Fue entre 2016-2017 que los Estados Unidos de Norteamérica denunció a Cuba por estar realizando experimentos contra su embajada, utilizando un arma sónica secreta que incapacitó a gran parte de su personal diplomático.
El caso resultó después en la grabación de una serie de ruidos que supuestamente se dirigían contra la sede diplomática y en las casas de su personal en La Habana. Dolores de cabeza, mareos, náuseas, pérdida de la memoria, insomnio y dolor de oídos fueron los síntomas reportados. Todo ello fue posteriormente investigado sin una definitiva conclusión y todo quedó sin resolver, a no ser que se dijo y quedó reportado, como el incidente de los grillos o de la ‘canción del grillo de cola corta’ en alusión a una grabación que hizo un empleado de la embajada y la dio a conocer por las redes hasta llegar a los noticieros, donde se apreciaba el canto de esta especie, otros afirmaron que eran cigarras o chicharras anunciando lluvias.
En fin, que de esto de la contaminación acústica o sonora hasta devenir en una guerra de cuarta o quinta generación pues debemos pensar que en muchos países es ya un hecho desde hace tiempo.Incluso, en la cotidianidad de la vida, a menudo encontramos casos, quejas, reclamos y denuncias por esto de la contaminación acústica.
Por estos días mi sobrina Ana Lucía, quien vive en Ciudad de México, le escribió una cariñosa carta a sus vecinos brasileros pidiéndoles que bajaran el volumen a su despertador, con sonido de lambada, porque sonaba desde las 6 de la mañana y no la dejaba dormir.
En unos países más que en otros esto de la contaminación sonora resulta significativo en tanto los niveles de decibeles van en aumento. De los permitidos por las agencias sanitarias internacionales, por debajo de los 50 hasta superarlos 100, van hoy con su música incluida. Porque existen unos sonidos en canciones modernas que si no superan los 50 decibeles no causan ningún interés, pongamos por caso el reguetón, el vallenato o el ‘heavy metal’. A esto habría que agregarle, la persistente tendencia a lo ‘porno auditivo’, obviamente, de la estridencia de quienes son afectos a estos géneros musicales.
Lo cierto es que de un tiempo para acá cierta música ha devenido ruido ensordecedor que privilegia la desarmonía y se instala en la pura y simple bulla estridente, que aturde, estremece por el uso de bajos en los parlantes y obliga a quien está cerca de ellos a alzar la voz con lo cual la esfuerza y enferma. Semejante experiencia se vive en zonas y lugares, como la denominada ‘cuenca del Caribe’ desde la península de Paria, en Venezuela, hasta el golfo de México, incluyendo las islas antillanas.
La frecuencia, potencia y duración de estas músicas estridentes, escuchadas a alto volumen (más de 50 decibeles) causa en la persona diversos desórdenes en su organismo, que van desde molestias sencillas en su aparato auditivo, pasando por desórdenes del sueño, hasta problemas neurológicos de concentración, dolor de cabeza, jaquecas persistentes, presión severa en los oídos, pérdida auditiva significativa, y baja potencia sexual inclusive.
Tengo un vecino que periódicamente instala sistemas de cornetas a vehículos y usualmente, prueba estos sistemas de audio a alto volumen. También otro que gusta colocar entre sus canciones preferidas, los mentados vallenatos y el reguetón. El ‘campo de fuerza’, si es que puede decirse así, resulta tan avasallante que mil veces preferiría escuchar los benditos grillos con su persistente canto, que supuestamente bombardeaban cada noche los cubanos a la sede diplomática norteamericana.
Porque esos sonidos ensordecedores son verdaderos ruidos, armas letales que llevan a una sordera inevitable en quien se encuentre medianamente cerca de esos centros generadores de estridencias llamada música.
En esta nueva normalidad post pandémica, debería tomarse más en cuenta esto de los ruidos en las músicas para ser más estrictos a la hora de permitirse, tanto en sitios públicos, transporte, centros comerciales, ferias, y en sitios privados y residenciales, el uso de música estridente y porno auditiva.