Leo El Nacional desde hace 43 años. Durante mucho tiempo lo hacía por placer. Ahora lo hago por obligación profesional. Pero al leerlo lo sostengo con mucho cuidado para no ensuciarme las manos.
Leo la página de Aporrea casi desde que comenzó. Durante mucho tiempo lo he venido haciendo con satisfacción revolucionaria. Satisfacción que ha disminuido paulatinamente. Ahora sigo leyéndola todos días, pero confieso que cada vez lo hago con más dudas acerca de su papel en este proceso.
No quiero establecer un paralelismo entre esos dos medios. No sería justo. Admiro y quiero a Aporrea y la tengo como una referencia. Pero tengo que decir que extrañamente coinciden en ser los dos territorios desde donde se efectúan la mayor cantidad de ataques a la gestión cultural que yo conduzco. Y eso me llama la atención.
Desde el Nacional identifico con claridad a quienes me atacan y se enfrentan a las políticas del Ministerio de la Cultura. Tienen nombre y apellido. Sé quienes son, qué intereses representan y hasta, en algunos casos, cuáles son las neurosis personales que los alimentan. Sergio Dhabar, Perez-Oramas, Antonio Pascuali, Ibsen Martínez, Adriana Villanueva, Antonio López Ortega, Oscar Lucien, Pablo Antillano, Hector Silva Michelena, entre otras y otros. De tal modo que, conociéndoles, puedo responderles y debatir con ellos cuando me interese o me apetezca.
En el caso de Aporrea no sucede siempre así. A veces los escritos son anónimos, como por ejemplo el de un tal “Macaurelio” que hoy escribe algo infamante contra mí.
(La Ley de Cultura, Constituyente Cultural y Los Delimitadores de la Primavera)
En este artículo de opinión se afirman cosas como:
...si Chávez supiera como es el baile de millardos, a dónde van a parar..."
"... La tozudez, esa manía de repetir el error aún a sabiendas de su mal resultado es la expresión de algo enfermo en el alma de esa gente."
"... Estos “revolucionarios” quieren hacer las cosas como no están escritas en la Constitución. Igualito que Carmona, pero a cuenta gotas, hasta que el pueblo, que es la cultura, se dé cuenta y les recuerde la hermosa consigna escrita en las paredes de Miraflores el 13 de abril: “Chávez perdona el pueblo no”..
¿Cómo responderles en ese caso? ¿Con quien debato, con qué tipo de fantasma?
Otras veces los firman con nombre y apellido, pero de los cuáles ni yo ni la gente que me rodea tenemos referencias cercanas. Ignoramos quienes son. (No quiero citar ningún ejemplo para evitar que nadie se moleste).
Se me podría argumentar: bueno, no son conocidos, no son intelectuales legitimados por los grandes medios, pero son activistas, son la voz del pueblo y ejercen su derecho a expresarse. Bien. Pero en ese caso los lectores de Aporrea y, sobretodo, aquellos a quienes estas personas nos hacen objeto de sus críticas, deberíamos tener una mínima referencia sobre ellos. Saber, en primer lugar, si son nombres verdaderos o seudónimos, en presencia de quien estamos, en qué sector de la revolución activan si es que lo hacen, a qué grupo de trabajo pertenecen. En fin, algo que sirva para entender honestamente la crítica y situarla en su contexto, a fin de poder debatir en condiciones de igualdad. Creo que es muy difícil para cualquiera, pero en especial para un ministro que no le huye al debate, discutir revolucionariamente con francotiradores de la palabra, que disparan desde las azoteas ocultando el rostro y la figura.
Si son revolucionarios y les interesa la verdad (es de suponerlo puesto que escriben en Aporrea), les digo: démonos la mano deportivamente y comencemos la polémica. Puede ser que muchas veces tengan razón y me ayuden a rectificar ciertas políticas. En otras ocasiones tal vez yo los convenza de mis razones.
Pero no siempre son anónimos o nombres desconocidos los que me adversan. Otra veces son personas de las que tenemos referencia como el es caso de Ninoska Lazo, que cultiva hacia mí un inexplicable resentimiento. O quizás desconfianza. No la cuestiono por ello. Tal vez yo sea un ser detestable. Pero, al menos, soy un ser que entiende que ese factor personal no debería oscurecer el peso fundamental de la argumentación cuando se intenta establecer la crítica.
