Palabreo

Tierras para el colectivo

Hace unos cuantos años, en 1855, luego que el presidente de los Estados Unidos de la época, Franklin Pierce, un desconocido político que llegó a la primera magistratura gringa por un chepazo, le ofreciera comprarle las tierras, a precio de gallina flaca, a los indios Suwamish, el Jefe Seattle le respondió en una hermosa, pero contundente carta.

Escribió el Jefe Seattle, entre otras cosas: “¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esa es para nosotros una idea extraña. Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que usted se proponga comprarlos?”.

Más adelante, el jefe indígena, escribe: “Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestras costumbres. Para él una porción de tierra tiene el mismo significado que cualquier otra, pues es un forastero que llega en la noche y extrae de la tierra aquello que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga, y cuando ya la conquistó, prosigue su camino”.

Traigo a colación esta hermosa y muy humana carta a raíz de leer y escuchar las opiniones de un grupo de personas que luego de una decisión jurídica del INTI, se han convertido en la “voz de los margariteños”, gracias a la imposición mediática.

Este grupo de personas reclaman desde la posesión de la tierra, desde el valor en metálico de la tierra.

En ningún momento se refieren a la tierra como la hermana. Y aquí vuelvo a la carta del Jefe Seattle, al escribir que el hombre blanco “Trata a su madre, a la tierra, a su hermano y al cielo como cosas que puedan ser compradas, saqueadas, vendidas como carneros o adornos coloridos”.

Esa visión de amor y apego a la tierra, que expresa el Jefe Seattle, es la misma de nuestros indígenas, por eso las tierras siempre fueron para abrazarse a ellas y el producto que dejaban fueron para el uso colectivo.

Estos “nuevos conquistadores”, como bien podría llamarlos el Jefe Seattle, que viven en urbanizaciones cerradas, que no comparten vivencias con la gente de Atamo Sur, que pasan por las calles del pueblo y sólo dejan el polvo arrojado por los cauchos de sus modernos automóviles, pretenden ser ellos la “voz del margariteño”.

Y desde esa postura han dicho que en esa zona las tierras no pueden dedicarse a la agricultura, sino sólo al urbanismo.
Por supuesto, al urbanismo que sólo incluye a familias de clase media alta, que llegan a ocupar las tierras separados de la gente del pueblo.

Bien, para ellos los productos agrícolas se compran enlatados y vienen de cualquier parte del mundo, no de la tierra. Para ellos la Isla es un gran centro comercial, con certificado de puerto libre, y donde pueden comprar toda clase de baratijas importadas. Para ellos la Isla es un pedazo de tierra a ser ultrajado, usado y lanzado a la basura como deshecho.

Queda en manos de los margariteños defender sus raíces, su memoria, su tierra, su mar, su cultura, sus ancestros; a sus pescadores y campesinos ante la nueva invasión de los filibusteros modernos.

psalima36@gmail.com


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Pedro Salima


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