En días recientes acompañábamos a un familiar cercano en el hospital luego de una intervención quirúrgica exitosa. Una de las personas que fue a visitarlo, en medio de la tertulia, hizo alusión al problema de la inflación en Venezuela y le echaba la culpa al RRRÉGIMEN del alto costo de la vida. Según el interlocutor, el BCV imprimía billetes de manera irresponsable y por ello se desataba el fenómeno de marras. Igualmente, hemos escuchado a más de un sabiondo en economía espetar que vivimos una hiperinflación (¡!). Ante explicaciones tan simplistas y risibles del mentado fenómeno, nos vemos en la obligación de aclarar algunos asuntos con respecto a la inflación en Venezuela.
Primero hay que afirmar que la inflación es el aumento constante de los importes de bienes y servicios, debido a un alza de la demanda y una reducción de la oferta. Según el axioma capitalista, al escasear un producto su precio se dispara. Por el contrario, cuando éste abunda su cotización tiende a disminuir. En el ámbito del coleccionismo acontece algo parecido: una estampilla o billete poco común, vale mucho más que aquel sello postal o papel moneda con más presencia en el mercado. Sólo que hay un detalle. La aparente escasez puede deberse a dos elementos: o el artículo fue producido en muy poca cantidad y por ende su rareza, o los comerciantes del ramo tienen retenida su circulación para causar una falsa sensación de carencia y con ello aumentar su precio. Este último asunto es lo que pasa en Venezuela la mayoría de las veces: se acapara la mercancía con el fin de forzar una subida artificial de los importes. En ídem dirección, desde 1983, la clase empresarial y comerciante parasitaria de nuestro país ha catapultado sus márgenes de “ganancia” hasta un 1.000%, lo cual se ha convertido en un elemento distorsionador de la economía. En resumen, la escasez postiza (acaparamiento) y los márgenes de usura de 1.000%, son factores que han desencadenado espirales inflacionarias insólitas en Venezuela, en el pasado y en el presente.
La ampliación de la masa monetaria (dinero disponible), es otra de las peroratas de los aprendices de economistas para explicar –de manera muy pomposa- el asunto de la inflación. Claro, a los neoclásicos asalariados de la burguesía no les conviene traer a colación las manifiestas causas antes descritas (acaparamiento y margen de usura), y echan mano del pretexto proporcionado por la literatura capitalista: al haber más dinero para comprar, la demanda se acrecienta y merma la oferta. En consecuencia, hay una escalada inflacionaria. Por lo general, de acuerdo con la teoría, el crecimiento de la masa monetaria no va acompañado de una elevación del respaldo de dicho circulante, bien sea en metales preciosos o reservas en divisas. Es lo que se denomina como “dinero inorgánico”. El dólar estadounidense es una muestra irrefutable de ello: una moneda con una oferta abismal, pero sin reservas probadas en oro o plata. Por ejemplo, el político conservador yanqui, Barry Goldwater, una vez afirmó: “El sistema de la Reserva Federal (banco central) jamás ha sido auditado. Éste opera fuera del control del Congreso y manipula el crédito de Estados Unidos”. A pesar de la gravedad de lo pretérito, la Fed emite una divisa de preponderancia universal y no rinde cuentas a nadie: ni en su país, ni fuera de éste.
En Venezuela, desde 2005 ha habido una expansión de la masa monetaria debido a la descomunal deuda social que ha debido honrar la Revolución Bolivariana, como derivación de los 40 años del puntofijismo y su aberrante paradigma del “Estado maula”. Por lo anterior, los bonos petroleros han sido una estrategia ingeniosa para ir amortizando, verbigracia, la multimillonaria suma contraída por concepto de prestaciones laborales con los servidores públicos. C’est-à-dire, el que haya más dinero en la calle no es un capricho, tiene su explicación en una política estatal de inclusión social y optimización del poder adquisitivo del venezolano. Algunos dirán: “¡Eso es dinero inorgánico!”. No necesariamente, ya que no todo el respaldo del bolívar está en el Banco Central de Venezuela y las reservas internacionales que éste alberga. El dinero del que dispone Petróleos de Venezuela (PDVSA), por ejemplo, para sus inversiones, también cuenta como reserva. Y vamos más allá: los barriles de crudo que tenemos certificados y que nos hacen el mayor yacimiento de combustible fósil del orbe (*), son un piso sólido para nuestra moneda de curso legal. Las cuantiosas riquezas auríferas de Venezuela son también otra fortaleza para el bolívar, por lo tanto, ese supuesto “dinero inorgánico” en realidad tiene sustento y legitimidad. Las peculiares características de nuestra economía petrolera, hacen que el paradigma de Venezuela contradiga lo que pontifican las publicaciones clásicas sobre la materia.
