Soy, al igual como lo declaró mi comandante Chávez, feminista por antonomasia. Quizás, lo sea porque padecí de cerca los sufrimientos de una mujer (mi madre), cuyo infausto destino la arrastró a vivir los más lúgubres tomentos causados por las fuerzas del mal de la política adeca. Tras el asesinato de su esposo (mi padre), a los veinticinco años quedó viuda, subsistiendo íngrima para afrontar los avatares de una tragedia llamada vida, al lado de seis bocas que alimentar. Por fortuna, la entereza y la reciedumbre de Sixta (así se llamaba) le impidió arredrarse ante los desafíos que se le planteaban, como es la de llevar hacia adelante un hogar ante la falta de la figura del padre. Así lo hizo y de alguna manera triunfó el bien sobre el mal.
Todo lo anterior sirve de introducción para denunciar la fragilidad de las mujeres ante los lamentables procesos históricos que tuvieron en común el reiterado ensañamiento contra ellas. No es nada nuevo, ni estoy descubriendo algo oculto, que la recompensa que recibía un guerrero o el sultán triunfador de las épocas antiguas era la sumisión de varias damas para colocarlas en su reino, en su clan, palacio, serrallo, entre otros sitios de reclusión, únicamente para mantenerlas de esclavas o amantes. Es decir, para aquella época, las féminas eran un suculento premio para el ganador.
Las guerras, la mayor estupidez inventada por el hombre, son otra muestra de los crueles padecimientos que debieron y deben enfrentar las mujeres ante la ausencia del marido y de los hijos mayores. Antiguamente y hoy en día, eran y son los adultos los que abandonan los hogares para defender los intereses de la patria y para salvaguardar y aumentar los patrimonios de una cáfila de vagabundos que conducen hacia exterminio poblaciones enteras. Resultado de estas conflagraciones, viudas, huérfanos y ciudades completamente destruidas. Finalizadas la guerra, cuando los ganadores se reparten el botín, son las mujeres quienes deben rehacer sus hogares, dado que el esposo y los hijos mayores descansan en el sueño eterno. Es innegable, una vez saciada la sed de sangre de los promotores de la Primera y la Segunda Guerra mundial, la recuperación de las grandes metrópolis y de las pequeñas ciudades europeas se debió a la mano de obra femenina, dado la ausencia de los hombres, sin olvidar la obligación de atender a los hijos pequeños que quedaron vivos después del conflicto.
Las venezolanas no estuvieron exentas del sufrimiento propio de su sexo. Muchas fueron las que marcharon, durante la guerra libertadora, detrás de los patriotas en sus labores relativas a la alimentación y vestimenta de la tropa, sin dejar de lado la posibilidad de plantarse frente al enemigo con una lanza, un máuser o carabina. Como consecuencia de la participación de los hombres mayores en las confrontaciones de la guerra libertadora, al final, así se ganara o se perdiera la batalla, lo que quedaba era la desolación, hambrunas, viudas, huérfanos y hogares por reconstruir. México, por fortuna, patentizó el sufrimiento de las mujeres a través de los cantos revolucionarios, tales como "Adelita", "Las soldaderas", "La caritina", "La rielera", "Valentina", entre tantos corridos, donde se evidencia la forma como las mexicanas desafiaron a los capitalistas y latifundista que le negaban al pueblo el derecho a la tierra, la educación, alimentación y salud.
En América, tanto en el norte como en sur, además de las plantaciones donde se explotaban a los esclavos(as), se conocieron las haciendas de reproducción y venta de negros(as). En tales sombríos centros de fecundación las subyugadas eran aparejadas con un negro fornido para obtener una excelente prole, para luego vender a buen precio el mozo o moza producto de esta desdichada cópula. La madre, después de amamantar a su hijo durante un tiempo y de criarlo con el mayor afecto y dedicación, era desprendida de su ser querido. Una vez el adolescente producto del perverso enlace sería subastado ante los esclavistas. En caso que en dicho centro de fertilidad existiera alguna fémina de color que le gustara el patrón, este malvado podía hacer uso de la castidad de la niña para que después de parida y criado el mestizo(a), este, posteriormente, podía ser sometido a las leyes del mercado. De esta manera, a consta de la pesadumbre de las negras esclavas, se hicieron millonarios muchos dueños de plantaciones, hombres blanquitos de ojos verdes o azules y sobre todo, cristianos piadosos practicantes de las leyes de Dios.
