La historia de las relaciones entre oligarquías e imperios muestra la peor faceta de la especie humana, toda su miseria moral, indignidad y vileza.
Cuatro continentes ofrecen el testimonio. África, con la mayor dosis de martirio, saqueada y oprimida sin cesar, vuelta paradigma de pobreza, fuente de esclavitud y desesperación, madre de luchas heroicas y derrotas… ¿hasta cuándo?; Asia, colonizada y escarnecida hasta que la inmensa mayoría de sus pueblos, haciendo valer la otra faceta, la de la grandeza moral, ha descalabrado a los bandidos; Oceanía, vaciada de sí misma, transformada en latitud irredimible; América, primera de la época moderna en derrotar imperios, aherrojada de nuevo por el más poderoso y cruel de todos –puertas abiertas los serviles oligarcas– y otra vez en epopeya de libertad.
Venezuela –su faceta grande iluminando el orgullo del gentilicio– mantiene en sus flancos las heridas, avivadas en esta renovada etapa de combates.
La región esequiba, flanco sangrante, legado ponzoñoso del imperio británico (tragatierras maestro en bandidaje y rapiña, decadente pero prolongado en sus crímenes), es manejada hoy como un componente de tenaza por el imperialismo sucesor de todos los imperios.
En el asunto destacan dos aspectos, el jurídico y el político, y Venezuela está blindada en el primero. Ningún laudo viciado de nulidad puede trastocar la solidez de unos límites que provienen de la Capitanía General y se consolidan en la República.
En lo político, es obligante ir más allá de la oligarquía, una parte de la cual no vaciló en la traición y la restante se ha movido como el colibrí, en el mismo sitio.
Debemos seguir y ampliar consecuentemente el camino bolivariano del presidente Chávez, desechando la provocación: dirigirse a pueblo y gobierno guyaneses, plantearles el desarrollo conjunto… e incluso considerar una confederación en el camino a la unidad nuestramericana.
