En el año 1968, bendito año, el joven Juan Mendoza, artista visual zuliano, recibió una beca para irse a estudiar a París, a formarse, a nutrirse de las nuevas corrientes estéticas, allí lo sorprendió el estallido del Mayo Francés - que este año cumple medio siglo de haberse producido - y él, que no era indiferente a la política, se sumergió en ese estremecimiento que estalló no solo a Francia, sino en buen aparte del mundo occidental. Juan, quien falleció en el 2017, escribió sus memorias, en forma de novela, en un texto inédito que llamó Inventario de presencia y que pronto será publicado en forma digital. Leamos parte de su testimonio:
"Mientras tanto, con insistencia, un fantasma rondaba por la Francia desde febrero y fue a partir del 3 de mayo de ese 1968, con un mitin en el patio de La Sorbona cuando, en la ciudad de París, estalló un movimiento social de consecuencias incalculables, que trastocó a todas las instituciones del país y a toda forma de vida parisina. Día y noche se luchaba en las calles con la policía, y para muchos, era una lucha obligada, pues no había otra cosa que hacer ".
En este primer contacto con la ciudad luz, Juan de 24 años, se define como "un recién adulto,[que] enfrentaba la europeidad, la contemporaneidad" y que se sumergió de manera activa en este acontecimiento no como simple espectador, sino como un actor más, anónimo, que supo estar en el lugar correcto en el momento preciso. Sigamos:
"Una de esas noches insurgentes, se convirtió en una seductora jornada, cuando un grupo de amigo, decidió celebrar su cumpleaños, el 23 de mayo, muy lejos de los gases lacrimógenos, las molotov y las manos sucias de adoquines.
(.. ) El día del cumpleaños, el jueves 23 en la tarde, se reunieron en el hotel Les Quatre Chats, en la habitación de Oscar, grabador cubano, donde habían acopiado comida y bebidas para todo el grupo, ya que la situación en el barrio latino, como en muchos otros de la ciudad, era grave en cuanto a suministros. El comercio y los bancos permanecían cerrados y no funcionaba ningún tipo de transporte. A pesar de estas calamidades, la gente se veía alegre y entusiasmada. Las calles pertenecían a la juventud del tiempo vivido, sin tiempo muerto. Las paredes proclamaban:
- Apoya a los locos en su lucha de liberación contra los psiquiatras.
Luego de comer, fueron a encontrarse con otros camaradas en el club Des Amis du Setiéme Art. Todos flotaban en emanaciones del gas de cloro, usado por la policía. El Volkswagen, amarillo pollito, en el que se desplazaban, tenía reventado el parabrisas trasero por el impacto de una bomba lacrimógena. Salvando muchos obstáculos, lograron salir de la ciudad. En el camino, todos en la renoleta de Pierre, comentaban lo positivo de aquella salida. Pierre no soportaba filmar una escena más, según él, sus cintas contenían más explosiones de bombas lacrimógenas y cócteles molotov que indios muertos por John Wayne. Olga estaba loca por emborracharse para sacarse tanto gas de su sistema. Oscar no resistía los brazos de tanto darle a la raqueta, imprimiendo afiches en la Escuela de Arte y, por supuesto, de tirar piedras".
Juan, se sentía igual que Oscar: "en lo que iba del mes, solo sabía de piedras, afiches, carreras, policías, pintas, gases, multitudes; por lo que la reunión fuera de la ciudad, en casa de un artista, les sería muy relajante".
Prosigue su relato y reseña:
"Alrededor de cincuenta mil manifestantes, recorrían el trayecto de la estación Lyon a La Bastilla con la idea de llegar hasta el parlamento, pero, la policía les cerró el paso y entonces comenzaron a levantarse barricadas, donde se lucharía hasta el amanecer. Una parte de la manifestación burló el cerco policial y muchos pudieron llegar hasta la Bolsa para saquearla. Un sueño, acariciado por varias generaciones, quedó tristemente frustrado cuando el incendio provocado, solo destruyó una pequeña parte de aquel santuario del capital. Otros grupos ya habían pasado a la orilla izquierda del Sena y se hicieron fuertes en el Barrio Latino y en Saint Germán-des-Prés.
