Mis queridos lectores, el título de este artículo expresa la pregunta que mucha gente que conozco me ha hecho como si yo fuera el oráculo de Delfos, y que por supuesto no soy. Mi respuesta ha sido muchas veces un encogimiento de hombros que lo dice todo. Mis interlocutores me han mirado pensando que perdieron su tiempo haciéndome tal pregunta. Sin embargo, la misma mueve a reflexión más allá de que uno pueda dar una respuesta acertada. Como todos sabemos el futuro es incierto y no está escrito, pero suponemos que el mismo será el resultado de lo que hacemos hoy.
Primeramente, debemos señalar que estamos ante una crisis del tipo tormenta perfecta, prácticamente todo lo que pudo haber ido mal, efectivamente así sucedió. Estamos en una profunda crisis económica, política, de seguridad ciudadana y está asomando como indetenible la social, sin mencionar las crisis psicológicas a nivel individual que se manifiestan en depresión, angustia y temor frente a un presente ominoso y un futuro de sombras y acechanzas.
La crisis económica se manifiesta en los indicadores económicos con una inflación de 200%, caída abrupta del producto interno bruto, reservas internacionales casi inexistentes, devaluación de la moneda, precios petroleros a nivel del costo de producción que implica un derrumbe de los ingresos en dólares por exportaciones petroleras a una cuarta parte de lo que eran en 2012, deuda pública interna y externa muy abultada, déficit fiscal (gastos del gobierno por encima de los ingresos), caída abrupta de las importaciones, escasez de prácticamente todo tipo de bienes incluso aquellos básicos para la vida que se hace visible en las imágenes de miles de personas haciendo colas de 6 a 8 horas para comprar azúcar, arroz, pastas, entre muchos otros. Para cualquier extranjero que lea todo esto, la situación parecerá propia de una película de desastres.
La crisis política se expresa en la caída de la popularidad del gobierno a niveles extremadamente bajos que resultan en un problema creciente de gobernabilidad. Esta baja en la popularidad se ha materializado con fuerza en las elecciones parlamentarias recién pasadas, que fueron ganadas por paliza por una oposición que se hace más fuerte no por méritos propios sino por el declive del chavismo. En este sentido, podemos señalar que la oposición no avanzó mucho en su votación en las últimas elecciones parlamentarias en relación a la obtenida hace tres años en las presidenciales. Para el gobierno, el problema ha sido la cantidad de seguidores que decidieron abstenerse, lo que resultó en la pérdida de más de dos millones de votos. Todo esto ha dado lugar a una situación política de dos poderes del Estado enfrentados y sin posibilidad de negociación. La Asamblea Nacional se prepara para hallar el mecanismo que le permita sacar de la presidencia a Nicolás Maduro, por el otro lado, el gobierno se prepara para dar una fuerte pelea desconociendo, cosa que ya ha hecho, con la anuencia del Tribunal Supremo de Justicia, cualquier actuación y ley que promulgue el ente parlamentario. Este enfrentamiento pudiera derivar en una conflictividad que se traslade a las calles, que además se alimentaría de la desesperación de la gente que ya está cansada de las colas y la escasez de los bienes básicos para la vida.
Por otra parte, que se puede decir de la crisis de inseguridad ciudadana que no se haya dicho, todos estamos expuestos en estos momentos a ser víctimas del hampa. Lo más preocupante es el nivel de violencia con que se cometen los delitos, simplemente, se asesina a ciudadanos indefensos no para robarles, sino por el placer y el prestigio que otorga quitar una vida en la subcultura de las bandas delincuenciales. Frente a esto no ha habido ningún plan gubernamental que haya dado resultado y ya van decenas de ellos en todos estos años.
Por último, la crisis social se abre paso de una manera muy rápida y posiblemente veremos una aceleración de la misma en los próximos meses. La devaluación y la inflación hacen que el ingreso real del venezolano se deteriore rápidamente, lo que implica que cientos de miles de venezolanos que habían salido de la pobreza están volviendo a sumergirse en esta. A esto debe sumarse el hecho de que el gobierno que ya no cuenta con suficientes ingresos en dólares, y por lo tanto, se verá en la necesidad de recortar y hasta eliminar muchos programas sociales que se han llamado misiones parodiando la jerga militar. Es muy difícil señalar si esto dará lugar a un estallido social o se mantendrá en los conatos que se ven por las redes sociales en las colas para conseguir alimentos. Sin embargo, no es algo que se pueda descartar, más aún, si el enfrentamiento político se lleva a las calles.
Esta es la tormenta en que estamos inmersos frente a la cual nos preguntamos cuando saldremos y de una manera más pesimista, es que acaso podremos salir. La última parte del interrogante, a muchos les parecerá demasiado pesimista, sin embargo, hay países que han caído en crisis que se han extendido por décadas y se han convertido en endémicas.