Somos muchos los que pensamos que, en el campo de la revolución, el debate de ideas debe ser sobre todo argumental o, mejor dicho, únicamente argumental, y que todo lo demás sobra y hace daño. Zancadillas, chismes, generalizaciones, descalificaciones, infamias, insultos, acusaciones infundadas. Todo eso sobra. Y cuando aparece, es sospechoso.
Y para ser consecuente con lo que estoy diciendo, déjenme ilustrarlo con un solo párrafo de un largo escrito de Ninoska Lazo.
Ella dice allí:
Se crean Viceministerios y ministerios “de la cultura” en base a una ley del año 76, que crea el INCIBA, según la óptica “cultural” de la constitución del año 61; entes que mantienen con vigor conceptos colonizadores, desnacionalizadores, reduccionistas, liberales, privatizadores, excluyentes, positivistas, contrarrevolucionarios y caducos sobre cultura y desarrollo, que nada tienen que ver con nuestro poder constituyente originario liberador y el desarrollo cultural integral endógeno e integrador, pautado en la Constitución Bolivariana del año 1999.
No voy a polemizar ahora con Ninoska sobre el hecho de que los decretos del presidente Hugo Chávez que dieron existencia en su oportunidad al Ministerio de Educación Cultura y Deportes, donde aparece la figura del despacho del viceministro de Cultura (en Venezuela no hay viceministerios) y, más adelante al Ministerio de la Cultura, no tienen nada que ver con la antigua ley que creó al Conac en el 75 o 76 (no al INCIBA). No es este el momento de debatir sobre eso. Si reproduzco el párrafo lo hago únicamente para ilustrar mejor lo que intentaba argumentar más arriba. ¿Cómo me defiendo de un artículo que me acusa de mantener con “vigor” conceptos colonizadores, desnacionalizadores, reduccionistas, liberales, privatizadores, excluyentes, positivistas, contrarrevolucionarios y caducos sobre cultura y desarrollo?
Díganme ustedes, amigos de Aporrea: ¿Qué tipo de contribución es esa al debate en el seno del proceso? ¿Cómo se defiende alguien de semejante andanada? ¿Acaso no tendría que demostrar Ninoska Lazo, por su lado, que efectivamente somos contrarrevolucionarios, si es lo que ella cree? Y si no lo cree ¿para que lo escribe? ¡Es una acusación bien fuerte, bien seria y hasta peligrosa, diría yo, de las que pueden terminar en una purga sectaria. Porque por ahí hay más de un fanático suelto y nadie puede predecir exactamente el desarrollo de los acontecimientos. Estos días mi amigo Tarek recordaba el fusilamiento del gran poeta salvadoreño Roque Dalton, al parecer ordenado por Joaquín Villalobos, hoy (curiosidades de la vida) pasado con armas y bagajes al bando neoliberal.
De verdad que no entiendo.
Esto me lleva al punto de origen de esta carta abierta y a la duda que me entra sobre el papel que está jugando Aporrea en la promoción del debate. Duda legítima que tengo (y pido excusas por ello) ante el temor de que sus páginas pudieran no pocas veces ser utilizadas como parte de un plan para fragmentar, dividir y enemistar entre si a los movimientos populares e impedir la unidad de un pueblo que se enfrenta nada menos que al mayor y más poderoso imperio de la historia humana.
En este momento de la Carta Abierta me digo a mí mismo: Alto ahí, Farruco, piensa bien lo que vas a escribir para que no parezca que defiendas el predominio de una verdad oficial. Pero me respondo y les aclaro que nada más lejos de mi intención. Nada que tenga que ver con el silenciamiento del pensamiento crítico que pudiera existir en individualidades o en grupos que contribuyen con el proyecto de transformación. Porque en verdad eso sería la muerte del proceso, si él dejara de nutrirse cada día del pueblo en el cuál creemos, al cuál pertenecemos y por él cuál luchamos los revolucionarios.
Les digo por eso que yo defiendo al máximo el predominio de la voz del pueblo. ¡No piensen ni por un momento lo contrario! Pero ¿cómo saber en cada caso que lo que habla es la voz del pueblo y no la del enemigo disfrazado? ¿Cómo saber que el planteamiento o la crítica son auténticos y no una maniobra sectaria o el elemento vulgar y fraticida de una lucha secundaria, cuando no una provocación del adversario?
A mi modo de ver la única manera de precisarlo es atender a lo que se dice y a la forma en que se dice.
