El Diablo tocó la aldaba, y no es un cofrade de Corpus Christi

Y lo tenemos en la entrada, queriendo derribar la puerta. El tufo azufrado del fascismo se siente fuerte; los demonios permanecen agazapados para volver al asalto en la primera oportunidad. La voluntad popular salvó la Patria y el legado del Comandante justo al borde del precipicio, cuando todos o casi todos esperábamos un triunfo cómodo sobre la jauría. Pero no hemos conjurado todavía el peligro inmediato. Ni la derecha fascista ni el imperio reconocen aun al Presidente electo, y es evidente que eso no va a suceder ni con cien auditorías. El escenario sigue siendo, por ende, de contingencia, y cabe esperar una andanada similar a la de 2002 en las próximas semanas o días. Un repliegue de la derecha la obligaría a esperar hasta el momento de invocar el revocatorio, lo que significa un riesgo que no parece dispuesta a correr. Hay que prepararse entonces para el chaparrón.

Afortunadamente, las revoluciones, si son verdaderas y mientras no sucumban al enemigo, se nutren de los instantes críticos, se estimulan cuando la reacción arrecia. Son esos instantes los que aceleran la toma de conciencia si están aupados por una dirección popular revolucionaria capaz de hincarla en el colectivo, como supo hacer el Comandante y sus mejores cuadros durante las duras jornadas de 2001-2003, y como hace ahora nuestro Presidente electo Nicolás Maduro. Para no sucumbir, para crecernos ante la terrible pérdida física del Comandante, para espantar al Diablo suelto, es imperativo recapitular a fondo sobre el contenido de la Revolución y sobre nuestros actos.

El colectivo ha hecho análisis, ha efectuado diagnósticos, ha elevado observaciones, ha hecho señalamientos, y no sólo desde el 14 de abril. Aporrea y otros medios de debate dan muestra de esos aportes. Hay un inventario importante de puntos de atención que debemos considerar, especialmente los camaradas que tienen responsabilidades directas de gobierno. Nicolás ha apelado nuevamente a las seis R del Comandante: revisión, rectificación, reimpulso, repolitización, repolarización y reunificación. No creo que haya duda del imperativo de este llamado. Es entonces necesario reunir los aspectos medulares explicativos de la situación actual y el método de reencauzar la Revolución y redoblar su fortaleza.

La gran contradicción que tenemos que resolver es el carácter institucional de la Revolución, la camisa de fuerza con la cual nos somete el Estado liberal burgués. No percatarnos de esta contradicción nos hace caer en la trampa del enemigo, que es reducir la Revolución a la gestión de gobierno. Nuestra tarea fundamental no consiste específicamente en hacer una gestión impecable, que es asunto descontado, sino en resolver positiva y pacíficamente el profundo antagonismo de clase en desarrollo mediante la construcción del socialismo. Lo digo de una vez: el problema urgente no es el tema de la eficiencia, que es parte de la trampa, sino la insurgencia del poder popular. Hay que dotar de herramientas de gobierno al pueblo organizado, a los trabajadores en los centros de producción, en las comunas, en las instituciones. No podemos garantizar la eficacia de gobierno si no formamos el poder popular, si no superamos la resistencia al cambio que encarna la burocracia de Estado. No podremos recuperar caudal electoral mientras cientos de miles de trabajadores enajenados por la ofensiva ideológica de la derecha no sientan identidad estructural con el gobierno, no sientan suyos los grandes logros de la Revolución al ejercer simultáneamente el poder y detentar el control y la propiedad de los medios de producción.

En mi modesta opinión, hay que diferenciar entre la construcción del socialismo y la construcción de un Estado de bienestar apalancado por la renta petrolera. Los mejores logros de este proceso son invisibilizados por los medios difamatorios de la derecha, la mejor gestión de gobierno seguirá siendo asediada sin clemencia, como ha sido en estos 14 años, explotando realidades inherentes al sistema del capitalismo rentístico que son justamente los aspectos a superar con el socialismo. La corrupción, la criminalidad, el contrabando, la inflación, la sub-producción, la vocación importadora, los monopolios, las roscas, las deformaciones monetarias que genera la rapiña por la renta, entre otros flagelos del sistema actual, constituyen la gran cantera de que se nutre la caterva mediática. Una gestión institucional condicionada a la [dis] funcionalidad de ese sistema, todavía hegemónico, se dirige a un callejón sin salida. El mejor ejemplo a la mano es lo que vemos con las clases medias verdaderas (comerciantes, contratistas, especuladores de oficio, propietarios agrícolas e industriales) que, habiendo lucrado a niveles sin precedentes durante estos 14 años, son abrumadoramente reaccionarias. Ni qué decir de un buen segmento de los estratos laborales medios y burocráticos, que siendo receptor de ingentes beneficios del gobierno revolucionario es hoy la presa más fácil de la disociación sicótica.

