-"Una vaina piensa el burro y otra quien lo va arreando".
Razones deben sobrarle a El Aissami, vicepresidente de la República, quien unos casi veinte años atrás llegó al gobierno, acabando de egresar de una universidad, y todavía en él está. Es decir apenas, cuando llego a la edad de asumir la vida de otra manera, como la de quien los palos corren por su cuenta, entró a una nave resguardada, bien equipada, con todo adentro para un largo viaje. Algo así como una nave de larga y duradera autonomía. No hay cosa distinta que preocupe sino el gobernar y poner a quienes al lado suyo andan a ocuparse de sus vainas. De las de ellos y las mías.
Quien gobierna, aunque sea una empresa, como Lorenzo Mendoza, no tiene porque preocuparse de pequeñeces, como esta que me obligará más tarde a preguntarle a mi mujer, ¿tenemos algo para cenar esta noche? Lo más seguro, cuando se lo pregunte, una vez que termine esta vaina, me diga "no, porque tú, por estar allí encerrado, escribiendo pendejadas, no fuiste a comprar lo que te dije con tiempo".
El gobernar tiene sus ventajas. Claro no soy tan mal pensado como para creerme que todo aquel que gobierna tiene las manos libres. En la viña del Señor hay de todo. Hasta entre los ilusionistas debe haber alguno que no haga trampa.
Porque eso del gobernar, pese genera muchas preocupaciones, dolores de cabeza, tiene sus ventajas y no refiero a eso de poder tener cuentas escondidas para pasar la vejez de manera placentera, sino a cosas cotidianas. Como eso que la mujer del presidente no responda como la mía. El Aissami, y no sólo él, es una larga cola de tipos que están ahorita aquí en Barcelona y en la noche en San Cristóbal y todo el día en algún salón u oficina, no personas comunes y corrientes como uno que debe hasta lavarse la ropa, porque para más vainas nos casamos con mujer que no se deja avasallar y uno menos lo intenta, ignora muchas cosas. Hacen discursos como el que "aquí hay salud gratuita y de excelente calidad", porque la hubo, bajo las dos condiciones y como perdieron el contacto con la vida, como con la cocina de su casa o la lavadora de la misma, eso siguen creyendo. Por eso dijo por allí, en algún sitio, es igual aquí que allá, que los venezolanos gozamos de una salud gratuita y "vergataria".
Hace cosa de dos meses atrás, a mí, este tipejo que vive la vida tal como es, no como me la imagino o trato de explicármela, que la veo transcurrir como a ella le da la gana y no como intento que sea, me hospitalizaron de emergencia. Después de cinco horas de espera llegó el especialista, él único que por allí había. Me diagnosticó pero creyó prudente decirme a mis y los míos, que no podía ingresarme porque carecían de las medicinas correspondientes a mi tratamiento. Menos mal que tengo dos hijas excelentes quienes se movilizaron, se endeudaron y me endeudaron para curarme una enfermedad leve. Desde que salí de aquella clínica me horroriza volverme a enfermar porque si pudiera salvarme de ese nuevo trance, lo que veo muy difícil, pese el optimismo de El Aissami, propio de quienes no viven la vida como es, terminaría con mis hijas en la calle, con una mano atrás y otra adelante, por una enfermedad tan simple como una infección de la orina.
Pobre El Aissami, me da lástima, no lo duden. Fui joven como él. Pero para fortuna mía, Dios es justo y sabio, nunca llegué a dónde él está. Digo que soy afortunado, porque no tendré que arrepentirme de nada de lo que he hecho y menos torturarme juzgándome y o ser juzgado por haber empezado la lucha y el nadar y remar para trasladarme a un puerto y al volver la cabeza para mirar la orilla de donde me lancé a la mar, hallarme justo en el mismo sitio. Y a quienes creí ofrecerle mi sacrificio por su bien, están peor y no dejan de mirarme con desdén. Mis males, mis carencias son mías; mis hijas las hice mujeres y son madres. Estoy, pese mi pobreza, rico por dentro y miro la vida, no como quiero mirarla, sino tal como es.