Las agresiones y el maltrato contra las mujeres ha permanecido a lo largo de toda las historia, todavía hoy en el siglo veintiuno es obligatorio, en la mayorías de los países del mundo, crear legislación y jurisprudencia para protegerlas. El colmo es el femicidio, asesinato de género, que se ha generalizado, sobre todo en Centroamérica, España, Chile, Canadá, entre tantos países. Este crimen, más allá de un delito pasional se convirtió en una embestida permanente ante el estoicismo de las autoridades que les compete el asunto. El más reciente de los femicidio, es el asesinato de las dos jóvenes hondureñas en manos de un homicida cuyo machismo llegó a palmario grado de monstruosidad, en una civilización donde la cultura de muerte se arraigó en la mentalidad de muchos jóvenes.
La agresión contra las venezolanas no para, algunas veces de manera directa y otros de forma soterrada. No voy a recordar las agresiones de las que fueron víctimas nuestras mujeres durante la cuarta república. No obstante, me es imperativo resaltar sus sufrimientos consecuencias de las arremetidas por parte de esta burguesía lambiscona durante la Revolución Bolivariana.
Imposible olvidar la huelga petrolera que obligó a las madres venezolanas a ingeniárselas para darle de comer a sus hijos, dado que la oligarquía agrupada en la trilogía de la muerte (fedecámaras, la jerarquía de la iglesia católica y los serviles dela CTV) se convirtió en los verdugos de la sociedad venezolana. Igual se puede decir con relación a las más recientes guarimbas propiciadas por Leopoldo López, María Machado, Antonio Ledezma y la cáfila de mercenarios que los acompañan. Estos malnacidos intentan decidir quiénes deben morir y quiénes vivir, sin importarles si sus actuaciones pueden dirimir en un instante la razón de vida de un niño, un anciano o de cualquier persona. Muchas de estas, en alguna oportunidad, se encontraron en la calle buscando el alimento, la medicina, o la atención médica de un hijo. No les importó el dolor de las madres que pretendían solucionar problemas de su prole durante las guarimbas, como es el derecho a la alimentación, la salud, la educación y el de vivir en paz.
Nuevamente y durante un tiempo prolongado las venezolanas son sometidas, impunemente a la embestida de las empresas productoras, importadoras de productos para el hogar, como son los alimentos, detergentes, medicinas, mercancías de aseo personal, entre tantos, hundiendo a las madres de nuestro país en la desesperanza en la búsqueda de tales mercancías. Es imposible negar que las más perjudicadas de la guerra económica son las mujeres quienes deben hacer largas colas para buscar papel y toallas sanitarias; compotas; pañales; desodorante; medicinas para los hijos o los padres y un inmensa cantidad de renglones que las empresas acaparan, esconden, contrabandean o aumentan de precio con el solo objetivo de crear desasosiego en la sociedad, en su intento de responsabilizar al gobierno de MM de la falsa carestía.
Hasta las damas de nuestra clase media asalarias son víctimas de la guerra económica. No consiguen acetona, pintura de uñas, champú, productos para el desrizo del cabello, repuestos para su camioneta, baño de crema, tinte y acondicionadores para el cabello, crema para el cuerpo, entre tantos de los artilugios que necesitan nuestras elegantes damas para mostrarse presentables ante sus amigas. Ciertamente, es uno de sus "derechos humanos".
La guerra económica permitió convencerme que la herencia de cuarta república fue un medio país, una nación en minusvalía que para poder satisfacer ciertas necesidades elementales hay que recurrir a las importaciones. Cuando una empresa produce algún producto, deben recurrir a una materia prima importada. Hasta la cerveza que toman algunos venezolanos(as), lo único nacional es el agua. Estamos en manos de mercachifles que dominan el monopolio de los detergentes, del jabón de tocador, de la acetona, de las compotas, de los productos para el cuidado del cuerpo y son dichas empresas las que ponen en estado de zozobra y angustia a las venezolanas.
Es hora de que nuestras mujeres se agrupen como consumidoras para enfrentar a los voraces empresarios que constantemente pretenden sojuzgar a las venezolanas, solamente para satisfacer sus requerimientos en materia de ganancias económicas. El boicot es un arma poderosa.
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Enoc Sánchez