¿Economía regulada o desregulada, un problema económico o político?

Mis queridos lectores, vuelvo por estos lares para escribir algunas líneas que me han sido inspiradas por la lectura del último libro del economista Paul Krugman, “Acabemos ya con la crisis”. Aun cuando, el mismo versa sobre la actual crisis económica que sacude a los Estados Unidos y Europa, algunas ideas que allí aparecen me han hecho reflexionar sobre lo que acontece en Venezuela.

Desde hace mucho tiempo, economistas y políticos de la oposición, obviamente, vienen sosteniendo que la regulación de la economía vía controles de precios, expropiaciones de empresas y tierras, control directo de industrias y reglamentación de los alquileres, entre muchas otras medidas, están estrangulando la economía, liquidando el aparato productivo y haciendo a Venezuela más dependiente de las importaciones.

Resulta obvio que quienes opinan así tienen una postura ideológica que los identifica con aquellos que ven en el mercado el mecanismo perfecto para la asignación de recursos en una economía, son aquellos que opinan que la Ley de Say tiene vigencia (la oferta crea su propia demanda), son aquellos que sostienen que el Estado no debe interferir en los mercados porque ocasiona perturbaciones indeseables. Son aquellos que ven la crisis de las economías de mercado como eventos pasajeros, y que generalmente, culpan al gobierno de las mismas por su intervencionismo en los asuntos económicos. Son aquellos que creen en la mano invisible que guía el mercado para favorecer los intereses de toda la sociedad. Cabe destacar que son quienes opinan sobre el acontecer económico nacional pero que callan frente a la crisis económica que sacude al mundo desarrollado.

Por otro lado, está la posición, identificada con la izquierda, que señala que el mercado nunca ha sido un mecanismo perfecto para la asignación de recursos, que el libre mercado ha enriquecido a unos pocos y mantenido a la mayoría en niveles de subsistencia, que ha favorecido la distribución desigual del ingreso, que manifiestan que el control del Estado de las economías es imprescindible para corregir los desequilibrios del mercado, que señalan al mercado como el origen de las crisis recurrentes del capitalismo. Los más radicales hablan entonces de un control total de la economía, la desaparición del mercado, de la propiedad privada de los medios de producción y la instauración de una economía centralmente planificada. Son los que pretenden revivir el sistema de la extinta Unión Soviética, los que no aceptan que el hundimiento de la URSS se haya debido a problemas económicos, sino más bien a problemas políticos. Pudiéramos decir que están tan ciegos como aquellos que no aceptan que el funcionamiento del mercado no es perfecto y que da origen a las crisis económicas recurrentes.

Lo que podemos ver es que cada bando que se ha adherido a una corriente ideológica determinada, sólo ve lo que quiere ver, y busca argumentos de tipo técnico para sostener su visión ideologizada de la realidad. Y el problema es muy complejo, porque cualquier analista lo quiera o no, tiene una posición ideológica tomada previa al análisis de la realidad socio-económica.
En este sentido, y antes de seguir adelante creo que debo expresar mi posición ideológica, yo no me cuento entre aquellos economistas que creen en el laissez faire, la mano invisible de Adam Smith, ni la perfección del mecanismo de mercado. Sin embargo, también marco distancia de aquellos que siguen siendo marxistas y creen en el socialismo a la soviética. Soy de aquellos que piensan que el socialismo no es una teoría económica, y si lo es, su fundamentación en la teoría del valor es bastante defectuosa, que más bien, el socialismo es una postura ética que se inclina hacia la construcción de una sociedad con mayores niveles de igualdad y justicia social.

Volviendo al tema del mito del mercado perfecto, creo que existe suficiente evidencia para sostener que éste no siempre funciona bien, y que recurrentemente se dan crisis de insuficiencia de demanda, aun cuando los apologistas del libre mercado no lo quieran reconocer, y que antes del 2008 argumentaban que las crisis económicas eran algo del pasado que no volvería, porque ya se sabía como contener este fenómeno. La receta era fundamentalmente bajar las tasas de interés para incentivar el aparato productivo, sin embargo, en la actual crisis las tasas han llegado a cero y no ha habido reactivación de la economía.

