y oprimido, a crearse su conciencia de “clase para sí”, es decir, a formarse ideas políticas que lo colocan a la vanguardia de su clase y a la comprensión que sin el partido político de clase proletaria no concibe el triunfo completo de su causa. Pero también se forma en la vida sindical, porque es el sindicato su elemental organización para luchar –fundamentalmente- por sus intereses o reivindicaciones de carácter económico: mejores condiciones para el trabajo, reducción de la jornada, elevación del salario, escala móvil de salario, prestaciones sociales, becas de estudio para sus hijos o hijas, comisariatos, bonos vacacionales, y otras. Lamentablemente, y conste mi respeto y hasta admiración por los comunistas del mundo, éstos tienen mucho de culpabilidad en esa política que quisieron o han querido hacer de los sindicatos unas células políticas obedientes y disciplinadas del partido. Los grandes teóricos del marxismo, en uno de sus congresos de la Internacional Comunista estando Lenin en vida, definieron muy bien el papel del sindicato, que sería recomendable su lectura para sólo tomar de allí enseñanzas que sirvan en el presente para enriquecer la concepción y la lucha sindical de los obreros. Por supuesto que nada debe asumirse como panacea o piedra filosofal para todo tiempo y lugar, porque son las realidades concretas las que determinan las formas de organización y de lucha.

Hubo en los primeros años de la revolución de octubre o rusa una grandiosa polémica sobre los sindicatos y sus tareas bajo un gobierno revolucionario que prometía el socialismo. Lenin, así lo creo, tuvo razón contra Trotsky y Bujarin juntos y por separados. Precisamente un gravísimo error del camarada Trotsky –que por cierto muy poco se equivocaba en las cosas esenciales del marxismo y de la revolución- fue haber negado el papel del sindicato en la defensa de los intereses materiales y espirituales de los obreros en el Estado revolucionario, mientras que para Lenin no era posible hacer avanzar a la revolución ni las funciones del Estado revolucionario sin tener una buena base de apoyo de los sindicatos que luchara revolucionariamente por los intereses de los trabajadores. Que los camaradas políticos, desde el partido y desde el Estado, contribuyan a que cada vez más los sindicatos deben desembarazarse de las fronteras estrictamente gremiales para convertirse en asociaciones, comités – o como se llamen- de producción sería lo ideal, pero habría que partir de si están dadas o no las condiciones objetivas y subjetivas óptimas de tiempo y lugar para tal fin en un determinado país.

Es imprescindible entender también, los del partido político como los miembros de los sindicatos, que el Estado es un patrón (sea en el capitalismo, sea en la transición del capitalismo al socialismo o sea en el socialismo propiamente dicho) mientras haya necesidad de esa institución de clase. Un Estado revolucionario, por ejemplo, tiene el sagrado deber de convertirse, durante la transición y mucho tiempo después en el desarrollo del socialismo, en el patrón monopólico de la economía, el dueño de los medios de producción antes que pasen a manos de la propiedad social. Y son los sindicatos los llamados a defender, exponer y luchar por las reivindicaciones de los trabajadores frente a ese Estado que, a diferencia del capitalista, está de su parte, le sirve a la clase trabajadora, planifica y ejecuta políticas económicas en base a la defensa de los intereses de los trabajadores estrechamente vinculados con los intereses del conjunto de la sociedad que se conduce hacia el socialismo. Eso, de paso, implica la búsqueda incesante de la unidad de los obreros o trabajadores, de una organización sindical única, que los trabajadores crean en ella, que lleven a la práctica sus resoluciones fruto de la voluntad mayoritaria de los trabajadores, que asuman la revolución como su obra genuina de redención social.

Si alguien se propusiera que el partido y el Estado –por sí mismo- deben decidirlo todo, que sean los únicos instrumentos políticos que determinen el comportamiento de los trabajadores o las masas en todos sus pensamientos y en todas sus luchas, tendríamos que preguntarnos: ¿para qué los sindicatos? ¿Para qué los consejos comunales? ¿Para qué los organismos gremiales? Precisamente una función elemental de los sindicatos, los consejos comunales, los organismos gremiales, en un gobierno revolucionario, es intermedia entre el Estado y el partido de la clase obrera que se encuentre compartiendo el poder político.

