Bolívar y Martí amaron nuestra América con visión y devoción universal. La amaron para que fuese grande y bondadosa, la tierra de los cantos, aborígenes, negros, de todas sus mezclas sagradas: sembrada en sus proezas, en su nobleza, educada y libre para la creativa, con hijos fuertes, sensibles y generosos. Totalmente diferentes a los regatones norteamericanos, como lo proclamara Bolívar.
Venezuela y Cuba, deberían erigirse en los mayores ejemplos de estas batallas por el amor por venir abonada con la sangre de mártires. Por eso Martí sería el mayor mentor de las ideas bolivarianas, y por ello saldría a esparcirlas por México, Guatemala, Argentina, Uruguay, Costa Rica, y la propia Venezuela, la que él llamaba la Jerusalén de Sudamérica.
Porque a donde Martí se presentara lo hacía en nombre de la Patria Grande: llevaba él en su corazón y en su canto, a los indígenas de México y del Perú, de Colombia y Ecuador, a los negros de Haití, a los lanudos de Colombia, Bolivia y Perú. Su inmenso propósito era el de ver formada una sola nación latinoamericana, feliz, libre, para "¡bajarse hasta los infelices y alzarlos en los brazos!... ¡Echar, bullendo y rebotando, por las venas, la sangre natural del país!1".
No se puede conocer a Martí sino se ha sufrido por América, si no se padece una inmensa angustia ante el retardo de lo que ha de hacerse: la misma impaciencia de Bolívar.
Martí y Bolívar son la esencia de la tierra que pisamos, el sentido de nuestra lucha eterna frente al abandono del destino que marcaron y definieron con sus luchas. Bolívar y Martí son la fe a la cual nos asimos cada mañana, para avanzar sin pausa contra las injusticias.
Martí fue el hombre que tomó la antorcha del combate dejada por Bolívar. Fue José Martí quien resucitó las inmensas glorias del Libertador en momentos cuando la América toda, a 80 años de su muerte vivía destrozados por guerras civiles, olvidada de la gloria de sus libertadores, de nuestras gestas, de nuestros fastuosos y ricos campos, y recursos; divididos y extrañados en nuestra propia tierra, comiendo el pan del oprobio y la indolencia.
Martí volvió a reclamarnos unidad y dignidad, despertó el amor por los héroes, llamó a reconocernos bolivarianos, como única salida ante el vil colonialismo que intentaba imponerse. Dormía mal aquel espíritu despierto, enfebrecida su alma por cuanto contemplaba en medio del horror del abandono de sus hermanos americanos, en medio del contraste de la exuberante y fecunda naturaleza de nuestra tierra americana.
¡Madre América, tantas veces vendida y ultrajada!
El canto de Martí inspirado por Simón Bolívar es una luz en medio de la tenebrosa noche que todavía sufren tantos pueblos nuestros.
Desde la muerte de Bolívar aquí en América no habíamos tenido un hombre tan universal, que se hubiese empapado tan hondamente del drama y de la miseria de este continente. Muerto el grande hombre, surgieron por doquier los emblemas de las guerras intestinas, las banderías de partidos, los desastres de una lucha atroz e infame que nos deshonró más allá de toda adjetivación posible: aparecieron grupos llamados liberales que solicitaban la presencia del monstruoso invasor gringo o europeo; ¡cuántas solicitudes de partidos políticos a fuerzas extranjeras para que viniesen a hollar nuestras tierras!
Hacía falta un poeta, hacía falta un Hombre, que pudiera realzar la sagrada savia de nuestra hermandad.
¡América, cuándo llegará el día en que todos podamos fundirnos en un solo abrazo!
Martí sale de su Cuba querida; va en busca de esa Madre verdadera, porque no podía aceptar a la adúltera que le adoptaba, la vil y esclavista España, la de los eternos reyes depravados. Martí nunca quiso hablar mal ni duro de sus hermanos, de esos que no le escuchaban, que no le tendían una mano en su penoso deambular, pero salió a buscar a la verdadera madre nuestra que no era otra que la del ideal bolivariano, y por eso, salió a cantar las proezas y gestas de Bolívar. Una madre que acogiera en su seno a los americanos desde Río Bravo hasta la Patagonia. Una madre modesta, vestida con el sol del trópico y las sierras andinas, con el verdor siempre exuberante de sus ríos, selvas amazónicas y sus bosques, con el vaivén desmelenado de sus mares, de sus palmeras y esplendidos cielos.
1 NUESTRA AMERICA, José Martí.