Las circunstancias venezolanas son de una enorme complejidad. Tanta que ha generado pánico o por lo menos, para no parecer tan radical y extremista, lo que nos suele disgustar, un estado de temor por lo que nos depara el futuro. Tanto es así qué, por primera vez en la historia de este país, en la que uno ha vivido, en el nacional cunde la idea de escaparse. Antes fue lo contrario, la tierra prometida, hacia donde todos los parias y aventureros del mundo se dirigían en busca de bonanza. Y así fue, desde el mismo momento que aquellos legañosos pusieron por primera vez su planta en las tierras de Macuro. Lo fue, cuando la segunda guerra asoló a Europa y los nativos de allá volvieron a "descubrir el nuevo mundo". Alentados ahora por una nueva forma de riqueza, la del pegamento negro que fluía de las entrañas de la madre tierra.
Ahora no. La Venezuela de hospitales sin gasa, alcohol y ni siquiera algodón, pese al discurso de la "salud gratuita y de calidad", que comienzan a carecer de médicos, especialistas o no, porque están haciendo colas para irse, no anima como antes. Lo de ahora es entonces un salir sin esperanza de volver adonde se quedarán los amores y los sueños enterrados. La Venezuela generosa, la de la mano extendida para dar y compartir, se ha vuelto hasta mezquina, no por querer serlo, porque esté eso en sus vísceras, sino por un acomodo inmediato a la necesidad de subsistir. Tanto que es así que ya casi comenzamos a sentirnos extraños y desconocernos y a esconder.
Es cierto, como dicen tantos analistas, que por este medio se leen, corremos graves riesgos. Pero primero hay que resaltar, como muchos de esos analistas no hacen, es que vivimos una horrible pesadilla. Quizás, eso es tan cierto como que anula el quizás, haya muchos que no sienten los rigores y los arañazos y el asedio que da el hambre; razón por la cual la realidad de ellos es diferente.
¿Votamos o no votamos? Tal interrogante casi embriaga a una enorme parte de la población con derecho a hacerlo.
Es cierto, dudas no tengo, que si el número de votantes para elegir al presidente llega a un nivel precario, podría alentar las peores de las opciones; la guerra y en general la violencia. Los factores externos interesados en intervenir en Venezuela prefieren esta alternativa. Recordemos como en abril del 2002, lo primero que hizo Carmona Estanga fue derogar la constitución vigente, con lo que no sólo a ella desconoció, sino a todo el proceso constituyente. A los golpistas eso les resultó primario. Pues ella impide se puedan hacer muchas cosas deseadas por quienes aquí quieren intervenir. Desbaratar el Estado y la legalidad toda, es condición primaria. De nada sirve acceder al gobierno sin el poder necesario para deshacer lo hecho. Por eso, las fuerzas externas, sin duda, prefieren esta opción ante la electoral, aunque las cifras les indiquen la posibilidad cierta de derrotar a Maduro. Por eso rompieron los acuerdos de diálogo.
Para eso están las opciones de alentar un golpe de Estado, reclutando gente dentro del ejército que se atreva, sobre todo sabiendo que, desde fuera y la palabra sirve en primer término para señalar a Colombia, les sobraría ayuda. La de invadir el territorio con fuerzas provenientes del vecino país que al mismo tiempo pudieran alentar a quienes estén dispuestos a tomar el gobierno por las armas. En última instancia, porque la vida es rica y nunca deja que le pongan un fórceps, pudieran optar por la invasión masiva.
Tonto el venezolano, del bando que sea, piense que esas fuerzas invasoras vendrían a "imponer un nuevo orden, rescatar la democracia" y hecho eso en breve plazo, volver a su lugar de origen, dejando que los venezolanos retornemos a la calma y al hacer las cosas según nuestra conveniencia e interés. No. Se quedarían por el tiempo necesario y disponiendo todo según su conveniencia. Leamos la historia reciente alrededor del mundo y no soñemos sueños acomodados.
Por lo anterior, es elemental que la mejor manera de dirimir las diferencias, encontrar los caminos, que no pueden ser estrictamente los que un grupo impone, sino los que resulten de acuerdo al interés colectivo, que comienza por asegurar la paz, es apelando al derecho del voto. No votar, pese las circunstancias, desde la perspectiva de cualquier venezolano, con todo lo que esto implica, es botar el futuro, la patria y sus valores. Es favorecer se nos imponga la indigna condición colonial, sin importar quien eso pretenda y negar todos los derechos alcanzados, incluso con el esfuerzo de mucha gente de ambos bandos.
Es cierto, vamos a un proceso electoral que no es el más deseable. Pudiera serlo también que el gobierno manipula de distintas maneras para orientar el tránsito del juego a su favor, lo que suelen hacer todos los gobiernos. Pero no hay motivos para desconfiar como ciertos factores del bando opositor se han dejado imponer el guion externo. Y este incluye favorecer la violencia y no acudir a votar o botar el futuro.
Reconozco que el elector está atrapado en una tendencia bastante numerosa del bando opositor contraria a participar en la contienda electoral. Llevada a ello por los abundantes errores cometidos en el diseño de sus respectivas políticas y el trabajo nada discreto de las fuerzas partidarias de destruir la legalidad toda y hasta disolver la nación. Como también lo está en la gubernamental, que nada ofrece para el futuro, sino que creamos "en el pálpito" que tiene el presidente y ahora candidato, según el cual todo cambiará a partir del momento de ser reelegido. Por mi parte, como venezolano y elector, me creo lo elementalmente crecido para no sentirme satisfecho con tan gaseosa oferta. Tanto que hasta la considero como falta de la altura necesaria para llegarle al pueblo sabio y del momento histórico.
"Las circunstancias son complejas". Hay poco estímulo para llevar suficientes votantes a las urnas, tanto como para dejar sentado el definitivo juicio nacional.
Pero el peor escenario es la guerra. Ese que esperan quienes alientan la abstención. Aunque no dejo de reconocer que votar para seguir en las mismas, sobre todo cuando quien pudiera resultar ganador nada ofrece, salvo ilusionarnos con un cambio según su "puro pálpito", sin asumir la trágica situación que padecemos y fundamentándose en cifras, planes y sobre todo asido a la realidad y las demandas del pueblo todo.
Por eso, creo que la mejor salida es votar. Porque lo haría contra la guerra, el odio y las acechanzas de los zamuros que nos miran desde arriba, mientras vuelan en círculos, como carroña ya lista para el desguace. Es decir, votaría, sin muchos remilgos y sin prejuicios, para no botar el futuro y la soberanía de la patria.
¿Por quién votar? Escojamos con libertad y, si fuese necesario, rompiendo hasta con las viejas ataduras y moralismos que no nos salvarían de la tragedia inserta en la carta. Se trata de votar por el futuro y no botarlo.