Crónicas cotidianas

Un billetico de caleta

Libardo se estaba levantando justo cuando se fue la luz a las 4:50 de la mañana. Su trayecto es largo, porque es soldador en una laminadora en Los Guayos y vive en Tocuyito. Es decir, de polo a polo. A esa hora, también se levanta la mujer, y mientras se cepilla los dientes y se viste, ella le hace una arepa rueda de camión y la rellena con un huevo frito y un poquito de queso. Cuando está lista la arepa, ya está listo el café, del que le sirve una tacita y le mete en un termo pequeño, la medida de una taza grande para su desayuno. También la esposa le mete un estuche de plástico, que usualmente es arroz con caraotas y un pedazo de mortadela picado en pedacitos y en salsa. Total que se toma la taza pequeña de café y sale a buscar la avenida para embarcarse en una camioneta que hace un trayecto hasta llegar a la avenida Lara, a donde llega para agarrar otra camioneta o un autobús, que lo llevará a Los Guayos. Usualmente a eso de las 6:50, aunque a veces, las trancas los obligan a esperar, y termina agarrando el transporte después de las siete, por lo que llegará casi a tiempo a entrar a la jornada. A veces se hace el loco y come apuradito, a veces, sin que lo vean, se van comiendo la arepa, mientras va manipulando las láminas; pero a veces, se va de largo y deja el desayuno para el almuerzo.

Sin embargo, ese viernes todo estaba en calma, pero sin luz, todo a oscuras. Y como la falla de energía eléctrica corta las comunicaciones, aunque intentó llamar a varios compañeros y a la empresa, no pudo comunicarse porque las líneas no funcionaban. Así que finalmente tomó el autobús con destino a Los Guayos, que lo deja a cuatro cuadras de la empresa donde trabaja en una zona industrial. Si le extrañó que en las pocas empresas que están funcionando, las puertas estaban cerradas y su personal en la calle. Mismo que le ocurrió cuando llegó y se encontró a los compañeros sentados en la acera, en espera de alguna noticia. A las 8:30 llegó el jefe y le dijo que esperarían un rato, porque si la luz llegaba a las 11 de la mañana, era posible aprovechar cuatro horas seguidas antes de partir, toda vez que ninguna empresa trabaja los días sábados, pero obviamente, querían aprovechar a los trabajadores, porque era día de pago. No le debió ser muy agradable pagar un día de jornada que no trabajaron por culpa de Maduro –según el propietario. Así que Libardo se sentó a conversar con los amigos hasta que abrieran una puerta pequeña, entraron todos y se sentaron a esperar a las 11, o en su defecto, que les pagaran.

El rato de ocio sirve para muchas cosas, sobretodo para la retórica, la habladera de paja a la que el venezolano es aficionado. Los cuentos de siempre, las cosas de la familia, mientras otros no se despegan del teléfono para chismear en las redes sociales, el nuevo pasatiempo de los ciudadanos del mundo.

Justo faltando 10 minutos para las 11, el jefe se fue y dejó dicho que regresaba rápido, por lo que a las 11:30 Libardo se estaba reventando de hambre, acostumbrado a comer a las siete de la mañana. Así que se hizo a un lado, se sentó en el tronco de un árbol, destapó su comida y se entregó a los brazos de Baco para disfrutar el rico almuerzo que le había hecho su esposa. Esta vez lo estaba sorprendiendo con un montón de espaguetis con ricas caraotas negras con una salsita guisada y unas tiritas de pollo pa´guelé, pero que sabían a gloria. Además, estaba la arepa del desayuno para acompañar. Se saboreó ese almuerzo-desayuno como nunca. Fue al chorro, lavó sus utensilios, los guardó en el morral bolivariano y se regresó al tronco, en donde al lado contrario, en la grama, se encontró un cartón. Allí se echó a revisar su teléfono y se quedó dormido, tanto que los compañeros le dijeron que había roncado como un león. Pero a Libardo no le importó. Ya eran las tres de la tarde y el jefe no aparecía. Entonces comienza la preocupación por la hora y el transporte. Ellos afirman que después de las cuatro, se hace muy difícil agarrar transporte hacia Valencia. Ya a las 3:30, los nervios y el mal humor se apodera de los trabajadores. La secretaria les dice que no les queda otra salida que esperar, o dejar para que les paguen el lunes. Pero todos decidieron esperar.

El jefe llegó justo a las 3:50, cuando el apagón llegaba a las 11 horas. Llegó de mal humor y a pagar a regañadientes. "El guebón de Maduro no me va a pagar esta plata que perdí hoy", le oyeron decir. Libardo recibió su dinero a las 4:30 y paso ligero a buscar el autobús que lo regresara a Valencia. Llegó en el momento exacto del paso de un transporte y se embarcó feliz porque no tendría que esperar. Era las 5:30 cuando el bus estaba entrando a Valencia. Ya gran parte de la ciudad había recuperado su iluminación. Se bajó en la parada y estaba pasando un transporte para Tocuyito. Una hora después había llegado a su casa, la esposa lo recibió con una taza de café, se sentó a su lado en la mesa de la cocina a planear la compra del mercado de la semana el día sábado y pagar las necesidades de siempre, incluyendo los celulares. "Y guardar siempre alguito, porque no se sabe hermano, si hay que correr y se necesite tener un billetico por ahí de caleta".

.- No te obstinó el apagón

.- Para qué. Ya sabemos que eso va a pasar. En este país lo que hace falta es trabajar. Que las fábricas se vuelvan a abrir y que crezca el empleo. Esa es la única forma en que un país crezca hermano Olmos.



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Rafael Rodríguez Olmos

Periodista, analista político, profesor universitario y articulista. Desde hace nueve años mantiene su programa de radio ¿Aquí no es así?, que se transmite en Valencia por Tecnológica 93.7 FM.

 rafaelolmos101@gmail.com      @aureliano2327

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