Nos atrevemos a asegurar que la carga de tal liquidez (oferta de dinero) en la inflación anual local no superaría un ínfimo punto porcentual, por consiguiente, si se suprimieran de raíz deformaciones como el acaparamiento y márgenes de lucro de hasta 1.000%, en Venezuela tendríamos tasas anuales de inflación de 2 ó 3%. Nuestro país es un fenómeno único en el mundo y como tal hay que estudiarlo: el 95% de nuestra inflación obedece a maquinaciones especulativas. ¡Punto!
HIPERINFLACIÓN: LA PALABRA FAVORITA QUE MUY POCOS INVESTIGAN
La hiperinflación es la faz más grotesca de la inflación: es un proceso acelerado de destrucción del poder de compra y de devaluación de los ahorros de la clase trabajadora. Este fenómeno se caracteriza por tasas de 100% por un período de tres años o índices mensuales superiores al 50%. O sea, es un término muy serio que no puede utilizarse “à la légère”. Si analizamos crudamente el contexto vernáculo, desde 1983, podemos afirmar que Venezuela ha experimentado ciclos de alta inflación, pero no de hiperinflación.
Veamos los guarismos al respecto, en quinquenios y sexenios:
-Jaime Lusinchi (1984-1989): 22%.
-Carlos Andrés Pérez II (1989-1993): 45%.
-Rafael Caldera II (1994-1999): 59%.
-Hugo Chávez (1999-2013): 26%.
Como logramos apreciar, en ninguno de los números presentados con anterioridad se alcanza una cifra de 100% en tres años, verbigracia, como debería ser en el contexto de una hiperinflación tradicional. Por supuesto, en la Cuarta República hubo picos anuales de 80% (1989) y 103,2% (1996), aunados a montos de salario mínimo invariables durante años. Tal tragedia provocó una depauperación sin precedentes en las capas medias de la población y niveles de desnutrición alarmantes, sin embargo, no podría afirmarse que en Venezuela hayamos conocido la hiperinflación en algún momento. En contraste, en países como México, Perú o Argentina, en el decenio de 1980, sí hubo perturbadores síntomas de hiperinflación. En México, en el sexenio de Miguel de la Madrid (1982-1988), el encarecimiento de costos se ubicó en 3.000%. En Alemania, en 1923, la extensión de los dígitos ya no cabía en los billetes y estampillas postales, al alcanzar la hiperinflación el 1.000.000.000.000% (¡traten de declamar ese chorizo de números!). El caso más reciente y célebre de subida de precios sin control, lo tuvo la república africana de Zimbabwe. En 2008, la hiperinflación era de 89.700 trillones por ciento y los importes se duplicaban cada 24 horas. Por cierto, en nuestro poder tenemos el billete de 100 billones de dólares zimbabwenses, el papel moneda con la denominación más estrambótica de todo el planeta. En 2009, esos 100 billones equivalían a ¡30 dólares estadounidenses!
La anécdota tragicómica para saber si se está o no en hiperinflación, es la del café: si usted invita a alguien a tomar uno, la caliente bebida tendrá un valor cuando usted llegue al sitio y la deguste. Después de la plática y al pedir la cuenta, ésta valdrá el doble. Todo ello en cuestión de minutos u horas. ¡Eso es hiperinflación!
En conclusión, acá no hay ni hiperinflación ni la inflación de las enciclopedias: lo que hay es un expolio abyecto y salvaje. Por lo tanto, más acertadas no podían ser las drásticas medidas de la Revolución contra los malandros de siempre: Daka y sus secuaces son la punta del iceberg. El obrar delincuencial de los parásitos usureros es digno de confiscación de sus mercaderías y máxima pena de cárcel, ya que por años estos ladrones se han enriquecido vilmente con rangos de plusvalía que harían palidecer a capitalistas en otros recovecos terrícolas. ¡Mano dura contra la especulación!
(*) ¿Que el petróleo no es eterno? ¡Cierto! Pero Venezuela tiene reservas de “oro negro” para más de 150 años. ¿Que algún día el petróleo será sustituido por algo más económico y menos contaminante? Pues ni siquiera el Departamento de Energía de Estados Unidos prevé que en los siguientes 50 años algo así pudiese acontecer, ya que dicha alternativa al combustible fósil debería ser –primero que todo- rentable. Verbigracia, de una tonelada de maíz sólo se obtienen 420 litros de etanol. ¿Dejaremos de comer maíz para que nuestros automóviles tengan etanol? Los que no conozcan acerca de la Tasa de Retorno Energético, deberían investigar sobre el tema.