Tiran peos a la luna quienes esten pensando que sacando a Nicolás Maduro podremos superar la tramposa crisis que se han emperrado en inducir los detractores de esta revolución.
Lo mismo creyeron aquellos generales amarillos cuando echaron del país al Presidente Ignacio Andrade, so pretexto de ser la causa de la guerra en 1899. Y como generalmente las crisis cíclicas se repiten a cierto tiempo determinado, años más tarde también los actores de la época se volvieron a equivocar suministrando el medicamento menos indicado al drama nacional. Por ello, secuestrados por la ingenuidad y por unos pronósticos erráticos , los adversarios de Don Cipriano Castro botaron la bola cifrando sus esperanzas en que Juan Vicente Gómez sería un mal menor, y que su inexperiencia dejaba entreabierta las puertas del poder a sus mas enconados enemigos.
Pero como deseos no empreñan, y en el almanaque de los buenos y malos gobiernos nunca sabemos cuando la historia manda a empacar maletas al mandatario de turno, en el caso de Gómez lo favoreció la cara de bolsa bien administrada , y por ello logró gobernar mas de veintisiete años. Incluso dicen que gobernó tres días después de haber fallecido, emulando así al Cid Campeador, queriendo ganar batalla después de muerto.
Y en cuando a Rómulo Gallegos y Marcos Pérez Jiménez, aunque ambos fueron socios políticos en las horas aciagas de aquella mal llamada “revolución de Octubre de 1945”, a la final la ambicion redujo el hecho al quítate tu para ponerme yo, pues diría cierto poeta: -“pudo mas el interés que el amor que le tenia” . Por cierto, transcurrido el tiempo los historiógrafos y demás científicos sociales coincidieron en afirmar que Gallegos no fue la piedra de tranca, sino que la crisis del 24 de noviembre de 1948 se originó como respuesta contundente contra un individuo repudiado y despreciable como Betancourt, quien descaradamente se burló de propios y extraños. Tan sencillo como eso.
Sin detallar en los recovecos de la situación actual, lo primero que salta a la vista es esa falta de agudeza para comprender en su exacta dimensión la complejidad del momento histórico. Y estando frente a una situación que arde pues ni chuco carga a su hijo, los hechos aconsejan dejad quieto al que esta quieto. A todas estas pareciera que el país político anda buscando lo que no se le ha perdido. De modo que lo más aconsejable es bajarle dos a la violencia, porque resultaría peor el remedio que la enfermedad si descubriéramos que con o sin Nicolás Maduro las cosas seguirían igual, o quizás color de hormiga.
Entonces, ¿a quien le vamos a echar la culpa? ¿Acaso a los cuarenta años de puntofijismo, o quizás a los muy nobles deseos de Chávez queriendo salvar el mundo sin antes percatarse que un solo palo no hace montaña?
En fin, ¿por que achacarle la responsabilidad a Nicolás Maduro de ese muerto, si a ciencia cierta sabemos que el no fue el homicida?