Antes de pensar cómo podremos salir adelante es necesario tratar de comprender como hemos llegado hasta aquí.
En este sentido, lo primero que podemos decir es que en estos años de revolución faltó la capacidad de prever lo que era previsible. Los precios de las materias primas y del petróleo a lo largo de la historia han tenido un comportamiento oscilante de alzas y bajas. Las alzas debido fundamentalmente a períodos de crecimiento sostenido de la economía mundial, y en particular, de los países desarrollados. La baja en los precios ha respondido a períodos de depresión económica. Por lo tanto, era del todo previsible que los exorbitantes precios del petróleo a más de 100 dólares el barril, no se mantuvieran para siempre. Durante estos años de revolución escuchamos a altos personeros hasta elucubrar acerca de un precio del petróleo de hasta 200 dólares por barril. Esta falta de visión dio lugar a que no se hiciera ningún ahorro para el momento en que los precios petroleros bajarán como en efecto ocurrió.
No solo no se ahorró para los momentos de las vacas flacas sino que se decidió gastar el dinero en programas sociales, básicamente, a través de transferencias directas de dinero a los sectores más pobres. Todo el mundo podría decir que esto no tiene nada de malo, y en efecto, no podemos criticar la ayuda a los pobres. El problema es que esta atención a los pobres se basó en la renta petrolera y como está estaba sustentada en la arena movediza de los precios petroleros, aquella tarde o temprano sufriría por la caída de los ingresos petroleros. Si bien es cierto que sectores muy pobres de la sociedad necesitaban el rescate a través de transferencias, era necesario ayudar a la gente a salir de la pobreza por la vía del crecimiento económico, de una mayor producción y productividad que generara empleos formales y bien remunerados. La política social cimentada en la renta petrolera estaba destinada a ser pan para ayer y hambre para hoy.
Podemos decir que lo razonable habría sido invertir el dinero del ingreso petrolero en infraestructura y actividades productivas que generan empleo y bienes conjuntamente con la inversión social. Lo racional y responsable era invertir en la construcción de embalses, en la generación y distribución de electricidad. Aquí podemos decir que el populismo ganó frente a la racionalidad económica. Además, fue imposible deslastrarse del rentismo petrolero, pasamos del rentismo capitalista al rentismo socialista. El resultado es el que padecemos ahora. En vez de utilizar el dinero en expropiar y pagar por empresas existentes, el dinero pudo invertirse en nuevas empresas del Estado que compitieran con las privadas.
Por otra parte, recién ahora ya con el agua al cuello, el gobierno reconoce que las empresas estatizadas han sido ineficientes y han dado lugar al surgimiento de prácticas corruptas, algo que hace muchos años ya era detectable.
El gobierno insiste en que la crisis se debe a la guerra económica del sector privado, como he dicho en otras ocasiones, si asumimos como verdad este planteamiento no debería a extrañar en absoluto la posición del sector empresarial, frente a las expropiaciones de empresas y tierras, el control de precios y el control de cambio es lógico esperar una reacción negativa del sector empresarial. Por lo tanto, la guerra económica era de esperarse, además, hay que señalar que a los empresarios la palabra socialista les da alergia. La verdad es que no se hizo nada efectivo para enfrentar la mencionada confrontación.
Se impuso un control de cambio que debió revisarse hace mucho tiempo, debido a que no lograba el objetivo de evitar la fuga de capitales, y además, fue un mecanismo que se corrompió. En el momento en que se dio la aparición de un dólar negro y que su valor se hacía muy superior al oficial, era el momento para pensar que el control de cambio debía levantarse porque era una fuente de corrupción y no evitaba la fuga de capitales. Sin embargo, hasta los momentos no se ha hecho y tenemos un dólar oficial ridículamente barato pero muy escaso, frente a un dólar negro cuyo valor es 100 veces el primero, lo que ha trastocado toda la economía.
También debemos decir que la revolución fue ganada por el populismo por un lado, y por el otro, por una concepción del socialismo del siglo XXI bastante difusa, que al final ha terminado siendo una reedición del socialismo del siglo XX con todos sus defectos, con un Estado hipertrofiado, burocratizado, corrupto e ineficiente y una situación económica de escasez y racionamiento. El sueño de este socialismo criollo brilló mientras duró la renta petrolera.