Yo sostengo que el tirapiedrismo (y todo el mundo en Venezuela sabe qué cosa quiero decir) es objetivamente escuálido, porque fragmenta, separa, crea hostilidades internas y no aporta nada. Ese es el punto. Vuelvo e insisto: el debate entre revolucionarios y, en general, en el seno del movimiento popular, debe ser un debate de ideas, confrontando argumentos, análisis de situaciones o de actuaciones, y evaluando hechos concretos. Lo demás, insisto, es altamente sospechoso.
A mi modo de ver, Aporrea no lo tiene tan difícil. Pongan atención, amigos, a las colaboraciones críticas que no cumplan esa condición elemental de contribuir a un auténtico debate revolucionario. Aquellas insultantes, no las acepten en su página. Aquellas generalizadoras, que se apoyan en una sarta de calificativos gratuitos, no las admitan. ¿Para qué sirven? ¿Cuál es el beneficio que el proceso revolucionario puede extraer de ellas? Aquellas con acusaciones muy poco sustentadas ¿para qué darles cabida? ¿Ustedes saben el daño terrible que se puede hacer con eso? Aquellas que parezcan provenir de una Martha Colomina o de una Ibeyise Pacheco de este lado, con el venenoso estilo que las caracteriza, y un contenido autodenigrante de infamias y afrentas ¿Qué tienen que ver con el hermoso mundo que estamos construyendo y con los sentimientos de justicia que nos guían?
Yo no creo que nadie tenga el derecho a pensar, en mi caso, que soy un contrarrevolucionario solapado que mantengo engañado al Presidente Chávez y a muchos más. La historia de mi vida política es bastante abierta y transparente. Y creo que he sido consecuente con unos cuantos principios esenciales. Pero si alguien tuviera razones para pensar que soy un adversario y quisiera advertirlo públicamente, tendría que demostrarlo con pruebas contundentes. No basta con la descalificación. Aquí se juegan muchas cosas y, entre otras, la propia vida de muchos compañeros, comprometida hasta el fondo.
Por eso cuando la irresponsabilidad adquiere esos espacios de una manera tan fácil, para intentar hacer daño, hay derecho a pensar que estamos en presencia de algunas infiltraciones. No digo más. Ustedes saben a lo que me refiero.
Quiero por último decirles que no estoy especialmente molesto por los ataques personales. Por supuesto que me duelen por lo injustos. Pero, sobre todo, lo que estoy es preocupado. Hoy he tomado como materia de reflexión los ataques a la gestión cultural. Pero todos los días vemos disparos malintencionados en todas las direcciones. Ministros, parlamentarios, líderes populares, luchadores sociales, dirigentes de partidos, alcaldes, gobernadores, son a diario blanco de este tipo de agresiones. Por lo general, sus autores dicen representar al pueblo pero, en verdad, lo que se representan es a ellos mismos y a sus oscuras intenciones o animosidades. La insensata siembra de maledicencia en nombre, muchas veces, de una supuesta revolución en la revolución, a nadie beneficia sino al enemigo. Y ello es preocupante.
Un verdadero y profundo debate, siempre necesario, es otra cosa. Y allí podemos igualarnos todos, democráticamente, sin el respaldo de títulos ni de cargos. ¡Vamos a darlo! ¡Construyamos esas formas de participación, esos foros igualitarios como el que puede ser Aporrea si se lo propone!
Nosotros, (y hablo ahora en nombre de aquellas compañeras y compañeros que somos responsables ante el Presidente y el país por las políticas culturales del gobierno bolivariano) aceptamos el debate por escrito o en persona, en cualquier escenario serio que se nos proponga. Es más: nosotros mismos propiciamos permanentemente ese debate porque es parte de nuestra convicción más íntima. Somos soldados en la batalla de las ideas.
Quería, amigas y amigos de Aporrea, decirles públicamente estas cosas. Espero que no se molesten pues la cuestión no es exactamente con ustedes, sino con algunas equívocas colaboraciones a las que ustedes han dado cabida en su página. Saben ustedes que los estimo y admiro tanto en el plano político como en lo personal. Pero espero, también, que este punto de vista que hoy expongo les ayude a repensar su trabajo. Y nada más. Un saludo revolucionario.
Farruco Sesto
Ministro de la Cultura de la República Bolivariana de Venezuela.
Caracas, 27 de agosto de 2005