Las comisarías de Odeón y de la calle Beaubourg fueron arrasadas por las llamas: un carro y dos autobuses de la policía fueron incendiados por las bombas molotov, frente a la comisaría del Panteón. Allí, en medio de nubes de humo, Jean-Luc Godard -por primera vez en la historia- grababa en videotape escenas de las luchas callejeras, que luego presentaría en una librería de París, cuyo nombre no puedo recordar. A partir de esos eventos, Godard abandonó la producción de cine, en celuloide, por el video".
Días después: "el tiempo luchaba feroz y celoso por abrirse paso, mientras se escuchan besos y el trasegar del vino. Ya no se escucha el ruido sordo de los adoquines cuando caen sobre los vidrios, los autos o los escudos protectores de la policía. Ya no se escucha el ácido estallido de las bombas lacrimógenas. Ahora, las sirenas de la policía son un suave susurro de besos. La suspensión de la visa de residencia al dirigente Daniel Cohn-Bendit, de nacionalidad alemana, reactivó la lucha en otros barrios como Halles, Nations y Denfert-rochereau. Llegó un momento en que la lucha por las calles dejó de ser dirigida, exclusivamente, por los estudiantes: los obreros habían asumido también el control y ya combatían en ciudades como Lyon, Bordeaux, Nates, Estrasburgo, organizando saqueos en grandes almacenes. Ahora, los obreros luchaban, no solamente contra sus sindicatos -a los que, acertadamente, denunciaban como burdeles- sino que se solidarizaban con un resistente movimiento estudiantil.
-Corre rápido camarada que el viejo mundo está detrás de ti .
Y por supuesto que también se solidarizaban con los perrerosos del campus, que a su paso dejaban pintas como:
- No trabajes más.
-¿Qué tal si quemamos La Sorbona?
- Yo gozo con las piedras
-Viva la liberación de los locos.
- Las calles son de quienes las desempiedran.
Pintas que dejaron una imborrable huella en el tiempo y el afecto.
El sábado 25 de mayo, en la mañana, regresaron a París. El gobierno y las organizaciones burocráticas, de común acuerdo, proponían la prohibición de las manifestaciones y el comienzo de negociaciones con el movimiento insurreccional, que había puesto al régimen gaullista al borde de su caída, y poco faltó para que se desempolvaran las guillotinas.
-Aquellos que hacen las revoluciones a medias, solo cavan sus tumbas.
Una francesa llevó a Juan Mendoza a ver una pinta que había hecho y que decía: El aburrimiento es reaccionario, ante lo cual, le enseño la que él había escrito: Los maracuchos al poder.
Mientras tanto, a De Gaulle, le rondaban en la cabeza las ideas para preparar su discurso, donde le propondría al país escoger entre elecciones legislativas o la guerra civil".
Viva la efímera juventud marxista-pesimista
Allí, en medio de esas jornadas, Juan Mendoza, el maracucho Juan Mendoza, recopiló muchos de los grafitis que cundían por doquier, en la calles parisinas:
- Bajo los adoquines, la playa.
- -La libertad es el crimen que contiene todos los crímenes.
-No digas señor pedagogo, decí revienta cerdo.
- Consume más, vivirás menos.
- Siempre hay que desconfiar de la gente que no se ríe.
-Si encontráis un burócrata partile la cara.
- Una organización sí, una autoridad o un partido no.
-El juego es vuestro, camarada.
- Escóndete objeto.
Ante el final de las protestas, Juan reflexiona y escribe: "en las juventudes de aquellos tiempos, no había claridad política para vislumbrar otros actores y otros escenarios. En lo alto de Bures–sur Yvette, las estrellas fugaces hacían todo lo posible por llamar la atención.
-El azul seguirá gris hasta tanto sea reinventado.
En poco tiempo, París cambió completamente su cara. Era difícil pensar que, solo unos días atrás, poco faltó para que se engrasaran las guillotinas". Poco tiempo después, Juan Mendoza conceptualizó este evento como "el mayor happening realizado en la historia moderna".Y así termina su relato, que pocos conocieron de su propia voz, aunque algunos sí llegaron a disfrutarlo y que ahora damos a conocer, como un homenaje a su memoria.