Ahora bien, mirando hacia futuro y analizando cómo podemos salir de la crisis económica, política y social, el análisis debe tener en cuenta el corto plazo y largo plazo. En el corto plazo, nos encontramos con una baja en los ingresos petroleros que no podemos esperar que vuelvan a aumentar en el futuro cercano. En estos momentos no hay ingresos en divisas que permita atender el servicio de la deuda, importar todo lo que se necesita, atender los gastos fiscales y mantener el ritmo de los programas sociales. Un problema muy grave también en el corto plazo es la inflación, la cual se alimenta de las devaluaciones y los aumentos en el sueldo mínimo como mecanismo de compensación. Lo anterior precipita un crecimiento desbocado de la liquidez monetaria, es decir, la cantidad de billetes y depósitos a la vista que circulan en la economía. En función de lo anterior será necesario proceder a una reducción en los gastos, lamentablemente, esto afectará a los programas sociales.
Al pensar en el conjunto de medidas necesarias para enfrentar la crisis a corto plazo nos encontramos con que es necesario proceder a disminuir el crecimiento de la masa monetaria circulante, la cual es alimentada por el déficit fiscal. Por otra parte, el actual control de cambio es inviable, por lo tanto, hay que proceder a buscar los mecanismos para ir a un único cambio. Hay que reconocer que la situación de postración de las finanzas públicas es insostenible si no se procede a renegociar la deuda. Sin embargo, a pesar de esta renegociación es necesario obtener dinero fresco, y a pesar de la renuencia del gobierno, lo más factible es obtenerlo de agencias multilaterales antes que de países específicos. Si no se obtiene dinero fresco será imposible atender el gasto público, importar los bienes necesarios, invertir en los sectores productivos y pagar el servicio de la deuda.
Las medidas que se han tomado de aumento de la gasolina, de devaluación sin plantear el mecanismo de flotación del anterior dólar SIMADI, el establecimiento de unos motores económicos y la agricultura urbana no solucionan la crisis a corto plazo y tampoco a largo plazo.
En términos de largo plazo, es necesario una estrategia que impulse la producción nacional, que se reduzcan las importaciones y haya una recuperación de los precios petroleros aunque no sea a niveles de 100 dólares por barril. Sin embargo, esto requiere una negociación con el sector privado que por supuesto solicitará un compromiso de terminar con la política de expropiaciones, de control de precios y de control de cambio. La inversión extranjera también solicitará una libertad absoluta para repatriar las ganancias.
Por los momentos, no vemos por ningún lado una estrategia coherente para salir de la crisis ni a corto ni a largo plazo. Mientras tanto, se va corriendo la arruga echando mano de las reservas en oro, y por otro lado, se buscarán inversionistas extranjeros para explotar la riqueza minera, en condiciones que suponemos muy favorables para las empresas extranjeras.
Lamentablemente, hay que señalar que no existe ninguna seguridad que se salga de la crisis ni a corto ni a largo plazo, hay países que han caído en unas crisis perennes que se prolongan por décadas y la gente se acostumbra a vivir en niveles de simple subsistencia. Es un espejo en el cual hay que mirarse aunque no queramos. También hay países que han salido de la pobreza y han tenido épocas de crecimiento económico y aumento sostenido del ingreso per cápita, estos países los encontramos en el sudeste asiático, es el caso de Vietnam, un país socialista pero que ha tomado la ruta del capitalismo tal como hizo China. En América Latina tenemos el caso de Bolivia con un presidente marxista que sin embargo ha sabido negociar con el sector privado y ha sabido llevar un gobierno de signo popular con crecimiento económico de más del 5% anual, sin control de precios y con una inflación de un dígito, además, con un sistema de libre cambio que ha permitido que en 10 años las reservas monetarias hayan pasado de 3 mil millones de dólares a 15 mil millones.
Mientras sigamos atados a la llorantina de la guerra económica y de la agresión del imperio, que pareciera ser que no tiene otro problema que atender que no sea la situación en Venezuela y su ansia por tumbar al gobierno, y mientras no nos deslastremos de una ideología de socialismo del siglo XXI, que nadie sabe exactamente en que consiste, y que no explica con claridad sus diferencias con el modelo fracasado de socialismo del siglo XX, y que en la práctica no ha hecho más que replicar los errores del socialismo del siglo XX, caracterizado por un Estado hipertrofiado, ineficiente, improductivo y corrupto, terminaremos con una situación de crisis eterna como es el caso de Haití y su sufrido pueblo.
Es la hora del pragmatismo, es la hora de producir, es la hora de la disciplina fiscal, es la hora de acabar con el populismo que siempre termina en una compra de votos y conciencias para mantenerse en el poder, es la hora de los grandes estadistas y de la grandeza de un pueblo que exija la rectificación de una política económica torpe, incoherente y miope. Como dijera en otro artículo los países pueden caer y caer y nunca topar fondo y los pueblos pueden sumirse en la miseria y la mera subsistencia por décadas, solo una acción decidida y en la dirección correcta puede torcer el rumbo hacia el desastre, así y solo así, podremos salir de la crisis algún día que no será mañana ni pasado.