Libertador: falsear la historia

La más reciente película de Alberto Arvelo Mendoza, Libertador, co-producción hispano-venezolana, estrenada el 24 de julio pasado, nos indica que estamos frente a un director cinematográfico que finalmente nos muestra en esta obra, la madurez de su trabajo.

Desde su opera prima, Candelas en la niebla (1986) ha venido desarrollando un estilo de dirección, que después de varios y muy merecidos reconocimientos, le colocan como un aventajado director de cine de las nuevas generaciones.

De tema histórico-biográfico, su última producción se presenta con una inmejorable serie de locaciones donde en más de cien sets se construye una obra fílmica de excelente factura técnica a un costo de 50 millones de dólares. En ello habría que reconocer el talento fotográfico de un Xavi Giménez quien presenta unos cuadros gráficos muy bien cuidados que aportan movimiento a la cinta.

También es de reconocer el estético trabajo de Sonia Grande con su diseño de vestuario, que ambienta muy certeramente los diferentes momentos de la película.

Esperaba sin embargo, una mejor propuesta en la banda sonora que no es del todo mala, pero pasa sin pena ni gloria. De Gustavo Dudamel, aunque es su primera incursión en composiciones para largometrajes, siempre se espera lo mejor, y esto no ocurrió.

La película desarrolla secuencias sobre la base de primerísimos planos, donde los rostros de sus personajes mantienen la tensión de una hiperrealidad que secuencia el drama de un tiempo que pudo ser así de dantesco y dramático.

Con el uso de más de diez mil extras y cientos de caballos, se presentan batallas creíbles donde los detalles mostrados por un manejo de cámara que se mueve al ritmo adecuado, introducen al espectador en el fragor de semejantes acontecimientos bélicos.

De los actores resaltan por su versatilidad, la colombiana Juana Acosta (Manuela Sáenz) sobre una caracterización que la obliga (por el guión) a mostrarnos una amante eterna, que va de la cama a la espera del héroe.

Otro es Edgar Ramírez, bien plantado en su personaje y a tono para caracterizar al héroe en sus diferentes cambios en sus estados de ánimo.

Me agradó el aplomado Imanol Arias (Juan Domingo Monteverde). Bien que si fue de escasa aparición, lo hizo con un adecuado manejo del rostro que lo dice todo.

La históricamente pudorosa, casi sin pecado concebido, María Teresa del Toro, caracterizada por María Valverde, muestra un personaje que es recordado más por el olor de la guayaba en el olfato del Bolívar de Ramírez, que por la actuación de una premiada actriz.

Dos precarias actuaciones las hacen, un Francisco de Miranda (Manuel Porto) quien más parece un comerciante venido a menos (el hijo de la panadera?) oscuro y actoralmente flojo, y un Simón Rodríguez (Francisco Denis) quien casi raya en lo payasesco. Ambos, junto con un Páez parecido a los de la película Piratas del Caribe, quiebran negativamente las excelentes caracterizaciones del resto del elenco.

Dejo la reflexión final para el guión. Este (Timothy Sexton) no solo falsea la verdad histórica, que ha sido comprobada por innumerables investigadores a lo largo de estos siglos, también que está llena de lugares comunes (-eres tan pobre que solo tienes dinero) comentario de Simón Rodríguez al libertino Bolívar, cuando se encuentran en París.

Y es que el guión no solo falsea lo histórico y crea lugares comunes, también inunda los posibles estados y momentos de silencio que pudieran existir con parlamentos demasiado extensos, que llevan al espectador a adormecerse. Por ello las disquisiciones de pobres reflexiones filosóficas de Rodríguez o Miranda o del mismo Bolívar, resultan excesivas y cansonas.

Prefiero el lenguaje de imágenes que es superior a una pobreza de guión donde se sitúan inexactitudes históricas, como por ejemplo: Monteverde jamás fue a visitar a los Bolívar y menos almorzó con ellos. Tampoco Simón Rodríguez conoció personalmente a la esposa de Bolívar. Y si bien Bolívar fue uno de los que se embochincharon contra Miranda, nunca lo entregó personalmente a Monteverde.

Pero lo más curioso es ver a Bolívar por los bosques de Cartagena, cual Ché Guevara, organizando a los cimarrones para una especie de guerra de guerrillas, mientras arenga a la población de indígenas, mestizos y negros.

Resulta interesante como se resuelve la película de Arvelo. La tuberculosis fue heredada por el Libertador, gracias a su padre, don Juan Vicente Bolívar. Libertino personaje quien además, gustaba de amancebarse con niñas de entre 9 a 13 años. Esto consta en documentos históricamente certificados. Así que eso de que mientras estaba en el embarcadero presto para viajar, fue emboscado y asesinado, como muestra la peli de Arvelo, es otra falsedad histórica o cuando menos, una estratagema para mostrarnos, en otro truculento guión, la segunda parte de esta superproducción.



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Juan Guerrero


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