La falta de crítica fue encerrando a los dirigentes de esos procesos en un tupido e impenetrable círculo, alejado de la realidad, ajeno a lo que sucedía en la calle y a lo que la gente deseaba; sin el calor de las ciudadanas y ciudadanos que iban al mercado, usaban el transporte público o acudían como usuarios a las oficinas públicas.
La intolerancia y la censura sirvieron en mucho de soporte a otras de las aberraciones que se dieron en esos procesos: el culto a la personalidad. La sustitución del colectivo para imponer la figura del líder omnipotente.
Al líder no se le criticaba, al líder se le complacía. Al líder no se le decía la verdad, al líder se la dibujaban bonita. Al líder no se le decía camarada, sino “padrecito” o algo por el estilo.
Lógico, pues, que los más adulantes, los más eficientes en imponer la censura, terminaron acumulando un excesivo poder alrededor del líder, cuya imagen, voz y gestos llegaron a ocupar la programación de los medios audiovisuales e impresos, así como sus discursos terminaban en libros, sus declaraciones eran elevadas a la categoría de lecciones ideológicas, sus caprichos eran temas para el debate.
A los críticos se les calificaba de inmediato: individualistas, pequeños burgueses, traidores, contrarrevolucionarios y similares.
Es cierto, muchos de los críticos terminaron en la derecha; otros varios se decepcionaron y sucumbieron de distintas formas; otros terminaron cediendo ante el aparato del Estado; algunos fueron dejando la vida sin capitular en sus principios.
Pero el sueño socialista sucumbió en medio de la intolerancia, el silencio cómplice y la censura, aunque ésta última no pudo ocultar la noticia del derrumbe de un sueño.
También es cierto, ese modelo dejó muchas enseñanzas y avances para los trabajadores, los cuales deben considerarse a la hora de mirar nuestra realidad; pero nos dejó a la vista esos errores que no pueden repetirse para no irnos por el mismo despeñadero.
Terribles ejemplos de censores también nos dejó esa experiencia. Muchos de esos censores ante la caída del socialismo saltaron la talanquera y se convirtieron en censores de los nuevos gobiernos, sólo que al servicio del capital, lo que antes combatieron.
El proceso que vive Venezuela a veces luce curado de ese mal, pues los medios privados, los enemigos del proceso, andan con el moño suelto. Pero, proceso adentro, en oportunidades exhibe síntomas de la enfermedad en sus entrañas. Varios alertas se han dado para evitar que los síntomas tomen cuerpo y se agraven.
El profesor Vladimir Acosta, revolucionario de toda la vida, ha lanzado algunas advertencias en este sentido. Esta misma semana, el amigo y camarada Luis Malaver publicó en Aporrea un artículo que vale la pena leer para ponernos alertas ante quienes pretenden usar el poco poder que tienen para cercenar el derecho de otros a participar.
Mucho
se dice que el hombre es el único animal que se tropieza con la misma
piedra dos veces. Vamos a andar con cuidado para no hacer realidad este
dicho.