A pesar de todo, debemos entender que los defensores criollos del libre mercado tienen algunos puntos a su favor en el plano nacional. El control de la economía venezolana no ha podido cambiar el carácter rentista del país, dependemos cada vez más del petróleo y de las importaciones de todo tipo de productos. El control de la economía no ha logrado poner en marcha el aparato productivo industrial, agroindustrial o agrícola. Tampoco se ha logrado dominar la inflación y llevarla a un dígito, además, el gasto social creciente del gobierno que genera un incremento de la demanda (tesis keynesiana) no ha logrado generar una oferta interna vigorosa. Las empresas del Estado no se caracterizan por su eficiencia y productividad y no son buen ejemplo frente al sector privado. Tampoco podemos soslayar otro argumento de la oposición, el incremento de la deuda interna y externa, que algunos la sitúan en 170 millardos de dólares.

Aparentemente, la receta keynesiana no ha funcionado en Venezuela, y la razón es política y no económica. Los sectores productivos privados no se adhieren a la tesis del socialismo, y aducen la tesis de la falta de confianza para invertir. Debemos decir que esta es una tesis muy usada por la derecha a nivel mundial, la confianza sería un elemento fundamental en la decisión de inversión. Este es un argumento dudoso, en verdad lo que llaman confianza es la aplicación de una política económica que brinde una libertad económica irrestricta, sin embargo, por mucha confianza que exista si no hay demanda ningún empresario invertirá nada. Ahora bien, en Venezuela si existe una demanda y creciente sostenida por el gasto público y social, sin embargo, no hay respuesta del aparato productivo y no la habrá mientras exista un gobierno que se declare anti capitalista. Lo mismo sucedió con el gobierno de Allende y su plan Vuskovic, basado en un incremento del poder adquisitivo del pueblo que activaría la producción, lo que no sucedió por motivos políticos, los sectores económicos no estaban dispuestos a invertir en algo que no fuera el derrocamiento del gobierno, y así lo hicieron. Frente a esto, el gobierno venezolano se ha embarcado en crear un sector productivo estatal con resultados nada alentadores por los momentos. Pareciera ser que estamos entrampados en una situación en la que el sector productivo privado se niega a cooperar hasta que no haya una política económica liberal que garantice el mayor beneficio económico, y un Estado que no puede asumir la esfera de la producción y la distribución en forma eficiente, aun más, que no puede garantizar un suministro de servicios públicos de primera calidad.

En lo que respecta a la deuda y apoyándonos en Krugman y lo que señala en su último libro, bien pudiéramos estar frente a un efecto Minsky, el cual señala que en épocas de bonanza, el endeudamiento sube aceleradamente, sin embargo, nadie se da cuenta hasta que la deuda se convierte en un problema serio que implica una caída en el consumo, lo que detona la crisis económica. El efecto Minsky hasta lo podemos ver en el caso de las economías familiares que acceden al crédito por la vía de las tarjetas de crédito, rápidamente y sin darse cuenta su nivel de endeudamiento crece hasta que comienzan a tener problemas para cancelar el servicio de la deuda, entonces deben recortar sus gastos. Esto bien puede pasarle al gobierno venezolano, que por la vía del endeudamiento, mantiene un gasto social elevado que le ha producido dividendos políticos innegables, pero si esto sigue así, y no hay una subida abrupta de los precios petroleros, el gobierno puede verse obligado a recortar sus gastos para hacer frente al servicio de la deuda. En este sentido, el ministro de Finanzas ha dicho que “aquí se acabó regalado”, una declaración un poco extraña para un ministro de un gobierno socialista, y que no puede ser que se deje más propina al personal que surte gasolina en las estaciones que lo que se echa en el tanque del carro, y lo dice justo en un momento en que se especula con una devaluación de la moneda para el próximo año, y se habla de una escasez de dólares, y cuando también se ha sabido de venta de oro de las reservas monetarias. Las declaraciones del ministro podrían estar dictadas por el reconocimiento de que el flujo de caja del gobierno está siendo insuficiente para un gasto público creciente, a pesar de los altos precios del petróleo.

