Mientras se acorta la cuenta regresiva para la elección presidencial, algunos desesperos se agrandan. El que resten apenas 2 semanas y las tendencias sigan indicando el blindaje del apoyo a la Revolución Bolivariana, incrementa la angustia de quienes saben que la derrota les espera al doblar la esquina y les lleva a que utilicen sus mejores herramientas -especialmente su gran poder mediático- para intentar hacer ver por vía de la saturación que la “realidad” mediatizada es más cierta que la propia realidad. En este intento se blanden las más variadas tácticas: se posicionan opiniones como “informaciones”, se sigue el manual goebbeliano de repetir mentiras hasta convertirlas en “verdades” y especialmente se dejan intencionalmente de lado las discusiones de fondo para dedicarse apenas a las formas. Lo peor de todo es que a veces la propia opinión pública favorable a las fuerzas revolucionarias cae en este perverso juego. Me permito hacer al respecto algunas consideraciones.
No hay que perder tiempo en sostener si el candidato de la derecha firmó o no el paquetazo: se debe explicar cómo funcionan las políticas liberales y neoliberales pues más allá de lo que diga algún documento, sus defensores tienen su más que probada lógica de acción.
No hay que caer en la trampa de si a una movilización fueron más o menos personas: se debe profundizar en sus proyectos de país, en qué aspiran para la Nación, en cómo uno conduce a la profundización de la independencia nacional y el otro representa al entreguismo y al retroceso.
No hay que mantener discusiones sobre si la brecha entre los candidatos es del 10% o el 20%: se debe profundizar en la brecha cualitativa que los distingue que es la ideológica, la que contrapone dos proyectos claramente opuestos, uno apuntando a la reivindicación del hombre; otro a su cosificación.
No hay que criticar si el dinero recibido por el diputado opositor era para su campaña o para la de su candidato presidencial: debe exigirse la erradicación no sólo de la corrupción sino de cualquier práctica inmoral en la política, cométala quien la cometa.
Una campaña perfecta debe hacer un uso racional de energías dirigido a temas de fondo y no derrocharlos en superficialidades. Tenemos la fuerza de la moral a favor y estamos a tiempo de rematar con un perfecto cierre de campaña.