El socialismo y la libertad de expresión, a mi modo de ver, han tenido históricamente una relación ambigua y contradictoria. Para la izquierda de todos los tiempos durante su lucha por alcanzar el poder, la libertad de expresión ha sido una de las más preciadas banderas de lucha. Sin embargo, cuando estas izquierdas llegaron al poder en el siglo XX, protagonizaron un bochornoso papel empleando la censura y la más brutal y férrea represión a cualquier forma de libertad de expresión. Esta represión llegó a las artes, y escritores, músicos y artistas plásticos que no eran dóciles frente al régimen fueron asesinados, deportados o silenciados. La lista es larga pero destacan Boris Pasternak, Solzhenitsyn entre muchos.
Siempre he sostenido que el socialismo del siglo XXI debe ser muy diferente de aquel que se practicó en el pasado, este socialismo del nuevo siglo debe ser estructural e intrínsecamente democrático sin ningún tipo de excepciones. Para mí el ejercicio de la democracia no es posible sin que exista un ejercicio real y cotidiano de la libertad de expresión, y por supuesto, esta libertad debe ser para tirios y troyanos. El derecho a expresarse debe ser para quienes nos apoyan, así como para quienes nos adversan. Las mentiras o medias verdades que la oposición pueda expresar a través de los medios de comunicación deberán ser respondidas de la misma forma, pero sería un error usar la fuerza para establecer una censura o evitar la difusión de mensajes que puedan molestar usando el poder del Estado para cerrar o sancionar a los medios de comunicación. Sin duda alguna, prefiero el libertinaje en materia de expresión que la censura, muy propia de los regímenes autoritarios, que como dijera el Che, le caen a palos a las ideas que no gustan.
Creo que aquí podríamos citar a Tocquevile cuando dijo: “Cuanto más considero la independencia de la prensa en sus principales efectos, más alcanzo a convencerme de que, en los pueblos modernos, la independencia de la prensa es el elemento capital y, por así decir, constitutivo de su libertad. Un pueblo que quiere permanecer libre tiene derecho pues, a que se le respete a cualquier precio.” Como se puede ver Tocqueville en el siglo XVIII vinculaba la modernidad con la libertad de prensa y la libertad, y yo añadiría la democracia y yendo más lejos aún, vincularía todo lo anterior con el socialismo del siglo XXI, de acuerdo a la concepción muy particular que tengo del mismo.
La libertad de expresión puede ser una pesadilla para el Estado, debido a las mentiras que se pueden decir de la acción o inacción de éste, de las infamias que se pueden divulgar, de las campañas difamatorias que se pueden orquestar, de las campañas desestabilizadoras que se pueden programar. Todo lo anterior es cierto, pero frente a todo eso, el Estado también tiene una capacidad comunicacional para contrarrestar todas las campañas en su contra. El problema se suscita cuando el Estado no tiene la capacidad para diseñar e implementar una política comunicacional efectiva, pero ese no es un problema de la oposición, lo es del Estado, y éste tiene que ver cómo resolverlo. Por otro lado, existe un Estado de Derecho que permite querellarse contra cualquier medio de comunicación que falte a la verdad y denigre a cualquier persona.
Preservar un socialismo
democrático y participativo, y por lo tanto, libertario, implica evitar
cualquier tentación para la regulación de los medios de comunicación
dirigida a silenciarlos, implica una actitud permanente hacia el debate,
hacia el diálogo y no el monólogo. También implica mantener la coherencia
del discurso socialista antes de tomar el poder, que postula la libertad
de expresión como un valor trascendente, con aquel que se maneje una
vez en el poder.