Todo lo anterior podría inducirnos a pensar que en efecto una desregulación de la economía sería la solución ideal, pero aquellos que tienen unos cuantos años recordarán lo pernicioso que fue la política de laissez faire en el ámbito financiero, la irresponsabilidad de los banqueros que llevó a la quiebra a muchos bancos y a las familias a perder sus ahorros depositados en dichas instituciones. Algo muy similar a lo que está ocurriendo en esta crisis global que estalló en el 2008.
Por lo tanto, mi posición es que es necesario que el Estado controle la actividad económica y financiera a la luz de lo que ocurre en el resto del mundo. El problema es para mí una cuestión de grado, hasta donde debe el Estado controlar la actividad económica para salvaguardar al país de una crisis económica, y esto no es un problema fácil de resolver. Hacer abstracción de una política radical de derecha e izquierda y buscar un centro es algo que requiere una negociación, y esto es materia política más que económica.

Definitivamente, la economía a pesar de muchas escuelas de pensamiento económico que se han solazado en la creación de complicados modelos matemáticos que expliquen el comportamiento de los mercados, como lo pueden hacer la física o la astronomía en sus áreas, es una ciencia social que trata sobre el comportamiento humano en su faceta de consumidor y productor, que detrás del ahorro, la inversión, el consumo, la distribución y la producción están las decisiones humanas que no siempre suelen ser racionales, que pueden estar basadas en prejuicios, temores y experiencias del pasado. Además, la visión particular y su adhesión a ideologías de derecha o izquierda del analista económico interfiere con el resultado de la investigación, así como también, determina el tipo de intervención que se realice, la visión de derecha frente a la crisis postulará una intervención indirecta por la vía de la manipulación de las tasas de interés y la rebaja de los impuestos, una visión de izquierda lo hará desde el punto de vista fiscal con una subida de impuestos y un crecimiento del gasto público.
La visión predominante y las recetas aplicadas dependerá entonces de quien tenga el poder político y la influencia para imponer su particular punto de vista, y en este caso, la política económica lejos de ser una materia técnica haciendo abstracción de la jerga enrevesada de los especialistas, no es otra cosa, más que la expresión de una ideología y el ejercicio del poder político. En virtud de esto será muy difícil ver gobiernos de derecha aplicando políticas keynesianas, y de izquierda promoviendo la liberalización de los mercados, aun cuando, estas medidas pudieran ser razonables en un momento determinado. Aunque esto es cierto, en tiempos de crisis aguda si podemos ver que se relajen algunos dogmas ideológicos. Aquí en Venezuela, el ministro de Finanzas acaba de hacer unas declaraciones señalando que “regalado se tiene que acabar”, no sabemos si esto se refiere a la política social, y se escuchan rumores de una reforma fiscal que incremente la presión tributaria, además está la presunción de una posible devaluación el próximo año, si esto toma cuerpo y se convierte en realidad sería una señal que las finanzas públicas no andan nada bien, a pesar de las declaraciones oficiales.

A pesar de lo anterior, nada nos induce a pensar que el gobierno de alguna manera dará marcha atrás en su política de control de la economía, aun cuando, algún tipo de flexibilización y negociación con el sector privado pudiera ser recomendable para desarrollar el aparato productivo nacional y reducir el nivel de importaciones y la salida de divisas. Y por el otro lado, la oposición insistirá en su visión de libre mercado y libre empresa a ultranza. A pesar de que una negociación pudiera ser muy positiva para que ambos bandos y el país entero salieran beneficiados, la disputa ideológica se impone sobre el pragmatismo. Sólo vemos lo que queremos ver a través de nuestras gafas ideológicas, en un mundo virtual, hasta la realidad económica se ha vuelto virtual también.

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Hernán Luis Torres Núñez


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