La Constituyente devela la crisis y la precariedad política del gobierno

Chávez estuvo comandando una revolución de forma positiva hasta su enfermedad. Hasta su enfermedad nadie desde el gobierno se atrevió a contradecir o criticar con fuerza y argumentos sus decisiones, solo algunos lo hicieron por afuera. Le debemos mucho, pero sobre todo, le debemos que nunca alcanzó los niveles de soberbia vistos hasta ahora en el presidente Maduro que solo gobierna casi que a capricho. Inclusive Chávez tuvo más de una vez gestos de rectificación, de reconocerse como pendejo, engañado, de haber cometido errores en casos puntuales –nada difuso, nada etéreo, como los errores del equipo de gobierno actual, que solo alcanza a declarar "bueno, todos cometemos errores"-. Son todos aquellos casos donde el Comandante Chávez se cuestionaba el rumbo que tomaba la dirección de un ministerio, de un jefe, de un responsable; en tales casos siempre admitía su responsabilidad, y, si no, era indiscutible su preocupación.

Nunca hubo una crisis tal, parecida a esta, que develara las carencias políticas y revolucionarias de todos, o casi todos en su, entonces, equipo de más confianza. Aquí no se salva nadie, ni Diosdado, ni siquiera el comandante Churio. Porque es muy diferente compartir las ambiciones históricas y políticas de Chávez a ser leales a su figura, leales pero sin entender con propiedad sus metas, sus valores, sus anhelos más íntimos, que en el caso de Chávez fueron indisolubles con el destino de su país y su gente, con el destino de la humanidad. Si este "conocimiento de Chávez" se hubiera dado hoy, no viviríamos una crisis de gobierno dentro de otra crisis más general, de idéntica naturaleza.

Todos especulamos sobre qué o en quién estaría pensado Chávez, si no se hubiera muerto, a la hora de tomar decisiones y medir sus consecuencias; qué hubiera hecho en cada caso para resistir los embates de la derecha y del capitalismo. O dicho de otra forma, muchos estamos convencidos que Chávez hubiera actuado conforme a su conciencia, a sus principios humanistas y socialistas. Y que como buen guerrero hubiera delimitado los campos en conflicto, hubiera identificado bien los campos en conflicto, como lo hizo Bolívar en Trujillo, dando un mensaje claro para sus enemigos y para los oportunistas.

Pero, murió. Su verdadero legado fue mal comprendido, se impuso su ausencia sobre los ideales que defendía, que no pudieron trascendieron en sus hijos, principios por los cuales hubiese luchado firme y en línea recta. Se impuso el pavor de quienes no supieron ni siquiera gobernarse a sí mismos, necesitados de ser gobernados, acostumbrados a la comodidad de la obediencia para eximirse de pensar y de pensar como Chávez, de sentir la necesidad de cambiar el mundo como la sintió él; la enfermedad del comandante y la falta de preparación personal los cogió desprevenidos y ahí comenzó la disolución; la gran Idea redentora murió con Hugo Chávez, el verdadero aglutinador de nubes.

Sin embargo esto ha sido una lección para las luchas futuras. Esta crisis de poder es una crisis ideológica, dice mucho de la precariedad política y de carácter de los dirigentes que heredaron el comando de la revolución. Ahora muestran que están hechos de plastilina o de un licuado que se cuela en las circunstancias, resolviendo el día para sostenerse en el poder sin tener la fuerza de la razón la cual actúa como un misil, seguro y que va por su objetivo sin pausa y sin desviarse.

La constituyente coronó esta crisis

La crisis dentro del gobierno es una crisis ideológica. Convocar una constituyente para pacificar el país, es decir, cambiar la revolución por una apariencia de paz, por la paz de la democracia burguesa y del sistema capitalista, es una actitud pusilánime, de gente voluble en extremo, una muestra de temor, una medida desesperada de náufragos. La convocatoria a la constituyente es la guinda que corona la torta; es la entrega definitiva del país a los capitalistas, porque lo central de los cambios a la Constitución está en el "modelo económico", como dice Maduro, lo central es proteger los intereses privados, para conciliar con ellos; todo lo demás es vicario, inútil, innecesario. Si hasta ahora no se ha avanzado más en los cambios revolucionarios es por falta de claridad política y de voluntad, no por falta de un soporte constitucional o legal, eso es ridículo. Pero, sin embargo, para los capitalistas, que sí han tenido y tienen la voluntad de revertir todo lo ganado en socialismo en tiempos de Chávez (en conciencia del deber social, en entusiasmo por los cambios), sí les es muy útil un cambio radical en la constitución del "modelo económico", para poder justificar sus planes de privatizaciones y de volver al pasado y hacerse de nuestros recursos y del control total de todos los procesos económicos ¡Con un piso constitucional no los detiene nadie!.

La restauración de la socialdemocracia es la consecuencia directa de esa crisis moral y política escondida en el gobierno, mientras el comandante estuvo vivo y dirigiendo la "voluntad" de sus colaboradores. No fue suficiente para Chávez implorarles a sus ministros que estudiaran, que se formaran, que criticaran y se criticaran, pedirles "encaradamente" más sensibilidad social, más eficiencia y eficacia en resolver los problemas; se necesitaba un corazón y un espíritu receptor de sus ruegos –un movimiento político y un partido vivo, fuerte, crítico, responsable, cercano a la verdad; mucha gente como él, preocupada como él, pensando como él-. Pero no fue así, no pasaron de ser disciplinados, todos fueron "incondicionales de oficio", sin ambiciones históricas, sin principios políticos, sin convicciones políticas, sin otra cosa que no fuera seguir al comandante. Y muerto Chávez ocurrió la desbanda del poder, la disolución de la voluntad, del poder y de todo lo demás, creándose así el mejor ambiente para el liberalismo, el anarquismo del capitalista, y para seguir marcando las diferencias de clases y acrecentando la pobreza.



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Marcos Luna

Dibujante, ex militante de izquierda, ahora chavista

 marcosluna1818@gmail.com

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