Toca escribir acerca de la vida en un momento difícil para quienes en un zarpazo del destino, hemos perdido la presencia de esa vida en seres extraordinarios cargados de luz y sabiduría. La partida más triste es la de los seres que se van producto del virus de la pandemia coronavirus, porque es tan rápida la acción destructiva de este mal que no solamente no permite saber de la evolución de la persona que lo padece, sino que al fallecer, lo entierran de la manera más brutal que uno haya podido presenciar, sin la posibilidad de despedirlo como quizás se merecía esa vida y sin posibilidad de llorarlo desde el dolor que causa esa partida.
Varias han sido las historias y lo que resulta un criterio proporcional del uno o dos porcientos de tasa de fallecimiento de quienes se contagian, es una vida que se pierde y todas las vidas son importantes. En la palabra de Dios, porque hacer mención a la vida es hacer mención a nuestra creencia en un ser superior que nos guía y nos marca las pautas de cómo vivir, no se hace mención a una vida orgánica que es más existir como un organismo donde las células interactúan, sino de plantearla desde su propósito, su razón de ser en cuanto a que ese cuerpo orgánico se relacione con otros cuerpos y establezca vínculos de afecto y amor. Vivir no es “respirar”, procesar alimentos y transformarlos en energía, es utilizar esa energía para socializar y construir una convivencia donde la equidad, la solidaridad y el compromiso, sean el baluarte para la conquista de escenarios donde el ser humano material trascienda a través del ser humano espiritual que asuma su experiencia de vida desde la justicia y el respeto a la palabra como verdad. Para comprender mejor este asunto, veamos algunas verdades fundamentales que se revelan las Escrituras, constituyen el horizonte para expresar el valor de lo humano y el sentido de la vida. En Salmo 100:3; en el libro de Apocalipsis, Revelación 4:11, refiriéndose al Dios único: “Es quien nos ha hecho, y no nosotros mismos”. Dios como creador se ha mostrado, en su ejemplo de vida, como el propósito para todo lo que ha hecho, incluida la humanidad (Isaías 45:18); Dios creó al hombre y la mujer, con la necesidad espiritual de hacer con la existencia de los cuerpos que respiran y se mueven, una obra que transcienda el Universo, la cual incluye el deseo de hallarle sentido a la vida (Mateo 5:3). La idea de Dios es plena y concreta: él quiere que el hombre satisfaga el existir a través de sus anhelos (Salmo 145:16). Esa idea de satisfacer nuestra necesidad espiritual cuando nos esforzamos por conocer a Dios y responder al valor de convivir más que al valor material de existir como un cuerpo orgánico, refrenda la invitación del Creador a todos los seres humanos para que entiendan por qué viven: “Acérquense a Dios, y él se acercará a ustedes” (Santiago 4:8; 2:23). Para vivir, es necesario cumplir con el propósito de la creación que es querernos como hermanos y entender que la presencia de la vida no es para vegetar en el existir, sino para que el hombre tema y ame a Dios, obedeciendo sus mandatos (Eclesiastés 12:13). Obedecer no es claudicar en la personalidad que uno haya podido cultivar en ese crecimiento espiritual basado en la convivencia y el amor al prójimo, es convertir en humildad nuestros apetitos y egolatría, y aceptar que como seres finitos nos debemos a una causa primera muy superior que pide de nosotros sumisión, respeto, entrega; la vida es eso, entrega total y sin cuestionamientos. Y ante la pregunta del necio: ¿ Y en el futuro, cuando Dios elimine el sufrimiento y conceda vida eterna, qué pasará con ese hombre creado a imagen y semejanza de él? Ese hombre que entendió que vivir es convivir y amar al prójimo, sirviendo con lealtad, cumplirá el propósito de Dios para la humanidad (Salmo 37:10, 11), y de ese modo la vida tendrá sentido. Tal como dice el libro de Proverbios 21:21: “El que va tras la justicia y el amor halla vida, prosperidad y honra”; porque de eso trata el vivir, de hacer justicia y expresar todos los actos a través del amor; todo en la figura del tiempo, que es lo único que existe acá en esta vida terrenal y que desaparece al pasar a esa otra dimensión donde no se vive sino que se alcanza la alegría y el gozo a través de nuestro encuentro con la esencia que nos mueve y nos transforma. “Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo”, se expresa en el Eclesiastés 3:1, y es un tiempo que nos indica que hemos aprendido a conquistar la gracia del santísimo, su misericordia y reconocimiento, ganándonos un lugar en esa esencia vital que hace del vivir un propósito.
Quizás algunos incrédulos aún puedan expresar que si uno “no trabaja, no come” y la vida es “hacer plata para que a uno lo quieran”, y, de manera más temeraria: “Dios no existe, es un mito creado por el mismo hombre para mantener sumiso a sus semejantes”. Uno de esos incrédulos fue el filósofo alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900), y a pesar de su postura radical que enfatizaba sobre la verdad racional y no sobre la verdad espiritual, se atrevió a decir que la idea de que Dios es la de un Ser absoluto, del cual emana la verdad absoluta; su frase: “no hay hechos, solamente interpretaciones”; lo revela todo: el Ser absoluto, Dios, lo entiende el hombre de acuerdo a su manera de convivir y obedecer los designios de la palabra. Pero como si fuera un ejercicio de jugar a los dados en el Universo, el hombre siempre tendrá un comodín para suplir sus indecisiones y sus temores: “De aquel que cree en mí, como dice la Escritura, brotarán ríos de agua viva…” (Juan 7:38).
El genio polaco Zygmunt Bauman (1925-2017), nos dijo sobre la vida que era la manera habitual en que las sociedades modernas mantienen su rumbo siendo inconstantes en sus deseos y determinaciones; es decir, siendo cambiantes, fragmentarios en sus creencias, lo que los hace del hombre un ser vulnerable ante lo que ha construido como sociedad que solamente podrá transformar esa realidad si empieza a ver la vida desde la esencia que le da sustrato y energía, y esa es la de un Ser absoluto.
El propio Bauman llegó a decir que el hombre de hoy día, está frente a una encrucijada: o vuelve a las certezas pasadas, creencias, familia y trabajo estables, hoy agónicas y en crisis; o sigue hacia adelante confiado en el desarrollo tecnológico y en el sentido de progreso de los tiempos, pero consciente, en esa realidad crítica de pérdida de valores en la modernidad, de que este futuro está falto de certezas. Cada quien que asuma su juicio, pero no podemos apartarnos de una idea clara y sensitiva a nuestros sentimientos y capacidad de razón: la alegría de la viva es vivirla plenamente y poder demostrar a la posteridad de que valió la pena ser justos y haber hecho del amor nuestra esencia y nuestro poder para continuar transformándonos a lo largo del Universo.
Hoy están en ese tránsito hacia el más allá mi amigo Ángel Malavé, Enrique Downing, Bella María Petrizzo, entre otros; gente querida de mi tiempo epocal a los cuales abrazo en el infinito de mi abstracto espiritual y les animo a seguir dándole energía a este mundo en el que nos dejan por un tiempo hasta que nos toque también transcender como ellos y volvernos polvo cósmico iluminado por las estrellas.