Pero la realidad nuestra de Venezuela, es que existe mucho capital privado que explota obreros (cosa que no sucedió en la Rusia de unos cuantos años de revolución ni en Cuba mientras no hubo necesidad de aceptar el capital foráneo en la economía cubana y que es bien reglamentada por el Estado), lo cual implica la importancia de hacer valer, primero, el papel de los sindicatos y la lucha de la unidad de los trabajadores para la defensa de sus intereses, en primera instancia, de orden económico. Mientras no haya condiciones, en cualquier nación del planeta, para la expropiación de los expropiadores y la estatización de toda la economía –y en Venezuela no existen esas condiciones porque hoy más que nunca la economía es mundial muchísimo más que nacional y las medidas económicas nacionales dependen de todo lo que acontezca internacionalmente en relación con el mercado mundial- los sindicatos se guían más por sus tareas de defensa de los intereses de los trabajadores en sus medios de trabajo contra el patrón privado y contra el patrón Estado. Eso es inevitable.

Quienes crean que un Estado (al declararse revolucionario o socialista) deja –por ese mismo efecto- de ser explotador de los trabajadores no entenderá jamás el proceso económico que creará los fundamentos para alcanzar las metas de un sociedad socialista. Lo que es más: la lucha política es la de los intereses y las fuerzas y no la de los argumentos, lo cual nos lleva a comprender que la primera necesidad política, de una revolución, es la de fortalecer y consolidar el gobierno revolucionario para que éste ejecute las políticas económicas a favor de los trabajadores, del pueblo; y eso implica reconocer que no estamos en tiempo de armonía social sin clases sino, más bien, en el incremento de nuevos antagonismos sociales. En fin: el problema esencial no es acabar con la explotación de clase o del hombre por el hombre, sino, imprescindible comprender, ir más allá, conquistar el principio fundamental de la economía: la mayor economía de tiempo para el trabajador elevando su nivel de vida. Sin eso no habrá socialismo, pero éste no depende de las buenas voluntades de los seres humanos sino de realidades donde, entre las que más se destaca, existe la imperiosa necesidad de derrocar el capitalismo, especialmente el altamente desarrollado. Eso sólo lo puede hacer la revolución permanente del proletariado mundial. ¡Ojo!: eso no quiere decir que en los países –por separados- deje de lucharse por tomar el poder político y anunciarle al mundo la transición del capitalismo al socialismo; no significa que no hablemos de socialismo; no significa que dejemos de tomar medidas políticas, económicas e ideológicas de corte socialista en la transición; no significa que deje de dársele nueva orientación de lucha a los sindicatos a favor del proceso revolucionario. En concreto: las leyes del capitalismo (validas para el Estado revolucionario, para los pueblos, para los sindicatos, para los partidos) seguirán vigentes hasta el día en que el socialismo –mundialmente triunfante- le produzca la estocada final de muerte a ese monstruo de la explotación y la opresión que se llama capitalismo. ¡Ojo!, incluso, a la segunda fase de la sociedad comunista llegan vestigios del derecho burgués para que con las nuevas realidades de felicidad del hombre y la mujer –sin clases y sin Estado y sin partidos y sin sindicatos- creadas por ese comunismo se le haga cristiana sepultura a ese derecho que nunca jamás podrá elevarse por encima del régimen económico y del desarrollo cultural condicionado por este régimen, como lo enseña el marxismo.

Y no sé, tratándose de la unidad obrera, si vale la pena tomar en consideración algunos elementos que –así lo creo- podrían contribuir a buscarla, tales como: garantizar la independencia del movimiento sindical en el sentido de responder, por sí mismo, a la defensa de los intereses de los obreros; elaborar un programa revolucionario de lucha de clases; unificar los sindicatos teniendo como base el ejercicio de la democracia proletaria; y organizar un evento internacional latinoamericano que pase por una discusión o reflexión seria de masas trabajadoras sobre las tareas del proletariado y sus métodos de lucha. Sí es vital saber que los obreros obtienen de manera gradual su conciencia de clase y que los sindicatos, aunque indispensables para sus luchas por reivindicaciones económicas, es creador de un caldo de cultivo o medio cultural idóneo para las desviaciones oportunistas.

Y una cosa última: importante sería, a través de un medio televisivo del Estado, observar y escuchar un debate entre representantes de la tendencia o corriente que apoyan al proceso bolivariano y de las que le adversan. Eso sería educar a las masas, porque éstas terminan dando la razón a quien la tiene. Y eso no es de temer y, especialmente, cuando uno cree o está seguro que es el proceso –en general-  quien tiene la razón y no quienes lo adversan.



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Freddy Yépez


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