Hay que retomar la ofensiva, replantear la estrategia de la revolución, menos contra la personificación del enemigo histórico que contra lo que realmente lo nutre, fortalece y reproduce. El enemigo más tenaz va por dentro, y es allí donde se encuentra el terreno de batalla más duro por librar. La revolución cultural, la dotación de conciencia frente al dominio ideológico burgués, es la vacuna necesaria, el único anticuerpo capaz de anular ese dominio. Pero la revolución cultural no deviene por acción mediática, no deviene por efecto del discurso o la retórica revolucionaria. La revolución cultural ocurre en simultaneidad con los cambios estructurales de fondo, con la irrupción del ejercicio democrático del poder y la insurgencia de las relaciones de producción socialistas. El contenido de la revolución es lo fundamental, despejando la confusión que produce el anclaje en las formas burguesas, a las que estamos todavía muy acostumbrados. Hay que aclarar y terminar de desechar fórmulas abstrusas, opacas o ambiguas. El capitalismo de Estado no es socialismo. La ausencia de control democrático de los trabajadores en sus centros de producción no es socialismo. La imposibilidad de ejercer una contraloría social efectiva y una participación realmente protagónica por parte de las comunas, no es socialismo. La dependencia del Estado de los agentes económicos privados que monopolizan la oferta, no es socialismo. La Ley de Contrataciones Públicas está hecha en el capitalismo para los capitalistas. La ausencia de una definición jurídica sobre la propiedad social directa y no directa, no ayuda a construir el socialismo.

Los 5 objetivos históricos del Comandante son el gran farol de esta Revolución, y nuestra responsabilidad es proyectarlos, terminar de darles configuración, para que se abran las anchas alamedas del socialismo del siglo XXI. Urge compaginar los objetivos tácticos del Plan Socialista con el poder popular, lograr el control pleno de ámbitos tan cruciales como el alimentario, el farmacéutico y el energético. Hay que avanzar definitivamente hacia el pleno autoabastecimiento de maíz, arroz, y otros rubros bandera, asumiendo como aspecto de seguridad de Estado el control de la tierra junto a los productores, rescatar plantas inactivas, invertir en la infraestructura industrial que haga falta, apoyándonos en los convenios multilaterales. Aquí pueden faltar los espárragos, pero jamás la harina de maíz. Tenemos que producir harina de maíz para regalar. Agropatria debe ser un ejemplo de eficacia, garantizando el suministro de insumos para la producción socialista. La investigación agrícola debe priorizarse para lograr los mejores estándares de productividad. La Gran Misión Vivienda es un ejemplo de esta compaginación, de la posibilidad de avanzar con firmeza en lo propuesto. Pero nada de esto debe quedar en manos de cuatro burócratas, es urgente el concurso de los productores agrícolas, los trabajadores, las comunas, los estudiantes, en un esfuerzo social patriótico por compaginar plan, meta, control y participación.

El Diablo tocó la aldaba, y no es un cofrade de Corpus Christi. Estamos cerrando filas con Nicolás para derrotar esta nueva arremetida, pero más que nunca toca cerrar filas para cumplir los grandes objetivos históricos. Es urgente refrescar al PSUV, terminar de establecer una conducta realmente democrática, una organización permanente con preeminencia de las bases, reemplazar las ominosas facciones por el sano debate de ideas, el personalismo por el desinterés, la arrogancia por la modestia. Relancemos el Polo Patriótico, valoremos cada organización y su aporte al debate. Urge la unidad plena de las clases trabajadoras. Emulemos al Comandante, no tenemos derecho de ser mezquinos, menos en esta hora de compartir trincheras.


land.salvat@gmail.com


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Alejandro Landaeta Salvatierra


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